“¿Cuál es mejor, Samsung o Redmi?”, pregunta una wasapeña en el grupo Orejas (el de quejarse o hablar temas menos cercanos al sexo, para no contaminar Senti2), y allá vamos todos a contar experiencias y ponderar virtudes o limitaciones.
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Estuve tentada de decir que el mejor celular es el que no ha salido aún al mercado porque así funciona el mundo ahora, pero no quise meterle demasiado ruido a quien debe tomar una difícil decisión: dejar su telefonito aún sano y vigoroso (y cargado de conocimientos, conversaciones, recuerdos) para adaptarse a otro con mayores prestaciones, según dicen.
Creo que nadie ha podido explicarme con suficiente coherencia cómo es posible acostumbrarse a desechar cosas porque sí, porque la otra pinta mejor, y a la par exigirnos ser rígidamente fieles a la pareja, la familia, el empleo, la comunidad, las ideologías, los equipos deportivos o musicales… incluso si ya no nos resultan funcionales.
¡Y ni hablar de quienes valoran mejor vivir al revés y guardar culto sólo a lo objetual y no a lo que palpita, o no le tienen amor a nada ni nadie, ni siquiera a la vida!
Las nuevas generaciones se las ven difícil para sobrevivir en esa gran disonancia entre lo efímero exterior y lo que debería ser más permanente y enriquecer su esencia… Y sí, no es dilema nuevo, pero ahora la urgencia es ley cierta, y da trabajo saborear una obra, un pudín, un noviazgo…
¿Cómo enseñarles a elegir entre lo que de verdad hace falta poseer o transformar para expandirse, y lo que es mejor dejar así, como lo hizo Natura, en el entorno y en el propio cuerpo, en las relaciones y en lo que llamamos nuestro, aunque haya sido pensado y construido por desconocidos?
Y tú dirás: ¿Tanto filosofar un martes por una obsolescencia programada, “natural” e inevitable? Pues sí: el trance es ajeno, pero empatizo con su protagonista y no dejo de pensar que va a tocarme pronto a mí también, a insistencia de quienes en casa son más dados a la novedad tecnológica.
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Al menos en este aspecto de las comunicaciones, eh… porque cierto señor no entiende de modernizar la pareja para estar al día con las novedades, y se aferra al viejo modelo de relación cerrada, monogámica y cuasi tradicional.
Cosas y seres, ¿se pueden desligar en serio? Para mí es tan absurdo deshumanizar un objeto como desarraigar a una persona de su contexto y pretender que funcionen para mi beneficio por el tiempo que me resulten atractivos, y sanseacabó.
Además, ¿qué pasó con el chiste del consumismo a la cubana? Eso de que pasábamos la vida entera con-su-mismo trabajo, su mismo carro o chivichana, su misma casa, pareja de dominó, bodega, padrino, juego de vasos, refrigerador… ¿era solo por “subdesarrollo” y no por gratitud y racionalidad? ¿De verdad es mejor el usar y tirar que contamina otras latitudes?
Ya sé, añorar es apego, pero lo contrario ¿qué es? ¿Cómo se pueden desechar productos y personas antes de conocer siquiera su origen y valor de existencia? ¿Cómo puedo decidir que mi cel ya no me sirve, si aún no exploro todas sus potencialidades ni le doy el mantenimiento que requiere?
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Hago una introspección a mi infancia para entender por qué pienso así, por qué me encariño con ciertas cosas y hasta le pongo nombre a los equipos mientras dejo libre a las personas para ir y virar a su antojo…
Será por mi tío el ebanista-historiador… O por los alucinantes paseos con mi viejo a los basureros llenos de tesoros reciclables… O por el personaje Manrico, de La Familia Mumín, que sólo poseía una armónica y su viejo sombrero, pero era el más libre y fascinante amigo del simpático trol.
No me hagan caso. Mientras me debato entre mi cansadito y abarrotado celular y el nuevo tareco a-prueba-de-todo que quiere regalarme Jojo, me cae en las manos el nuevecito de mi viejo, que apenas usó para iluminar sus pasos en un errático final, pero todos me dicen que no va a “dar el plante” para lo que proyecto de trabajo y crecimiento y es mejor sacarle dinero para gastarlo en chucherías. ¡Uf!
Polvo somos, ya sé: minerales cansados… Pero al menos podemos enamorarnos un poquito del trayecto, ¿no? Si como dice otro poeta, todo pasa, todo queda, y lo nuestro es pasar en un pestañazo… ¿por qué no soltar más a la gente y tirar menos lo que costó esfuerzo y aún resulta útil?
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