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lunes, 18 de noviembre de 2024

El trabajador de la cultura, ¿nuestro hombre invisible?

Para sostener la emergencia de una vanguardia artística, pensemos en cómo desde la institucionalidad actualizamos el diseño de las plantillas y las remuneraciones...

Mauricio Escuela Orozco en Exclusivo 11/10/2018
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Arte y comercio
A Cuba la distingue en el mundo su alto nivel cultural.

El actual diseño de las plantillas en las instancias dependientes del Ministerio de Cultura fue generado durante una época de dinámicas diferentes, había por entonces un movimiento pleno en todos los puntos del país. Se esperaba, como efectivamente fue, un resurgir de las artes gracias al trabajo de las cátedras populares; de aquellas experiencias vale que anotemos la fórmula del éxito.

Un trabajador que se dedique durante ocho horas, o más, a la tarea de la formación y promoción de talentos (aparejado muchas veces a la creación de una obra propia), merece todo el reconocimiento y la remuneración, además de un justo lugar en las actuales condiciones laborales cubanas. Sabemos que la cultura, como fenómeno, no se detiene con la jornada vigente, por la subjetividad inherente a los procesos artísticos y literarios que define al promotor, instructor, crítico, especialista, capacitador.

La sindicalización de los trabajadores de la cultura favorece el debate al interior de las instituciones, a la vez que sirve como espacio transformador de las condiciones creativas y de promoción. Sin embargo, se sabe que el sector padece de bajos salarios, quizás entre los menos altos en las actuales formas de pago del ámbito estatal en el país.

Muchas iniciativas se han planteado y otras tantas pudieran surgir para sufragar los proyectos culturales y la vida del trabajador del arte. Para sostener la emergencia de una vanguardia artística, pensemos en cómo desde la institucionalidad actualizamos el diseño de las plantillas y las remuneraciones.

No todos cobrarían lo mismo, pero los más capaces, los que se lo ganen, podrán consagrarse a sus tareas culturales a la vez que sirven de referentes a quienes desean dedicar su proyecto de vida al mundo del arte y la literatura. De lo contrario, de no pagarse la diferencia, el buen gusto, la consagración, caemos en el peligro de desestimular al trabajador imprescindible y desviamos la atención de los jóvenes hacia zonas de la sociedad mejor remuneradas.

Una nación, como hay tantas en este mundo, que descuide la cultura, está abocada a sucesos de marginalidad sin retorno. Lo primero que se logra, en todo proceso social exitoso, comienza por el campo de los saberes y repercute en la vida cotidiana mediante prácticas de adecentamiento. 

Cuando se cede en el terreno de la cultura, aparece la seudocultura con sus marcas ideológicas contrarias a la construcción humana y tendentes a fórmulas de consumo más que al gusto estético.

Por tanto, el trabajador del sector cultural no sólo promueve o crea, sino que porta una parte esencial del futuro de la República, dicha porción está bien relacionada con la identidad y los valores prácticos que nos definen. Allí donde deja de haber artistas, aparecen comerciantes, ya se sabe, un fenómeno global cuya finalidad es el adormecimiento de las conciencias.

La tesis de la cultura como algo prescindible y ajeno a la prosperidad individual pertenece a las ideas del capitalismo neoliberal, a la lectura más salvaje de la sociedad dividida en clases, esa donde o comes o te comen. En los modelos alternativos no es un lujo, sino una necesidad la existencia de una vanguardia autónoma.

Lejos de las fórmulas románticas de que el sufrimiento genera grandes obras maestras, la carestía económica hace que geniales escritores apenas puedan imprimir un libro para mandarlo a concurso, o que los pintores de talento hagan malabares por un lienzo; eso sin analizar la vida doméstica de dichos trabajadores.

Hay que trabajar más y mejor, sabemos que las actuales condiciones de dureza externa llevan a la nación a muchas tensiones, pero cabe preguntarnos: ¿acaso trabajar dentro de las instituciones y de acuerdo a la política cultural cuabna no debiera estimularse más que hacerlo desde la periferia y a favor de una oficialidad mercantil?

A Cuba la distingue en el mundo su alto nivel cultural. No todos los países tienen una línea estatal que promueve, organiza y financia la vanguardia artística, hemos conquistado ese derecho tras el pago de un gran precio con la historia.

Tras décadas de socialismo, el pueblo cubano posee el arraigo de una cultura otra, donde no tendría sentido ni se admitiría un retorno total a las prácticas salvajes del capital. Esa conciencia, inexistente incluso en muchos países donde la izquierda gobierna, se la debemos agradecer al instructor, al jefe de cátedra, al esteta, al filólogo, al especialista en alguna rama de las artes y la literatura, al aficionado.

No se trata de “regalar” recursos, sino de la más sólida inversión, esa que nos blindaría por otras cinco décadas ante la vorágine hegemónica. No analizamos un trabajo “invisible”, “espiritual” o (como peor se suele ver) “improductivo”, sino tangible, vital, urgente. La cultura, debemos decirlo otra vez y quizás miles de veces, es lo primero que hay que salvar.


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Mauricio Escuela Orozco

Periodista de profesión, escritor por instinto, defensor de la cultura por vocación


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