A veces los topónimos –nombres geográficos-- nos tienden trampas.
Así, paradójicamente, Puerto Boniato dista del litoral casi una decena de kilómetros.
Ah, pero “puerto”, como accidente geográfico, no sólo denomina al “lugar de la costa dispuesto para dar abrigo a los barcos”, como declaran los diccionarios al uso. Aquí subyace una vieja voz hispánica. Leo en un recodo de la literatura española: “…puerto le llaman aquellos campesinos a la cima del monte”. Lo cual resulta perfectamente acomodado a la topografía de ese punto santiaguero. (Ahora mismo estoy escuchando a Los Compadres entonar aquello de “Que nos vamos a comer, / sarandonga, / un ñame con bacalao, / sarandonga, / en lo alto del puerto…”).
Hay en Cuba otros “puertos” de tierra adentro: El Puerto, trepado en el lomerío mayaricero; Puerto Arturo, poblado espirituano alejado del mar; Puerto Escondido, que lo está hasta el punto de sólo conocer las aguas del río Zaza. El banense Puerto Rico sí se enfrenta al Atlántico, pero no responde a la definición clásica, pues no hay allí instalaciones portuarias, sino una base de campismo.
Vienen más perplejidades con los “cayos”, también de tierra adentro. Los Cayos de San Felipe están encaramados en la Cordillera de Guaniguanico. Cayo Espino dista muchísimo tanto del Golfo de Guacanayabo como del Mar Caribe. Y otros incontables “cayos” no conocen ni de lejos el olor del salitre.
¿Cómo justificar la anterior incongruencia? Pido venia para hacer luz, citándome en El habla popular cubana de hoy:
“CAYO DE MONTE m. Cub. Boscaje de poca extensión”.
Y así todo queda explicado.
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