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domingo, 22 de diciembre de 2024

El medio ambiente está de moda

Existen confusiones muy frecuentes en el uso de los términos y, además, muchas empresas se están subiendo al carro de lo ecológico para aumentar las ventas de sus productos en una técnica denominada como ‘greenwashing’ o lavado de cara verde...

en Nodal 05/11/2023
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Medio ambiente
No es lo mismo hablar de calidad del aire que de cambio climático (Nodal)

Por Victoria González

El medio ambiente está de moda, y cada vez estamos más familiarizados con algunos de sus conceptos clave. Sin embargo, existen confusiones muy frecuentes en el uso de los términos y, además, muchas empresas se están subiendo al carro de lo ecológico para aumentar las ventas de sus productos en una técnica denominada como ‘greenwashing’ o lavado de cara verde.

Esta práctica de marketing utiliza diversas estrategias de publicidad engañosa para convencernos de que una empresa o institución es respetuosa con el medio ambiente cuando la mayoría de sus prácticas no lo son. Las maneras son muy diversas: desde ofrecer datos vagos sin respaldo objetivo, mostrar solo una característica más ‘verde’ de un producto omitiendo información sobre otros aspectos menos sostenibles, hacer un acto simbólico como una repoblación o una donación para lavar la imagen, o usar conceptos como ‘bio’, ‘natural’ o ‘sostenible’ que no llegan a indicar nada.

La creciente preocupación por el medio ambiente y el cuidado del planeta es una buenísima noticia, y para ayudarte a que no te vendan humo hemos seleccionado algunas confusiones o afirmaciones muy matizables sobre temas ambientales. La mayoría de ellas dan para mucho debate y tienen muchos estudios y análisis detrás:

Confundir contaminación y cambio climático: Puesto que la crisis climática es uno de los retos más acuciantes de nuestra era, en ocasiones parece que todas las cuestiones ambientales tienen que ver con este problema, pero no es así. Una de las confusiones más frecuentes se suele dar entre las causas y efectos de la contaminación del aire y el cambio climático.

El ejemplo del tráfico:Por ejemplo, los vehículos a motor emiten dióxido de carbono, que es un gas con efecto invernadero y contribuye al cambio climático. El CO2 es también un contaminante que afecta a la calidad del aire, pero realmente los contaminantes atmosféricos más perjudiciales para la salud son las partículas en suspensión, el dióxido de nitrógeno y el ozono troposférico. En las etiquetas actuales de los vehículos podemos saber si emiten más o menos CO2, pero este dato no nos indica su contribución real a la contaminación atmosférica. Para ello deberíamos saber, por ejemplo, cuánto dióxido de nitrógeno emite.

La culpa de la contaminación en las ciudades es de las calefacciones y no tanto de los coches: Esta afirmación es muy matizable. Efectivamente, el sistema de calefacciones domésticas provoca un alto porcentaje de emisiones de CO2 en las zonas urbanas: un informe de la organización ECOS reveló que el 75 % de la energía empleada para calentar las casas en Europa procede de los combustibles fósiles.

Sin no es lo mismo hablar de calidad del aire que de cambio climático. Cuando hablamos de contaminación hay que fijarse en contaminantes como el dióxido de nitrógeno y los óxidos de nitrógeno, y más del 75 % del dióxido de nitrógeno en el aire proviene del tráfico rodado.

Plantar miles y miles de árboles es la solución al cambio climático: La idea de un país – o un mundo- en el que una ardilla pudiera ir de un lugar a otro saltando de árbol en árbol está muy arraigada en el imaginario colectivo, pero tiene muchos matices. En primer lugar, los bosques no son los únicos ecosistemas del planeta: también tenemos prados, sabanas, tundras… por lo que llenar la Tierra de bosques no tiene mucho sentido.

Además, el cambio climático es un problema urgente que requiere acciones inmediatas, y los árboles tardan mucho tiempo en crecer y en convertirse en sumideros de carbono. Hay muchos ecosistemas a los que no se presta mucha atención, como las turberas, que almacenan más CO2 y se convierten en sumidero mucho más rápido que los bosques.

Plantar está bien, pero…: Lo ideal, según los expertos, es frenar la deforestación de los bosques que ya tenemos y dejar de emitir gases con efecto invernadero. Las reforestaciones deben ser minuciosamente planificadas, eligiendo los lugares donde de manera natural se dan las especies en cuestión, y con un seguimiento posterior.

Muchas veces se gastan enormes cantidades de dinero en hacer plantaciones masivas – y, ojo, que no es lo mismo un bosque que un cultivo de árboles- para hacerse la foto política de turno, y no se realiza un seguimiento posterior del éxito de la repoblación. En muchas ocasiones, por ejemplo en climas mediterráneos, los árboles plantados no sobreviven a la primera sequía estival o a la acción de los herbívoros.

El problema de los residuos se soluciona separando la basura; Sobre los residuos existen muchos mitos y falsas percepciones. Una de las más extendidas, que se aplica al plástico y a cualquier otro producto de vida útil corta, es que el reciclaje es la solución.

