“Otros propagarán vicios, o los disimularán: a nosotros nos gusta propagar virtudes. Por lo que se oye y se ve entra en el corazón la confianza o la desconfianza”, nos decía, a buena hora, nuestro Martí en esa escueta y visceral crónica donde iba en busca de las esencias de “El alma cubana”.
Por estos días, Cuba se remueve, expectante, dubitativa, casi silente por los golpes del desánimo, esperanzada… ante el acontecimiento de la Serie del Caribe, de su retorno, el de Cuba, a ella, luego de exclusiones que poco o nada han tenido que ver con lo estrictamente deportivo, si es que hay algo que lo sea.
La fecha que corre resulta particularmente dolorosa, pues solo han transcurrido horas de haber caído ante Venezuela con una diferencia de 17 carreras, que en pelota es mucho. Sin embargo, han pasado otras cosas.
A más de medio mundo de distancia, “buceando” en decenas de páginas de YouTube, de Facebook, sitios webs oficiales, extraoficiales, de mentiras, verdades, de seriedad y sensacionalismo, intentando hasta el cansancio con aplicaciones “piratas”, no he hallado cómo ver los partidos de marras. La culpa puede ser de la caja decodificadora, que no sirve, de que no tengo un centavo digital para subscripciones de ningún tipo o que los derechos de transmisión corresponden a ESPN.
La cuestión es que, para un cubano en África, de pronto se torna difícil acceder a los juegos internacionales donde su país participa. Y uno, mientras más lejos, más se aferra a esas pequeñas dosis de patria y se descubre como un loco tratando de encontrar, para encontrarse, las cosas que son de uno, entre las que cabe, por supuesto, ganar o perder.
Al final me las he arreglado para escuchar las narraciones por un canal de Telegram, Círculo de espera, donde unos muchachos, desde sus casas, silencian TeleRebelde y narran lo que ven. Por tres días consecutivos, he ganado, perdido y perdido con Cuba a través de ese proyecto alternativo de difusión de deportes y eso, en apariencia, no significa nada del otro jueves. En apariencia…
El viernes, a mitad de partido, percibí que quien narraba solo tenía por público a cinco personas en el audiochat. A veces más, a veces menos, pero pocas. Ayer, en medio de la hecatombe de batazos contrarios, durante gran parte del tiempo solo narró para mí.
Algunos periodistas tenemos crisis frecuentes, desatadas por preguntas que nos atraviesan como cuchillos. Muchos nos hemos preguntado una y otra vez: a quién diablos le llega lo que hago, en quién influyo, la vida de quién logro cambiar o transformar o al menos tocar por unos instantes que le valgan la pena. En ocasiones, nos cubre el miedo de estar hablando o escribiendo para nosotros mismos y decimos: “contra, eso no es lo que yo quiero hacer, al menos no así”.
Pero en verdad no se sabe, no, porque entonces te encuentras con que, desde la sala de su casa, interrumpido a ratos por el estruendo de camiones con basura, por las llamadas inoportunas que entran y le entrecortan la voz, por la dichosa cobertura que cuando quiere viene y va, un chiquillo te describe en Cuba lo que está pasando en Caracas y que tú escuchas en Maputo. Entonces, mediante la voz de quien pareciera estar en la cabina del estadium narrando para millones, te inventas el partido que está siendo.
Y habrá quien diga: “Hay que ser muy ‘vicioso’ para ponerse a ‘jugar’ al comentarista y gastarse la voz —que en no pocas ocasiones es jugarse la honra— para que te escuchen diez, veinte, cincuenta, cinco… para que te escuche solo uno”. Habrá, en fin, quien tenga a bien menospreciar el esfuerzo de pequeño alcance, el casi anónimo …
No obstante, también habrá otros, quizás alguno de esos cinco, para quienes la presunta pequeñez no es tal, sino todo. Cuando el mundo de la información mercantilizada te cierra todas las puertas, uno precisa agradecer esas cosas que ocurren y trastocan, agradecer que alguien trague el bálsamo amargo de ver cómo destruyen a los suyos y siga.
Seguir como siguen los músicos que ven la plaza vacía o como el profesor a cuya clase faltó dos tercios del aula, seguir, porque es lo que toca y de algo ha de valer…
Seguir, precisamente como ayer, cuando, compartiendo la angustia, nos enteramos, solo él y yo en ese frío audiochat, que en la Serie del Caribe ningún juego se recorta por nocaut, por mucho que te estén destrozando la camiseta. Seguir, porque está jugando el Cuba y, cuando el Cuba juega, nada más importa.
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