El cine pobre no es una cuestión electiva, tampoco tiene que ver con la alternatividad dentro del séptimo arte, al menos no de forma obligatoria. Son las condiciones las que dictan las pautas de un estilo que nunca accederá a las altas cifras que desde sus inicios conlleva la cultura industrial. Con el siglo XX el artista-artesano da paso al empresariado y sus normas de picos mercantiles; también es un puente hacia el empobrecimiento de muchos que, sin otro remedio, viven de sueños y mueren en desengaño.
¿Es posible un cine pobre y de calidad? Sin dudas sí, pero no todo viene del drama, los personajes, las actuaciones. Muchas obras se exhiben en el Festival de Gibara o en la Muestra Joven para luego quedar relegadas a cintas de culto. Los cuatro afortunados gatos que tienen la fortuna de ver estos filmes se quedan con el regusto de probar una manzana casi prohibida en el terreno del dinero. Los cineastas pobres, tras mucho trabajo, tienen que emprender la azarosa tarea de divulgarse.
Los circuitos para el cine con pocos recursos son escasos, porque a la industria no le interesa en verdad el drama, ello queda para el ostracismo o, en el mejor de los casos, para selectas salas de teatro de altísimo costo de entrada. El aplanamiento a que se ve reducido el mundo cultural responde a las ambiciones de un puñado de cadenas, un alto porciento regenteadas por el grupo mediático de Rupert Murdoch, magnate australiano-norteamericano que se precia de definir la ideología popular del mundo.
En Cuba, zona de resistencia y de acogida de discursos refractarios en el cine, todavía se ven obras de valía, pero estamos abocados al dominio del modelo exterior si no tomamos conciencia del peligro: las alianzas con el mercado extranjero, la subordinación al dinero, la permeabilidad del mercado hacia el arte, han condicionado una parte del cine cubano más reciente, tras décadas en que el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica (ICAIC) subvencionara atrevidos proyectos.
No se trata de cerrarnos a un discurso u otro, sino de que tengamos la atención puesta en que nuestro cine pobre no puede competir con los blockbusters de último momento, esos filmes sin propuesta estética y conceptual que siguen el canon. Aunque haya un cine de autor, alternativo, contestatario como lo es el de Tim Burton, Tarantino o Woody Allen; lo cierto ronda en torno al dinero, y llegar a maestro en Hollywood se parece bastante a un irrealizable cuento de Disney.
Lo que no saben (¿o sí?) quienes sueñan con ese cine en nuestra promoción de realizadores, es que las playas de Malibú están llenas de vendedores de coco, exaspirantes a estrellas. La industria de la cultura quiere devorarse todo el mercado y para ello tiene un sistema que genera gustos, los controla como una planta, los riega y luego recoge la cosecha. El capital no entra en un sitio donde no vaya a revertirse en más capital, así que adiós al cine experimental a lo Fernando Pérez si hacemos la concesión de entregarle las riendas a quien paga desde afuera.
El cine pobre lo es solo en materiales, mas no tiene que serlo necesariamente en todo lo demás. Incluso, puede hacerse sustentable si la institucionalidad cubana promocionara el talento más evidente. Las escuelas una vez más siembran el germen de la creación, pero pasan los años y vemos a muchos de esos jóvenes perdidos en interminables emigraciones que los aplastan o ejerciendo trabajos ajenos al cine, disipando su talento. Ello tiene mucho que ver con que esas carreras dejan de ser rápidamente sostenibles.
No se trata de elección, sino de que no queda de otra: o haces un filme o dos y te jubilas con un premiecito o sigues en ese bregar sin horizonte donde en algún momento deberás pactar con el mercado externo. Las productoras independientes, al estilo Sex Machine de Eduardo del Llano, tratan de hacer lo suyo, contestar, reír, crear, pero ni llegan al público cubano ni salen muchas veces de las fronteras nacionales. Luego, ser sustentable más allá del ICAIC y de los pactos con el mercado es un abismo.
En varias ocasiones he leído que el cine es ideología, como casi todo en esta vida. Quizás ha llegado el momento en que esto se entienda de manera asertiva y no dejar de la mano una zona de la identidad que, no se dude, es sensible.
Hacer cine pobre es posible en Cuba, el asunto es hasta qué punto deviene oficio sustentable, remunerativo, realizador de sueños; y cuánto de duro hay en enfrentarlo al mercado, monstruo aplanador de juicios. El país espera por los Humberto Solás y los Gutiérrez Alea de este siglo, pero todo no deberá dejarse a la pobreza o a las alianzas con el capital foráneo.
Hay que repensar la forma en que se miran las productoras independientes y el ICAIC no es necesariamente el único punto donde se puede y debe hacer cine. Esa visión funcionó en el pasado siglo, pero quizás la era del Internet, de YouTube y de los celulares con cámara de alta definición estén abriendo el diapasón.
Quienes hoy celebran que exista el Festival del Cine Pobre, solo se enfrentan a una parte del drama del asunto: no se está feliz en la miseria, sino que se trata de concientizarla para superarla. En eso consiste la mirada dialéctica que necesita el arte. Más allá de los premios y los aplausos, no debiera quedar en el aire la meditación acerca de un grupo de filmes que recién comienzan su camino.
Salafista
27/6/18 19:19
deja estos lamentos compadre, el cine pobre de Cuba nunca era pobre, solo era cine de parientes, el verdadero cine pobre no es prganizado por un ministerio del consejo del estado, por favor.
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.