Los europeos tienen su Mediterráneo, en cada uno de cuyos rincones, junto a las más variopintas culturas, se atesora un tramo recorrido por el pasado del hombre. Sí, donde lo mismo floreció el portento greco-romano, que se originó el cristianismo.
Ah, pero, en este lado de la cuenca atlántica, contamos igualmente con un Mediterráneo, el nuestro, también abanico de culturas, y provisto de un ayer por el cual ha transitado buena parte de la historia en los últimos siglos.
Entre un arco de islas y la tierra continental, está “el Mar de las Antillas, que también Caribe llaman”, como dijo Nicolás Guillén. Y este charco sería encrucijada de pueblos, punto de cita para convocarse – con muchísima intimidad-- todas las latitudes universales.
SE FORMA LA MEZCOLANZA
Acá, en el Mar de las Antillas, primero serían los indiecitos, quienes iban a resultar sañudamente exterminados. De ellos heredaríamos desde nombres geográficos, incluidos Cuba o Haití, hasta el tabaco, esa hierba del placer peligroso, las ensoñaciones y la farmacopea.
A partir de 1492, Europa se hace presente, con aquel genovés, Gran Almirante de la Mar Océana.
España, un auténtico mosaico, traería desde el gallego tenaz hasta el laborioso canario.
También procedentes del Viejo Mundo, no iban a faltar en el gran salto trasatlántico el inglés y el holandés, habilísimos navegantes. Y el hijo de la Francia, agricultor experimentado, cuyo destino parece haber sido el de convertir al Caribe en paraje de cañaverales y cafetos.
SIGUE COCINÁNDOSE EL AJIACO COLOSAL
Hasta el Caribe, procedentes del gran arco costero africano que va de Senegal a Mozambique, vinieron –mejor dicho, por las malas los trajeron-- el congo animista, el carabalí levantisco, o el yoruba, con su cofradía de dioses que desbordan humanas veleidades, y que tanto recuerdan al panteón de griegos y romanos, con una jacarandosa Ochún, que retrata a la complaciente Venus, o un Ogún, dueño del hierro, y por tanto pariente del forjador Hefestos.
En aquella llamada del universo, en esa mixtura colosal, también figurarían como ingredientes culturas varias veces milenarias, como la china y la hindú.
¿Me preguntaba usted por el resultado de la grandiosa mezcla? Pues nada menos que nosotros, los que nacimos con el Caribe bañándonos los pies.
EN EL CARIBE REPOSAREMOS
Como en todo el Mar de las Antillas, uno se crió comiendo ñame, fufú, quimbombó y puerco asado, el bucán piratesco. Y, cuando degustaba un ajiaco ni podía sospechar que lo consumido era nuestra versión del asopao puertorriqueño. / A la hora del bailoteo, nos daba lo mismo el cubanísimo Benny Moré cuando interpretaba Vida, que el boricua Daniel Santos cantando Yo vendo una casita. Mientras, no dejábamos de escuchar cómo los vecinos, descendientes de jamaicanos, entonaban un calipso.
En pocas palabras: el Caribe es nuestro gran crisol, el melting pot donde se han fundido los más disímiles pueblos, culturas, comportamientos, concepciones del mundo.
Es decir, uno echó cuerpo en esta comarca planetaria donde, cuando nos toque, reposarán nuestros huesos, plenos de orgullo.
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