Voy a ponerme incómodo, pondré en duda el término y su necesidad, ¿existe acaso una industria de la música que valide verdaderamente el talento? El término nos remite a las hechuras en serie, la mercadotecnia y la reiteración del molde, cuando debiéramos hablar del más alto vuelo de las artes. ¿Cómo predecir y sustentar desde el dinero el valor de una carrera genial? Conozco de un pianista excelso, compositor clásico, poeta del pentagrama, que durante una de sus giras por Remedios me enseñó el magro instrumento que lo acompañaba, pues su “industria” no daba para más.
Por otro lado, ¿qué pasa con nuestro legado musical, con Caturla, Cervantes, Esteban Salas?, ¿acaso no formarían parte del objeto de mira de esa industria? En lo concerniente al genio remediano, me constan los daños que desde hace seis años recibe su museo-casa en la ciudad que lo vio nacer, además de que la inmensa mayoría de sus partituras permanecen sin grabarse adecuadamente y ¡oh industria!, venderse.
Cuando me hablan de potenciar el mercado dentro del arte siempre entra una carcoma en mi cerebro, pienso en cosas (nunca mejor usado este plural) como el trap, al que escribo con la minúscula que merece, aunque haya músicos de supuesta valía, cubanos, que lo señalen como el nuevo camino a seguir por el ritmo popular bailable.
Cuando desperté, el reguetón todavía estaba allí, se había vuelto más vulgar, era trap, decía lo indecible, no lo digo por pacato (léase en el arte desde Rabelais hasta Reinaldo Arenas y se verá que lo gregario es válido), lo escribo porque resulta perjudicial en el sentido más intenso, en la intención más malsana. El reguetón pasó por encima de cientos de músicos de talento, su industria, ¡vaya palabra!, fue de pueblo en pueblo haciendo mucho dinero. Mientras, hubo que esperar al 500 Aniversario de la villa de San Juan de los Remedios para que viniese el genio de Frank Fernández a darnos un excelente concierto. Dicho sea, él mismo pudo visualizar el deterioro insalvable del piano de Caturla. Hoy, mientras el teatro Rubén Martínez Villena de Remedios, el más viejo de Villa Clara, se cae, los grupos de trap no dejan de ensordecer la pista, todo pagado por el consabido Ministerio sin que haya un balance en el consumo cultural.
Dije de mi incomodidad con el término industria y mentaré otro que suena a disparo contra el arte, a sordina, a antimúsica: comercialización. Y no hablo de esos puestecitos, donde en efecto encontramos valiosas grabaciones de los Van Van o de Carlos Varela, sino del gran negocio, ese que no vemos, pero late en las alianzas que se hacen, en las concesiones que están dispuestos a aceptar algunos “triunfadores”.
Cuba tiene la peculiaridad de ser una isla musical y es rara la ciudad que no posea algún que otro bardo, o un ritmo que la distinga, de hecho, existen varias sonoridades dentro de un mismo registro musical popular. Toda esa diversidad se coloca en las antípodas del mercado, pues la lógica de este, tal y como funciona, es hacer más sin importar qué, y claro, que se venda. Por eso alarma el trap y su inmundicia, porque se trata de algo más fácil que el reguetón, mucho mayor en su mal lenguaje y que además moldea ya los gustos de los más adolescentes, quienes, se sabe, consumen no de acuerdo a una instancia propia, sino a una mentalidad formativa que nos está fallando en la base de las escuelas.
La misma industria que promete oropeles y triunfos, nos mata por dentro, nos aleja del arte y de la ingenuidad, del bardo que saca su guitarra y compone en una tarde una “Longina seductora, cual flor primaveral”. No, lo que se busca es más de lo mismo, de lo que ya el público, trabajado, está esperando. Lo peor, todos los que estudiamos filosofía conocemos que la industria cultural incide en algo conocido como el interaccionismo simbólico, la relación entre la conducta social y los valores. El dinero no va a apostar por lo diverso, porque el que paga no quiere música, quiere más ganancias, ese solo sabe de subidas de pico mercantil, ni siquiera le interesan las vertientes underground que pueda tener un género refractario como el rap. La industria cultural, léase musical, sufre la eterna tentación del aplanamiento de los gustos.
