Hace más de doscientos años, un cura llamado Francisco Vigil de Quiñones decidió que las madrugadas de la villa de Remedios eran muy silenciosas. Se trataba de una población que tenía sus calles de barro y cuando llovía se tornaban intransitables. Si a eso se sumaba la ausencia de alumbrado y el peligro de los asaltantes, puede entenderse cuánto costaba para los lugareños un paseo a esas horas. Francisquillo, que así le decían al sacerdote, quiso aumentar la asistencia a las misas de aguinaldo que se hacen a lo largo del mes de diciembre, en saludo a la Navidad. Para ello, armó a un grupo de niños de todo tipo de instrumentos de ruido, para que fueran por la villa. Al final de la jornada, los infantes recibían chucherías y chocolate caliente como recompensa. No se sabe si la gente fue más a misa, pero sí que los parrandistas se dividieron en 8 barriadas y se iban a despertar unos a otros, como divertimento. El ruido devino en música la cual en su momento fue calificada de “infernal” por las autoridades españolas, que llegaron hasta a dictar un bando contra la fiesta. Ese fue el primer escollo que vencieron las recién nacidas parrandas, ya que los locales no acataban tales órdenes.
De una necesidad religiosa, las salidas nocturnas se tornaron un motivo de chanza, de broma y en una oportunidad para celebrar las Navidades de una forma pagana, popular. Las 8 barriadas se agruparon en dos barrios. San Salvador acogió a: el propio San Salvador, Camaco, La Laguna y Buen Viaje. El Carmen se formó a partir de: el propio El Carmen, La Parroquia, El Cristo y La Bermeja. La línea divisoria de la ciudad, la calle Alejandro del Río, se mantuvo unos años, hasta que el folclorista y primer historiador de la ciudad, Don Facundo Ramos, pidió que se trazara una frontera imaginaria que cortara la urbe en porciones más igualitarias.
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Los signos eran tres estrellas de seis puntas por El Carmen y el color carmelita; tres globas y el color rojo por San Salvador. Posteriormente, en una madrugada de aguinaldo, los sansarices izaron un globo aerostático que se fue a bolina y cayó en territorio enemigo. Desde entonces, El Carmen exhibe a ese elemento cautivo, mientras que los contrarios adoptaban el gallo como símbolo de pelea y cubanidad. Esto trajo como respuesta que los carmelitas buscaran el gavilán, para que tratara de comerse el ave rival. Todo se vivía en tono de la más criolla “jodedera” si bien como manifestación ya se iban viendo las cualidades artísticas que harían de este fenómeno algo considerable y definitorio.
A la altura de finales del siglo XIX, los barrios remedianos ya tenían la actual conformación y las fiestas crecieron y se exportaron hacia otras urbes. En muchos casos, los poblados aledaños adoptaron los símbolos y la música de la cuna de esta festividad, si bien con variaciones. Las sociedades más pudientes de Remedios asumieron a las parrandas como una oportunidad no solo cultural sino económica. La Tertulia, plagada de criollos autonomistas, por San Salvador. El Casino Español, lleno de peninsulares integristas por El Carmen.
Fue jocoso un episodio en el cual los carmelitas hicieron un trabajo de plaza que era una fruta bomba o papaya, que cubría una parte inmensa de la plaza. Las señoras de La Tertulia, casi todas damas de la burguesía remediana, fueron a los sembrados de yuca y trajeron ejemplares de dicha planta hasta el territorio enemigo, gritando con chanza: “A la papaya de El Carmen, la yuca de San Salvador”. Fue algo que quedó para la oralidad, como el famoso buque de guerra hecho por los carmelitas llamado El Gurugú que lanzaba luces de bengala y que era el terror de las noches en la plaza. Se trataba de elementos hechos con madera de las cercas de una casa o tablones de las paredes, ya que los parranderos iban con una latica y con la música del barrio pidiendo contribuciones. Cada quien daba lo que tenía, desde el más rico hasta el más pobre. Las parrandas han tenido la fortaleza de que en su realización quedan al mismo nivel el doctor y el poblador más sencillo de la comarca. Incluso, personas humildes se consideran realmente como grandes figuras debido a su liderazgo y protagonismo en estos procesos. Son famosos: Tanterín, Inocente Moronta, Pedro Morales por San Salvador. Corona, Bicho, Felipe Brusains por El Carmen. Todos ellos sin estudios, consagrados y queridos por sus aportes.
Las parrandas son resilientes, resisten la prueba del tiempo y en momentos duros han expresado siempre su parecer a través de diversos códigos. Cuando la caída de Machado, no había como hacer los elementos de las fiestas (que son tres: carrozas, trabajos de plaza y fuegos artificiales), entonces se colocaron en señal de desafío dos plantas tropicales a ambos lados de la plaza. La fealdad de aquello se tomó como una manera de protestar ante el estado de cosas. En los más duros minutos de escasez del Periodo Especial, los parranderos fueron hasta La Habana y le tocaron las puertas al Ministro de Cultura para exigir por su tradición. Entonces fueron considerados festejos nacionales y resurgieron en 1993, luego de dos años de ausencia. Cuando la pandemia de la Covid 19, los remedianos hicieron sus parrandas a partir de piezas de poca realización, solo para conmemorar y que la fecha no pasara desapercibida. Además, se tocó la música tradicional. Todo ello en el riesgo del contagio.
