Parece increíble, pero sucede: hay todavía quien oye la palabra feminismo y se imagina una horda de mujeres consumidas por el odio y dispuestas a emascular a todo varón que se les atraviese por delante.
Con independencia incluso de su nivel cultural o de su género, muchas personas fruncen la nariz frente a quien se declara feminista, y cuestionan la orientación sexual, el placer en la vida íntima; y acusan de misandria, resentimientos, y extremismo.
Hace poco veía un documental donde una realizadora española afirmaba que para ser feminista basta abrir los ojos y ver el mundo, un mundo que es infinitamente más duro e injusto para las mujeres; coincido con ella, el feminismo no es más que una mirada crítica, empática y revolucionaria de la realidad.
Podríamos ir a los conceptos: según el Glosario para la igualdad, el feminismo es “un movimiento político, social, académico, económico y cultural, que busca crear conciencia y condiciones para transformar las relaciones sociales, lograr la igualdad entre las personas, y eliminar cualquier forma de discriminación o violencia contra las mujeres”.
Mujeres en Red, por su parte, define que el feminismo es “un movimiento social y político que se inicia formalmente a finales del siglo XVIII –aunque sin adoptar todavía esta denominación– y que supone la toma de conciencia de las mujeres como grupo o colectivo humano, de la opresión, dominación, y explotación de que han sido y son objeto por parte del colectivo de varones en el seno del patriarcado bajo sus distintas fases históricas de modelo de producción, lo cual las mueve a la acción para la liberación de su sexo con todas las transformaciones de la sociedad que aquella requiera”.
Queda bastante claro, el feminismo no está contra los hombres, sino a favor de la equidad entre los géneros, y constituye una oportunidad de liberación no solo para nosotras, sino también para ellos, que son encasillados, sojuzgados y juzgados por el machismo; aunque ese será tema para una próxima columna.
Yo he sido feminista desde que tuve conciencia, aunque no sabía que así se llamaba; comprendí muy pronto que los hombres estaban en un lugar de privilegio solo por serlo: no tenían que hacer tareas domésticas, podían dedicarse solo al trabajo remunerado, de alguna forma sus emociones y necesidades estaban siempre en el centro; y las mujeres, en cambio, vivían en el reino de la multiplicidad de tareas, de la carga mental, de las prohibiciones corporales.
Con todo ese conocimiento de la injusticia cotidiana, fui a la teoría a encontrar otras herramientas, y he tratado de llevar una vida coherente con tales principios. No siempre es fácil y muchas veces es agotador, pero vale la pena. Como madre, me empeño en el que el feminismo sea un aliado en la crianza de mi hija y de mi hijo.
Si hablara de tips (aclarando que cada familia es un mundo, que en crianza no existen las recetas únicas), resumiría que:
-Les brindo a ella y él un trato equitativo: mismos juguetes, mismas pequeñas tareas, mismos juegos.
-A mi hija no solo le alabo su belleza, le digo que es inteligente, que es fuerte, la animo a ser intrépida y a hacer actividad física.
-A mi hijo no lo regaño si llora, lo consuelo con igual ternura y apego.
-En casa, junto a mi pareja, les damos el mejor ejemplo posible, porque nos dividimos las tareas: no crecerán extrañados de ver a un hombre en la cocina.
-Con lenguaje acorde con su edad, les explico que todas las personas son iguales, les enseño a ser solidarios, amorosos, empáticos.
Según vayan creciendo, deberé hablarles de otros temas; pero lo más importante, creo, es que aprendan a tener una visión cuestionadora y flexible.
Más allá de nuestra burbuja hogareña, está –por supuesto– la sociedad machista; nos encontraremos con amistades, familiares, conocidos, educadores, que pondrán en tela de juicio las creencias feministas, que les transmitirán mensajes contrarios.
Al respecto, pienso igual que María Fernanda Cardona, que desde su artículo ¿Cómo criar desde el feminismo?, publicado en BakaNika.com, reflexiona:
“Es imposible que nuestrxs hijxs no estén expuestos a la cultura patriarcal porque esta rodea todo lo que somos. Aunque nos duela admitirlo, a nuestrxs hijxs les transmitimos, muchas veces sin querer, valores sexistas, pues por más progresistas que nos consideremos somos hijas de esta sociedad. Y, además, recordemos que no somos el único mundo de nuestrxs hijxs y por lo tanto no controlamos todo lo que les llega. No obstante, esto no es un impedimento para, por lo menos, pensar y esbozar ¿qué podría ser criar desde el feminismo?”
Para María Fernanda la respuesta va por aquí: “Sabemos que hay que intentar criar sin roles de género y que las niñas dejen de ser solo princesas y sueñen con ser cosas que estaban vetadas para ellas, como científicas o presidentas. Que tengan la confianza para decir que algo no les gusta porque saben que no se les va a responder con un «qué problemática». Que su rabia sea validada y no se les diga «eso no es de señoritas». Que los niños usen rosa, lloren y sean sensibles. Que entiendan que un «no es un no» y que todo tipo de relación debe ser consentida. Que sepan que «ser niña» no es un insulto y que ni las emociones ni los juegos tienen género.
“También sabemos que desde los feminismos hay que acompañar a lxs niñxs en su desarrollo y aceptar y apoyarles en su orientación de género e identidad sexual y, en sí, educar para que la diversidad de todo tipo –cuerpos, razas, gustos, sexualidades, creencias– sean respetadas”.
No es fácil, pero tampoco tan difícil. Así como para lograr una maternidad más plena debe renunciarse a la culpa constante, para llevar adelante una crianza feminista es imprescindible desertar de la perfección, del dogma (por un ideal noble se pueden tomar actitudes dogmáticas y sectarias) y perdonarnos los retrocesos consustanciales a todo avance.
En resumen, sí, el feminismo y la crianza feminista son peligrosos, mucho, porque liberan; y desde la libertad se construyen órdenes nuevos y se derrumban privilegios injustos.
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