El problema es que, de todo lo que enviamos al contenedor amarillo, tan solo se puede reciclar un porcentaje muy pequeño. Lo ideal es seguir en orden las 3R: primero reducir nuestro consumo de productos innecesarios, en segundo lugar reutilizar o buscar una segunda vida al producto antes de desprendernos de él y ya por último, y si no hay otra opción, reciclar. De hecho, hay muchas más “R” que podemos aplicar antes de enviar algo al contenedor: rediseñar, reparar, redistribuir, repensar…

Querer ser superhéroes que salvarán el mundo: En los últimos años el medio ambiente y la sostenibilidad están de moda, y proliferan los libros, los productos y las recetas mágicas para salvar el mundo, ya sea con un determinado tipo de dieta, con una energía en concreto, etc.

Tanto el cambio climático como el resto de crisis ambientales que vivimos son problemas muy complejos que no tienen una única solución, y que abarcan distintas escalas que van desde la gestión y la economía global hasta el ámbito individual y personal, pasando por las iniciativas colectivas. Todo lo que hagamos (cambios en la dieta, en movilidad, en consumo energético) suma, pero ni nosotros tenemos que ser superhéroes que salven el mundo ni hay un único ámbito o receta milagrosa que arreglará los problemas. Ni mucho menos un producto adornado con muchos eslóganes verdes y llamativos. Que no nos vendan humo.

Consumir alimentos ecológicos tiene menor huella ambiental: Esta es otra afirmación muy matizable. La evidencia científica acumulada al respecto nos dice que la agricultura ecológica tiene un bajo impacto ambiental al generar menos residuos contaminantes, una menor degradación de los ecosistemas y promover el mantenimiento de una mayor diversidad. Además, favorece la retención de agua, el reciclaje de nutrientes, el control biológico de plagas y una menor erosión del suelo.

¿Qué pasa si compramos un kiwi con sello ecológico que procede de Nueva Zelanda y para cuyo transporte se han emitido grandes cantidades de CO2 y de partículas contaminantes? Por eso, muchas veces es preferible decantarse por alimentos frescos y de proximidad, aunque no tengan el sello, que por productos ecológicos que han viajado grandes distancias.

… y lo mismo con la carne: El impacto ambiental del consumo de carne es un tema muy discutido y objeto de diversas controversias. Sin ánimo de entrar en un debate complejo con muchas aristas, y dando por hecho que los motivos para llevar una dieta vegetariana o vegana son muy respetables y van mucho más allá de la cuestión ambiental, destacar aquí el mismo matiz que comentábamos en el punto anterior: ¿es más sostenible comerse un filete de vaca de ganadería extensiva criada a pocos kilómetros de casa o un plato de soja texturizada ecológica ultraprocesada que se ha cultivado en la otra punta del mundo?

La tecnología solucionará todos nuestros problemas: Está claro que muchos avances tecnológicos son grandes aliados para lidiar con los problemas ambientales, pero es peligroso confiar ciegamente en que llegará alguna solución tecnológica mágica que nos salvará y, mientras tanto, la sociedad se puede despreocupar con ese mantra de “Algo inventarán…”.

Por poner un ejemplo: es cierto que la investigación en el campo de la aeronáutica está avanzando hacia una aviación más sostenible, pero no sabemos cuándo será una realidad palpable, y mientras tanto sigue siendo una forma de transporte que genera más emisiones que otras. Lo mismo sucede en el campo de la energía: la fusión nuclear, por ejemplo, es muy prometedora, pero aún le quedan décadas para ser viable a gran escala, y las crisis ambientales necesitan soluciones más rápidas.

La pérdida de biodiversidad no tiene que ver con nuestro bienestar: La extinción de una especie a causa de la actividad humana es un drama que a muchas personas nos afecta por un tema ético y por respeto a otros seres vivos. No obstante, y si queremos verlo desde el punto de vista antropocéntrico y de la utilidad para el hombre, sabemos que la pérdida de biodiversidad también tiene graves efectos sobre nuestro bienestar: se altera el funcionamiento de los ecosistemas y, por ejemplo, se incrementa la transmisión de patógenos.

Efecto de dilución: El ejemplo reciente más claro es la COVID-19. Los científicos alertan de que la pérdida de biodiversidad es uno de los factores que favorecen las zoonosis, ya que la abundancia de especies huéspedes de patógenos puede reducir el riesgo de las mismas por el llamado efecto de dilución.

Para cuidar el medio ambiente hay que hacer grandes sacrificios y vivir peor: Este es otro mito que hace mucho daño a la lucha ambiental. Pensemos, por ejemplo, en el caso de las ciudades: a todos nos gusta disponer de grandes espacios verdes cerca de casa para pasear, o que nuestros hijos puedan ir con la bici por calles sin coches. Y, ¿a quién no le gustaría poder tener todo lo que necesita para su día a día – trabajo, tiendas de productos básicos, instalaciones deportivas, colegios…- a pocos minutos andando de casa?

Durante el confinamiento estricto de 2020 echamos de menos muchas cosas, pero especialmente el contacto social o pasar tiempo al aire libre, que son actividades con muy bajo impacto ambiental. El decrecimiento no propone una vuelta a las cavernas ni dar la espalda al progreso, y sí una vía para llevar una vida de más calidad en la que tengamos más tiempo, por ejemplo, para estar con nuestros amigos y seres queridos.


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