La fuerza de esta tradición ha estado en su capacidad de moverse con los tiempos sin dejar de soñar. Por ejemplo, si los trabajos de plaza fueron en tres dimensiones hasta los años 90 del siglo pasado, a partir de allí y por las limitaciones, se tornaron planos, pero la luz y el uso de la computadora salvaron el fenómeno, dándole otros bríos dentro del registro estético. Se creció en altura, ya que el peso de las piezas era menor y se podían usar andamios de metal. En el año 2000, San Salvador sacó un trabajo de plaza que ha sido el mayor de la historia, llegando a la estatura de 106 pies. Era un monumento visible desde largas distancias, incluso desde otros poblados. Se llamó Adagio y era un homenaje a Alejandro García Caturla y a la música. En su base estaban los cantos del barrio San Salvador con las banderas, las cuales se usaban en cada entrada y se volvían a poner en su lugar. Fue un éxito reconocido por todos los simpatizantes y contrarios. Porque a pesar de la rivalidad, los sansarices y carmelitas, cada día 25 por la mañana recorren el triunfo y se abrazan como los hermanos que son. Cada año que puede hacerse una parranda es vivido por Remedios y su pueblo como una victoria contra las adversidades, las oposiciones y todo tipo de mal cotidiano.
Las parrandas son como un ritual que hace que la gente se limpie de aquello que los aqueja. Siempre un remediano va a mirar hacia su ciudad en esta fecha, como hacen los musulmanes con La Meca. Las fiestas se han llegado a realizar en otros países, como parte de la manifestación de la esencia identitaria de los amantes de la tradición. Son momentos en los cuales se miran videos de las celebraciones en Remedios, se producen abrazos y lágrimas al por mayor. Las parrandas unen a quienes se odian de toda la vida, construyen un puente de amor y buen gusto. Son un medio de vida para los remedianos, ya que generan empleos y oficios, ganancias netas al turismo. La ciudad queda realzada nivel global gracias a la trascendencia de una fecha que hace de todo un gran teatro popular espontaneo. No hay una manifestación como esta en todo el país y por eso fueron declaradas como Patrimonio de la Humanidad. Esta condición es un reconocimiento al pueblo remediano que las gestó y las mantuvo, también a los demás sitios de Cuba que las acogió y las honró con sus estilos propios.
Hay comunidades en el centro del país que han perdido sus parrandas debido a las carencias materiales, pero son más quienes que las conservan. Se trata de un parteaguas que sirve para iniciar eras y cerrar ciclos. No ha sido fácil, ya que en más de una ocasión hubo personas que quisieron borrar la tradición ya fuera por insensibilidad, o sencillamente porque no la entienden. Una cosa sí es segura, en Remedios puede faltar casi cualquier cosa, menos el volador, el tambor, el brillo de los trabajos de plaza y el clamor de los carmelitas y los sansarices. Cuando llegan las fechas del fin de año, las naves de trabajo se repletan de muchachos llenos de sueños que aman a su barrio y que muchas veces van hasta ahí gratis. Las calles, por las noches, son testigos de las salidas de los barrios, con sus banderas y música. Todo eso hasta que el 24 de diciembre se produce la batalla definitoria, la que sirve de puente entre este mundo y el de las imaginerías populares.
Si el padre Francisquillo reviviera y viese en qué se convirtieron sus ideas, de seguro quedaría asombrado. Un simple gesto, una iniciativa en una villa de Cuba, devino en la más completa festividad de pueblo. No es solo la belleza de la noche y sus alegrías, sino los recuerdos, las vivencias de generaciones que construyen una identidad y un sentido. Las parrandas son una cuestión de gozo y de chanza, pero también de desarrollo de millones de personas, las cuales no se conciben alejadas del fenómeno. Se entra así en la dimensión existencial de la cultura, la cual posee enormes resonancias en lo social, lo económico, lo político y lo histórico.
Las parrandas pasaron del ruido a la música, de la pesadilla del silencio al sueño y la creación, de la soledad a la muchedumbre. No hubo vuelta atrás, nos acompañan, nos despiertan como hace más de doscientos años. Son nuestro desvelo, la marca de que Cuba tiene en su haber un ritual que la distingue. Somos un país de mitologías complejas y hermosas, de fechas que se celebran de la manera más original. En esa línea, las parrandas han sido el punto de encuentro, la salvación de una ciudad que vino a menos y no llegó a capital de provincias. Remedios sigue con su rostro de villa, dándonos la bienvenida, entre el olor a pólvora y la sorpresa.
La madrugada se tornó eterna y solo podemos vivirla al ritmo de la locura y la lucidez. Esa es la Cuba de las parrandas. Una Isla que sueña. A pesar de los pesares.
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