Rock´n Roll o Cosas de la vida (2017) como es conocida en los países hispano hablantes, es una película que comienza como mismo termina. A qué me refiero, su entorno de evolución es el mismo. Aquí lo importante no sería el lugar a dónde vamos, sino el cómo. Y principalmente la forma en que nos podamos mantener. Esto revela el filme en toda su trayectoria según la lógica fachosa que emplea. Sin embargo, no solo lo muestra como una fábula inocente que destacar, sino que también, te lo dice atrevidamente, a la cara, te lo desmenuza como concepto y lo deconstruye irónicamente (para no decir que lo destruye a su conveniencia el director/protagonista de este largo Guillaume Canet) para recrearnos una ficción alocada en la pantalla.
Canet mostró la audacia y la intencionalidad de generarnos una cinta reflejando su supuesta vida en un didáctico ejercicio del cine dentro del cine (dentro del cine una vez más, al presentarnos la idea de producir como parte del argumento una película justamente similar a la que se ve).
La película recorre de la humildad a la suprema expresión del egocentrismo y el narcisismo, separados en caso de que ambos términos no vayan tomados de la mano. En un primer instante se nos muestra una simpleza personal del protagonista que nos provoca hasta una tierna lástima. El fruto de una vida asentada y plena. Una relación consumada al lado de “la Cotillard” (Marion Cotillard) quien se representa, al igual que gran parte del elenco, asimismo. Canet nos llega a todos, nos atrapa en su versatilidad como actor y ser humano en un primer momento antes que todo se transforme y se convierta en una burda sátira a la televisión americana, a los prospectos futuros actores y a los primeros comienzos de esta profesión. Reflejando ese ser tímido, pacífico y entrañable que puede adoptar una persona que se siente realizada en los disímiles aspectos de la vida: emocional, profesional (económicamente), y después en la viva imagen del ególatra con complejos de superioridad, inferioridad o medianidad, cual le quede mejor.
Guillaume Canet posee una vida tranquila, una vida sopesada por la calma, ahogada en la rutina del día a día, sin la acción del trabajo. Hasta el punto donde parece que su tiempo ya pasó (profesionalmente hablando, y está bien con ello, no se lo había pensado demasiado), su tiempo de crear revoluciones y mejorar el cine. De tomar personajes que le demanden cuerpo y alma. Étienne (personaje encarnado por Canet en La Playa – 2000) ha envejecido y engordado unos quilos. Lo que nos deja el pensamiento de que la película giraría su atención a la Cotillard, quien ha dominado Francia, los Cesar, los Oscar y Los Ángeles. Quien su brillo natural merecería una película de su vida alejada de un documental biográfico o por lo menos una mejor que esta (aunque ahí está la gracia de esta sátira).
No obstante, Canet disfrutaría transformando este noble pensamiento al desarrollar la destrucción en líneas simples e hilarantes de una aparente pantomima de su propia vida. No es ella, en fin, es él, siempre ha sido él. Donde su personaje, no es otra cosa que él mismo, no desea batallar en contra del cine (mas, lo intenta insatisfactoriamente), mostrar cuan equivocado está, sino, exponer un ángulo de la vida que no es lógicamente razonable y esperado, donde no solo nos hará ver su extrañeza, lo poco común de un caso así, su – no me lo puedo creer –. Hará, a todas estas, que “los miserables hagan historia” (Caracazo – 2005).
Este no es más que otra muestra de su cine, por encima de su elevado narcisismo (tema que impera en la película, además). Que no es una mala expresión de los males sociales, una guerra abierta en contra del dominio de las grandes productoras, ni un apoyo ciego a las obras independientes que poseen la verdad, la expresión de la realidad cruda sobre estos temas (o eso creemos), por el contrario. Todo su cine está basado en enseñarnos las debilidades de la mente humana, esos recónditos lugares del alma (si está ahí) donde se confunden los placeres con los vicios o los complejos con aptitudes.
Esto se hace claro en un principio. Al inicio no vemos más que una fachada, una cuidadosa superficialidad de su personalidad. No hace falta tanto para explotar toda la mala vibra de este personaje que se ha montado Canet. No más que un detonante frívolo para liberar todos sus complejos.
Canet, el personaje (ya uno comienza a confundirse en este argumento) sale de la filmación y se encuentra con Camille (Camille Rowe), su coprotagonista en la película dentro de la película, quien lo repele por ordinario y convencional. Acusándolo de no tener “Rock”. Ese “Rock” que encierra toda la locura, la vibra extravagante, la juventud desatinada y las acciones descabelladas de una persona conviviente y convaleciente del Rock´ n Roll. Esta pequeña palabrita que encierra tantas tendencias placenteras y corrosivas significó tanto para Canet que le cambió su vida, incluso tanto como para hacer esta película. Esto desencadena una serie de eventos que escalan en la ridiculez a los mayores tonos bizarros posibles e imaginados, solo faltaría que Marion Cotillard cantara a lo Celine Dion en antiguo quebequéc – ah no, que sucede – y tan siquiera cuando el largo pasa de lo sublime a lo ridículo.
