El Ballet Nacional es uno de los logros de nuestra política cultural. Se llegó hasta ahí tras el estudio consciente de Alicia Alonso sobre el panorama de las artes en el país y cómo las clases que no eran privilegiadas tenían en sí las ansias de consumir un espectáculo que no fue concebido quizás en un inicio para esas grandes mayorías.
Son el acceso y la educación de las personas los elementos que han traído al ballet hacia nosotros y nos dieron una posibilidad de construir una realidad diferente a partir de una diversa forma de asumir el mundo. El nuevo universo con su reconformación de las clases y de la eliminación de las barreras nos daba un haz de luz que no se había conocido hasta el momento.
Pero el tema del ballet y de la danza en general no fue solo la conformación de una compañía de baile de élite que estaba en todos los espacios, sino la posibilidad de hacer eventos como el Festival que reúne a lo mejor y que nos da la oportunidad de confrontar y de evaluar por dónde marcha esa especialidad de las artes que ha situado a Cuba en el mundo.
El ballet pudiera considerarse como algo por fuera de las posibilidades intelectuales y de apreciación de la mayoría pero en realidad se trata de una actividad humana más que con la correcta educación puede ser totalmente accesible a la gente común.
Durante mi estancia en la capital tuve la oportunidad de acercarme a ese mundo y de aprender a valorar la visualidad de la danza y su poesía, la fuerza de las propuestas estéticas y el rompimiento de los paradigmas a partir de los conceptos no tradicionales y contemporáneos.
Cuba posee una escuela de danza en la cual se aúnan el trabajo sostenido, el buen gusto y el apoyo institucional en el cual cabemos todos, tanto los que hacen las piezas como quienes las apoyan desde la asesoría técnica, los profesores de ballet y la crítica.
Hacia allí hemos de llevar los esfuerzos de una valoración colectiva en la cual estemos siempre presentes como pueblo culto, que no desdeña esas zonas de la creación.
La imbricación entre la alta cultura y la popular, el accionar de los actores de la creación, el apoyo efectivo a los talentos y la debida promoción de los mismos desde conceptos en los cuales van incluidos elementos transformadores de la vida cotidiana; todo eso hace del ballet un poder viviente que no solo se reduce a la espectacularidad en el teatro, sino que va a las comunidades, se especializa en el trabajo espiritual de rescate del acceso total y nos regala ese aire fresco en el cual las personas podemos respirar libertad.
El ballet es un arte que irradia belleza y eso no se puede discutir, es una manera de ver el mundo, una filosofía en la cual quienes se implican se ven transformados e impactados por la hermosura de la condición humana plena y exultante.
No se trata de términos especializados ni de conocimientos técnicos, sino de saber apreciar lo que somos y lo que vemos y hacernos parte de esa revelación humana, de ese mundo más allá de este presente en el cual se vive con limitaciones materiales.
El ballet es como una metáfora más de ese sol del mundo moral en el cual aunque se esté con pobreza física, se conoce la riqueza del interior, esa que nos sobrepone, que nos vivifica y que establece las pautas de una existencia y de un ser.
¿Cómo podemos preservar lo ganado en el ballet?, con una política cultural que no decaiga, que sepa qué es lo básico para que siga existiendo lo que nos da valor y lo que por su esencia jamás caerá en el olvido. Eso es lo que nos hace grandes como país.
Y el ejemplo de Alicia Alonso, con su compañía y con las generaciones que aprendieron de su arte será siempre el punto de alcance de todo el que ame el ballet y sepa ir hacia allí como uno de esos faro de la realidad social. Y es que el arte significa eso, no quedarnos en los márgenes, sino saber brillar con autenticidad y firmeza en lo que nos toca. Que cada una de las piezas del ballet sea como un pequeño mundo perfecto y que resuenen todas en su sincronía y dejen esa huella en los ojos, los sentimientos y la memoria.
Quizás haya que ponderar que nuestra política cultural no es como antaño y que se requiere de vivificar lo que fue alguna vez, pero el camino está trazado y solo habría que ser consecuentes con lo que está codificado en el núcleo del fenómeno de las artes.
Nada más hay que agregar que la belleza misma en su estado más puro y transparente.
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