El periodismo cultural, ese jíbaro dentro del mutante que es el periodismo, se halla en el centro de un fuerte análisis. Dos grandes ejes se mueven en torno a la polémica: 1-se hace promoción y publicidad, no hay suficiente crítica especializada; 2-la insuficiencia de los espacios dedicados a la cultura cubana y universal.
El periodismo es un trabajo para mutantes, se puede y se debe ser cualquier cosa mientras se asume dicho sacerdocio. En lo personal, hasta he mediado en disputas familiares, despedido duelos, asumido posturas públicas para dirimir conflictos barriales y laborales, etc. Al periodista se le mira con admiración o con desdén, se le exige mucho o no se le exige.
Si además hablamos del periodista cultural, las mutaciones son múltiples, pues al dato exacto se une la pasión inexacta e irrefrenable. ¿Cómo expresar la tendencia al vacío sorprendente y filosófica de un cuento o novela contemporáneos, si no es asumiendo la angustia misma? De tal manera se es personaje, demiurgo, máscara, se disfruta y se padece, pues el periodismo que aborda la cultura se aboca al gran campo de la existencia humana en su totalidad. No valen las armas melladas de lo informativo para domeñar la bestia del arte, por eso, contra el muro semántico se estallan tantas estrellas de la academia, de ahí que los planes de estudio se equivoquen al simplificar su alcance filosófico. Más que un debate sobre el periodismo cultural, debiera haber al interior de la prensa un análisis del profesional que se forma en nuestras escuelas.
Despolitizar la enseñanza del periodismo, quitarle horas clase de Historia del Arte, Filosofía, no incluir en los planes de estudio la tan necesaria Lingüística, mucho menos los complejos estudios literarios y culturales; todo eso ha llevado al graduado a un mero ejercicio de artesano que, o aprende con los trastazos del medio, o perece y “cuelga los guantes”.
Un periodista deberá a la vez ser filólogo, filósofo e historiador. Su bagaje estará hundido en las raíces mismas de la gran cultura universal, tendrá puesta la brújula en los héroes del pensamiento que llevaron la voz cantante. La carencia de profundidad se debe a la ausencia de esa visión holística que brinda la formación humana transdisciplinaria.
En lo personal el estudio del pensamiento del hombre me ayuda a entender por qué en La libertad guiando al pueblo, cuadro de Eugene Delacroix, la alegoría femenina lleva descubierto un seno, pero para quien solo vea el seno no habrá comprensión del hecho artístico y cultural en sí, sino que todo se queda en la turgencia.
Se sostiene el papel del periodista como un mediador entre el público y la cultura, pero discrepo de tal postura, puesto que más allá de comunicar en su mayor dimensión (o en su más corta versión), quien hace una reseña crítica o ahonda en los vericuetos narrativos del proceso creativo está co-creando. Su texto es a la vez un texto con vida propia y autosuficiente mediante una hermenéutica que, a la vez que maneje las herramientas de la deconstrucción, sepa llevar al lenguaje público dicha sabiduría. En tal sentido, más que una especie de Hermes, el periodista funciona como el Prometeo que se somete a llevar el fuego del arte a quienes están ávidos de arder.
Ello no se logra, por supuesto, con dos minutos en el Noticiero Estelar y un locutor en cámara o con imágenes y una voz en off, ya que tales prácticas han desprestigiado nuestro ejercicio en Cuba y en el mundo. Muchos de quienes opinan en las redes sociales, a raíz del debate desatado por el Noticiero Cultural en su sección Contrapunteo, piden el desplazamiento del periodista habitual de “reportó Fulano de Tal desde tal lugar…”, los públicos apelan incluso a la fórmula plausible del comunicador ciudadano. Pero sabemos que abrir las compuertas a que cualquiera, de la formación que sea, ejerza la crítica artística puede generar una caja de pandora sin derecho a retroceso.
La especialización y la profundización de un profesional son prácticas que vienen dadas por las exigencias del medio. Recuerdo que en mis inicios, en una planta radial villaclareña existía el mediocre eslogan de “sube, baja y diluye”, lo cual quería decir que grabaras tu bocata de noticia o de comentario insulso del día y te fueras. Como género de vida, como mutación de la existencia y como pasión, el periodismo no admite ni la vulgarización de su academia ni la simplicidad de sus prácticas. Los públicos se construyen, eso lo saben bien esas cadenas productoras de programas estridentes y novelas lloronas, entonces ¿qué público estamos formando con un periodismo cultural que apenas dice el nombre de la exposición, el del artista y dónde se realizó? Si la reseña o la crónica o el híbrido que salga no hace vibrar a quien lo recibe, si no se establece esa resonancia, está rota esa función mediadora elemental, pero sobre todo, se estará generando un desdén por la cultura, se crea la imagen del arte como algo colateral y ficticio, un hecho que acontece a partir de la mayor intrascendencia y banalidad posibles.
Hace unas semanas tuve la oportunidad de acercarme al tema de los cómics desde un espacio de meditación sobre la cultura que me ha abierto el diario Juventud Rebelde, sin embargo, de haberme quedado en la enumeración de hechos o lo anecdótico no hubiese logrado mi objetivo como periodista cultural: la vibración acorde o no con el lector. Hice garra pues a los estudios de la Escuela Filosófica de Frankfurt, entre otras alusiones, los cuales logran lo que se llama la polifonía del texto, o sea, esa hermenéutica que hace de tu reporte un jíbaro ya con vida.
Los espacios para reflejar la cultura cubana se pueden ganar rápidamente, más aun con la llegada de las nuevas tecnologías. La academia cuenta con el docente especializado y existe la voluntad institucional de seguir avanzando en la formación de un mejor periodista, pero la tarea deberá tomarse con seriedad. Ni el desplazamiento del profesional graduado, ni la apertura total a un comunicador ciudadano devienen soluciones finales en la aparición de un mejor periodismo cultural. Ello sería tirar el sofá por la puerta de la calle, ya que si el especialista posee los rudimentos de lo visual a lo mejor carece de la visión holística que deviene de leer a Immanuel Kant y su influjo en la visión del arte occidental. Pongo el ejemplo del filósofo alemán y recuerdo una vieja frase de la academia: “quien sólo de periodismo sabe ni periodismo sabe”. Así que de la petrificación de la carrera se saldrá con el trabajo del orfebre, no con la validación del crítico especialista como última ratio valorativa.
Hacer periodismo cultural es hacer cultura. Una crítica, una crónica, son en sí piezas artísticas; carecemos del género narrativo, del artículo en profundidad, de la prosa polifónica y reflexiva. Se ha caído en la lógica del medio de prensa como una fábrica de salchichas. El graduado viene a ese mundo y, o se amolda o perece, pero luego muchas veces carga con las culpas de ese o aquel reporte que siempre termina diciendo “Desde tal lugar, el periodista Fulano de tal para este espacio”.
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