«¿Cómo puedo saber si le gusto a una mujer?», pregunta un chico por privado en WhatsApp, y yo pienso que habla del proceso de seducción, pero no.
A medida que escribe entiendo que solo se acuesta con mujeres a las que ofrece alguna «ayuda económica» y la mayoría no le da señales de agrado o desagrado en el proceso: van directo al asunto y se muestran distantes y «profesionales».
Eso le hace sentir mal, dice, porque él quiere otra cosa. De verdad no entiende que el dinero no pague su ilusión completa, una quimera que incluye procrear hijos, pero no para criar, sino para mantener de lejos, como un padre separado.
Solo una de ellas goza con el intercambio físico, dice. O él cree que goza. Más bien no sabe si goza y por eso me escribe. Piensa que si las otras no se esmeran en aparentar, tal vez a esta sí le guste hacerlo con él y en ese caso es buena candidata para sus planes filiales… ¿O estará fingiendo? Necesita saber cómo saber: un enredo epistemológico que ha traído a los hombres de cabeza por siglos.
Esa manía de controlar lo que pasa en los cuerpos y mentes femeninas dio origen al Patriarcado hace milenios. Desde entonces la brecha se bifurca y reinventa de mil modos para seguir usándonos como reproductoras y carenar en nuestras aguas naufragio tras naufragio. Si en épocas más intuitivas mortificaba no saber lo que sentíamos, imaginen su frustración en esta era de control virtual y posverdad machista.
Pero el chico no puede digerir ese discurso, así que opto por explorar sus razones para pagar por algo que pudiera obtener por otra vía y ahí salta la clásica triada: baja autoestima, traumas con la madre y vivir al margen de la sociedad.
Dice que preferiría ser como los otros. Se ilusiona con la posibilidad de gustarle a las mujeres, y a esta en particular porque aspira a convertirla en madre: otra relación sucedánea que pretende manejar a imprudente distancia, como una cuenta a plazo fijo para garantizar cuidado en su vejez.
Pero no lo propone abiertamente: por ahora prefiere seguir con su «ayuda» para no desinflar la burbuja, pues teme que si pide exclusividad ella lo deje plantado o se burle de él.
Su historia me recordó a alguien cercano que entre complejos, sobreprotecciones y gustos por encima de su realidad, nunca tuvo novia. No conocería el coito si su madre no hubiera decidido financiar las visitas de una chica cuando lo vio llegar a los 40 en virginal estado de constante mal humor.
No soy partidaria de la prostitución por miles de razones, aunque no juzgo de forma individual a quienes la practican con tarifas y horarios… o a cambio de recargas, remesas, cenas de lujo u otras donaciones. A fin de cuentas, las amas de casa también dependen del dinero ajeno para mantener su estilo de vida y a nadie se le ocurre acusarlas de usar el sexo como moneda de cambio, como dice una amiga en esa situación (en ambas, porque tiene marido y recargante habitual).
Ya es menos frecuente, pero tampoco es raro que un joven con problemas para relacionarse (o para aceptar las frustraciones de un idilio) llegue al mundo del erotismo mediante transacción monetaria, lo cual no es más condenable que enredarse en la disco en un sexo carnal con una desconocida sin involucrar sentimientos ni mostrar responsabilidad.
En el primer caso, lo que esta fuera de lógica es que al minuto de acostarse con la muchacha la invite a una excursión familiar (con todos los gastos cubiertos y pagándole el tiempo del paseo), no para dar el plante ante los otros con su dama de compañía (que también existen), sino auto convencido de que así funcionan las relaciones reales, que el dinero puede darle el control de la vida de esa chica en lo adelante y comprarle además su respeto y placeres auténticos.
Ese es un error peligroso, porque el mundo de las fantasías es ilimitado, pero el dinero no. Además, la otra persona tiene sus propios dilemas existenciales y llega al estado de vender favores por razones distintas a las de quien paga. Cobrar no solo resuelve sus problemas materiales, sino que es un permiso para huir de las frustraciones de sus clientes.
Entonces, ¿cómo le explico al lector que quizá la chica sí guste de su desempeño en la cama, pero eso no significa que quiera involucrarse más? O quizá solo guste de sí misma, o sea buena fingiendo, o le haya cogido lástima por su inseguridad…
Ojalá aprenda la lección antes de cometer el peor desatino, porque «dejar su simiente para el futuro» suena muy poético en un chat, pero desear hijos regados y creer que una pensión es suficiente para ganarse su atención incondicional, es prostituir la esencia misma de la familia y de la vida.
LiaVida
30/8/22 10:39
Uy, que loco todo, es triste encontrarse con este tipo de historias, cuanta carencia espiritual y psicológica y hasta traumas infantiles, en fin ojalá ese joven despierte de su letargo emocional
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