“Queremos ver la Cuba real, la que anda a pie”, eso se escucha en boca de más de uno de quienes pisan la tierra más hermosa según el Gran Almirante, notoria y positiva intensión que nos invita a mostrarles a ellos que somos más que ron, tabaco, mulatas y playa.
Hace unos años, Desiderio Navarro, director del Centro Criterios, presentó una ponencia en la Universidad Central Marta Abreu de las Villas dedicada a la imagen de Cuba en internet. Aparte de la consabida polarización de la cosa política, solo halló la banalidad de simplificarnos en la mujer bella, lista para el coloniaje del varón foráneo.
Hoy, en un mundo donde mandan los gigantes como Amazon y Google, se puede decir que, a pesar del alto contenido de nuestros portales.cu y el profesionalismo con que se aborda el periodismo, el márquetin y la iconografía de cara al mundo aún persiste una Cuba edulcorada o con calles ruinosas de Centro Habana, donde descansa un Chevrolet o la mulata semidesnuda en la playa. El país de Lezama no es Varadero, el intercambio cultural implica mucho, pero sobre todo mostrarnos tal y como somos sin el tapujo de vernos como una cultura ínfima, cuando somos una potencia literaria, danzaria, pictográfica, paisajística, un país pequeño, pero con mucho que mostrar.
En las interminables charlas que por azar sostengo con extranjeros, casi todos europeos, ignoran aspectos esenciales de Cuba, como por ejemplo, quién fue José Martí o la copiosa e imprescindible obra de Alejo Carpentier o Fernando Ortiz. Siempre terminan apuntando los nombres de autores y libros para bajarlos de internet de ser posible. Ante esa curiosidad por lo cubano, que no es necesariamente colonial, ¿cómo estamos respondiendo?, como colonizados. Fue ilustrativo ver por las calles de la Habana esos carros americanos de los años 50 con motores nuevos y banderas yanquis. No hablo de íconos “buenos” ni “malos”, sino que la imagen tiene un poder de seducción, un imago tendencioso, donde no cabemos todos. La Habana, de buenas a primeras y por arte de no sé quién se convirtió en Havana.
El tercer mundo, más aún los países caribeños, tienen un sujeto de la Historia enflaquecido por el poder devorador del mercado, tanto, que si vamos a Dominicana o Puerto Rico no hallaremos un intercambio cultural, sino un turismo desaforado, donde se vende aquello que el colonizador y el colonizado ya pactaron de antemano. Se establece una sinergia del símbolo que pierde en el proceso la capacidad de no dejarse sujetar por el imperio mediático. Así, sin identidad, se termina siendo un sucedáneo. Por las candongas de todos los pueblos de Cuba ya hay húsares que se rigen por “lo que compra el turista” y no se dan cuenta de que el mercado también se puede crear.
Como mismo se pierde el sujeto de la Historia, se le puede situar en la centralidad, a partir de estrategias de contra-coloniaje, donde la cultura, hoy mal pagada, sea lo primero que se deba salvar. Foucault dijo que existe el poder, no el hombre, pero nosotros podemos, como hacedores de la historia diaria, mostrar el contrapoder y construir a nuestro ser de acuerdo con el pasado.
Remedios, la ciudad donde vivo, tiene un slogan desde su 500 aniversario: “tocamos el pasado y abrimos el presente”, eso significa estar atentos al futuro, a los posibles que se nos ofrezcan, no dejarnos colonizar, sino comportarnos como sujetos acogedores del intercambio y a la vez centros culturales fuertes.
Aún nos queda mucho en el largo camino de abrirnos al mundo, Cuba recién estructura su vida en medio de un mundo informatizado, donde lo virtual, según Baudrillard, le ganó la pelea a lo real. Por tanto, no basta con que exista un museo, sino que debe estar vivo, saberse vender sin venderse, no es suficiente con que vayan los mismos grupos a tocar a disímiles países, sino que la gama se debe amplificar, que todos sepan que Cuba, por ejemplo, es una buena plaza para el rock, con festivales como “Ciudad Metal”. Eso busca por ahora el turismo sano que nos visita, ese que no quiere casinos ni prostitución, sino ver sanamente unas parrandas sin accidentados o por lo menos financiadas con la decencia y el respeto que merece la cultura popular tradicional.
Hay muchas Cubas en una Cuba, todas ellas merecen mostrarse. Hace unos años vi un documental filmado de manera clandestina alrededor del 2006 en la isla, por una periodista extranjera llamada Karin Muller. Por supuesto, doquier que fuera estaba omnipresente la Cuba de las dificultades reales, el transporte, los hostales con sus carencias o abundancias, la diferenciación social inevitable tras el periodo especial, los hoteles inalcanzables para el grueso de la población nativa. Pero faltó en el material la parte que, ella lo supo, no vende, esa porción de encanto isleño que no vino con una fecha o un acontecimiento, sino que forma parte del imago que dijo Lezama y que avizoró el Gran Almirante mientras plantaba la bandera de Castilla.
Al intercambio con el extranjero le falta entender la lógica del mercado sin convertirse en mercado, comprenderse como sujeto histórico sin que haya cerrazón a las influencias sanas e inevitables, abrirnos al diálogo crítico sobre nuestra verdad cotidiana, no temerle a que otros compartan con nosotros el chorrito de agua o el apagón. Darle a quien viene un sucedáneo de la realidad también es colonizarnos, quizás se trate de la peor manera de vendernos, ya que entramos en el universo de lo inauténtico. Vayamos, una vez más, a la isla infinita de Lezama y la hermosa tierra del Almirante.
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