Lo que comenzaría con una crisis de la edad (cuarenta años para ser exactos) terminaría en una grotesca muestra de inmadurez. Tanto en la persona como en las acciones que este llega a realizar. En el transcurso de esta metamorfosis la película expresa una ruptura cinematográfica en contra de los cánones tal vez estipulados (o considerados así) con respecto a: introducción, presentación de conflicto, desarrollo, clímax y solución; debido a que su forma de desenredar el problema se torna bizarra y poco lógica. La exaltación de lo insufrible.
Lo que empezaría por un cambio de actitud personal y profesional, un cambio de vestimenta y relación social, pasaría por un drástico cambio de apariencia física dentro de esa ceguera ególatra, terminaría en un cambio de filmación muy curioso. Un ejercicio que, por tedioso, es interesante.
La película funge como un todo muy orgánico, no existe un desorden que pierda al espectador, aunque parezca un caos lo reflejado en pantalla. Lo que sucede, acontece porque puede. Se distribuye entre varias subtramas que alimentan a la trama principal en este proceso de Canet de volver a tener el ansiado “Rock”. Donde ya está de más decir que tocó fondo. Capaz de perderlo todo en ese intento de verse más joven y de una forma u otra redimir su orgullo masculino, que fue en sí, lo que lo puso en esta misma situación. En la penosa situación de dudar de su existencia, sacrificando sus logros y la estabilidad para alcanzar algo que por su edad se nota innecesario, burdo, contraproducente.
Aquí, el “Rock”, demanda un cambio de imagen. El ejercicio de Canet implica muy a fondo un cambio de imagen. ¿Pero qué nos enseña, que el exterior no cambia el interior? Canet sabe y aplica que la impuesta transformación no produce talento, no genera desarrollo o evolución. Que nadar en contra de la marea no mejorará su condición actoral o le abrirá las puertas a nuevos papeles, jóvenes personajes que su edad y madurez física y mental no le permiten. Solo que esta forma dantesca lo plasma en el argumento como un experimento bufonesco a la realidad que le ha supuesto la edad. Porque en esto consiste, en la mirada hacia la vitalidad, sí, mas también, a ese fruto que nos da la experiencia, que es el conocimiento, y sobre todo el saber vivir. O eso pienso yo.
Este cambio de imagen igualmente supuso un irracional canje técnico y argumental. El guion suponía un progreso lineal en la forma de filmación y puesta en escena. No obstante, esto gira rotundamente al alcanzar el clímax, coincidiendo con el punto más bajo al que se enfrenta el personaje en su decursar histórico (afirmando que sí, llegó bien bajo. “Si no se puede subir lo único que queda por hacer es bajar”). Algo de lo que en un principio me pareció incoherente a la trama que estábamos observando. Pensé que a Canet le hacía falta una buena cantidad de esteroides para que su final fuera considerado medianamente bueno. A partir de aquí se atestigua el apogeo pleno de la crisis. Nadie lo toma en serio en su nueva aptitud. Y con sus transformaciones físicas como vestigio claro de su desequilibrio a causa de su conversión mental, lo empieza a perder todo: trabajo, relación, confianza y tranquilidad.
Esto conllevaría a una reestructura y redención del protagonista en pos de enmendar todos los daños de su vida y de la vida de los otros a su alrededor. Pero, Canet, figurando en su papel de director y guionista tenía otros planes. Prueba la vulgaridad imaginativa y genera una ruptura, comentada antes, contradictoria a toda estipulación y estigma pensado anteriormente. Esto es lo curioso de su película, lo curioso de este final bufonesco.
Después de toda la exaltación egotista que presenta en su filme, existe la ansiada redención, mas, una redención distorsionada y a la forma muy particular de Canet, quien a fin de cuentas busca ser un Etienne a los cuarenta y se encuentra con la clásica resolución del “Amor en los tiempos del cólera” en las vastas tierras de Los Ángeles realizando la única forma de volver a hacer cine y tener algo de dinero con su nuevo aspecto grutesco. Sintiéndose pleno, dentro de tantas carencias novas, en su Cotillard que siempre lo amó, amén de que no comprendiera sus estados o se centrara en el trabajo más que nada en este mundo. – Siempre juntos ¿no? -.
Quizás su viaje tortuoso hacía la autocomplacencia y el autodescubrimiento no fue tan agitado como el del mismísimo Dante, pero terminó rodeado de los brazos de su Beatriz. La diferencia más notable sería que Beatriz tomaría también el papel secundario de Virgilio. Bueno, al parecer Guillaume Canet ha manejado todo bastante bien, casi. No es una completa decepción. Y si uno agradece las risas traídas, también las miserias. Todo es agradecido para este buen ejercicio del pensar. Su cine una vez más me demuestra que por más que se edulcore la imagen con buenas tomas y bellos cortes de edición, colores por aquí y por allá, no todo es bonito en las películas, no todo es perfección. Aún quedan los complejos y las equivocaciones que nos hacen humanos. Espero que poco a poco todos nos sepamos enmendar inmersos en dicha imperfección, confiando en un adecuado final “feliz” sin perder el Rock´ n Roll.
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