Hacerse de una plaza como funcionario público representa mucho. Salario fijo cada mes aun faltando por problemas de salud e incluso acceder a los reducidos servicios de hemodiálisis si por alguna dolencia renal crónica fuese necesario.
Tal es el caso de Vasta, una mozambicana de 31 años oriunda del barrio Infulene D de la ciudad de Maputo. Ella logró estudiar hasta el duodécimo grado en la escuela pública y obtener por concurso la plaza de auxiliar de servicio en la sala de cuidados intensivos del hospital central capitalino hace ya cinco años.
Vasta Buenaventura es todo un personaje, con un carácter jovial le podemos encontrar en cualquier sitio de la inmensa sala. Como ella misma confiesa, su trabajo no se reduce a la limpieza del recinto, sino que puede ayudar al baño de los pacientes e incluso colaborar en la administración de alimentos.
Mantener el orden interior de todas las dependencias de la sala, incluidos los cuartos médicos, llevar las muestras de análisis recogidas a los diferentes laboratorios e ir a buscar los resultados son otras de las disímiles tareas.
La distancia recorrida cada día hacia —y desde— las diferentes áreas hospitalarias por los auxiliares es considerable. Por ejemplo, el banco de sangre está a más de 500 metros y en ocasiones deben ir varias veces hasta conseguir algún hemoderivado (glóbulos rojos, plasma, plaquetas).
Con tres hijos de doce, siete y dos años que cuidar resulta difícil llegar a fin de mes, pero se las ingenia. Nunca pone peros si le necesitamos para alguna diligencia, conoce cada sitio, cómo llegar y resolver. Genuinamente alegre transmite su energía. Sus ojos oscuros reflejan una picardía zalamera a la que su cuerpo le pone cadencia.
Sería descabellado imaginar el funcionamiento de cualquier servicio hospitalario sin sus auxiliares. El vocablo proviene del latín auxiliaris, que califica a aquello que auxilia, brinda colaboración o algún tipo de asistencia. Son indiscutiblemente un componente esencial del proceso facilitando e incidiendo en la calidad de los resultados.
Vasta, mujer y madre trabajadora, regala su sonrisa quizás sin conocer cuán importante resulta su trabajo. Ella y sus compañeros merecen el respeto que cada día podemos expresarles con una palabra: gracias.
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