Muchos están convencidos de que el refranero es un evangelio de la sabiduría popular.
Y yo coincido con los que así opinan.
Veamos algunas pruebas al respecto:
A amistades que son ciertas, siempre las puertas abiertas. Así rinde honor el refranero a una de las más preciadas entidades humanas: la amistad.
A buena hambre, no hay pan duro. En este refrán encontramos contactos con El Quijote, cuando asegura que el mejor condimento es el hambre.
A buena hora, mangas verdes. Viejo refrán, que nos recuerda la época, de los Reyes Católicos, cuando las autoridades de la Santa Cruzada usaban mangas verdes, y siempre llegaban retrasadas al escenario del delito.
Aceituna comida, cuesco afuera. Aquí nos invitan a dejar de preocuparnos por lo ya concluido.
Acuérdate, suegra, de que fuiste nuera. Consejo digno de ser atendido, en bien de la concordia familiar.
A Dios rogando, y con el mazo dando. El refrán nos advierte, como en el consejo bíblico, que la fe ha de estar acompañada por las obras.
A palabras necias, oídos sordos. Este refrán castellano tuvo un jocoso equivalente cubano: “A palabras embarazosas, oídos anticonceptivos”.
¿Adónde va Vicente? A donde va la gente. Aquí el refranero zahiere a los incapaces de mantener una actitud que los personalice.
Barco varado, no gana flete. Sin lugar a dudas, un cántico a la laboriosidad.
Al mejor cazador se le va un tiro. Este refrán le viene como anillo al dedo a quienes se las dan de infalibles.
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