Algo que quizás nos salva de caer en el agujero, donde ya se hallan los países caribeños que nos circundan, es la sólida formación de muchos de nuestros maestros y el dinero devengado como subsidio para tales fines por el Estado. Pero esa lógica, por demás justa y protectora de la identidad, es vista por el mercado y la industria como escollo o como un instrumento que puede usar en la banalización de gustos y ritmos. Recordemos que en manos del tecnocapitalismo la razón humana —la ciencia o cualquier saber— se torna instrumental, o sea, usada y desechada, finiquitada por alguien para algo y ya.
Quienes miran hacia Cuba y tienen aquí ya sus húsares del mercado, saben que la isla por naturaleza produce talentos, muchos de ellos no cuentan ni con los recursos ni con las oportunidades, así que les ofrecen una única vía: ven al mercado. Guitarristas clásicos que se marchan a hacer backgrounds de reguetón, diseñadores que abandonan la estética más vanguardista porque está de moda la palabra vintage. Por tanto, debemos potenciar más lo nuestro, ya que desde afuera lo que interesa es el dinero, no se puede ser ingenuo ante la lógica del capital, ni creer como dicen algunos que ya usar el término burguesía deviene anacronismo. La situación que Marx describió es aún el drama humano, solo se espera un agravamiento, algunos lo llaman “calcutización”, de las condiciones. Pero aquel clamó en el desierto y otros hoy nos les parecemos, somos los incómodos.
La Oruga
11/4/18 13:00
Querido Mauro!
Además de que ciertamente, la comercialización está acabando con el buen arte, no solo es eso –pienso yo- lo que atenta a favor del deterioro de sus formas. El ser humano, desde que lidió con las artes fue para verse reflejado en ellas, identificado con ellas. ¿Qué pasa? Pues creo que el trabajo arduo y constante no es solo de los medios o la institución arte, sino mucho más primario. La educación, la cívica y la cultura están más abajo del subsuelo!
Nadie ( y es generalizando) va a sentirse conmovido con un buen texto de canción si no tiene un background de información integral, aunque fuere insipiente. Nadie mirara un buen cuadro y lo sentirá importante, si no tiene referentes culturales que le ayuden a descifrar sus “laberintos” estéticos para que al final pueda sentírselo propio.
El caos –en efecto- quiere vender y la gente quiere comprar!… y comprar su caramelo, el que más le gusta.
Pienso que llevara años –en el mejor de los casos- lograr que todo tome el nivel de la mesura, del equilibrio. Y ha de empezar por la escuela, la formación y cultura de los profesores que son los primeros a los que les encanta el trap y “su inmundicia”-por citarte-. Eso se lo inculcan a los niños, que son espejos. Esos “profesores” que escriben con faltas de ortografía, que no leen, que no saben quién es Debussy, ni Silvio…ni Hesse, ni Saramago, ni Sindo, ni los Beatles, ni Dalí, ni Diego Rivera, ni García Márquez, ni Cintio, ni Ballagas, ni de Exupèry y su Pequeño Príncipe …y a duras penas Martí. Por ahí la lista sería grosa! Ahí empieza la culpa (y está bien sembrada). Esta es la guerra que nos toca, pero es la misma guerra de los mundos. Cada cual a jugar su papel, a fundar, a hacer, a no callar… porque todo esfuerzo, Mauro, será poco!
Racso Morejón
11/4/18 9:12
Lo que más admiro en los textos de Mauricio, además de la factura de los mismos que resulta impecable, es la edad desde la que este muchacho escribe. No es usual. Un joven comprometido de verdad con su tiempo, sus raíces, su cultura, y con una factura impecable del mejor periodismo realizado hoy en Cuba... Felicidades Mauro, y sobre todo por l¡poner los ojos, la palabra y el dedo donde hay que ponerlos...
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