Corresponsales voluntarios ayer y hoy

No lo he encontrado todavía, a pesar de haberlo buscado infructuosamente en las páginas del semanario Vanguardia, cuando circulaba como periódico diario por la provincia de Las Villas, que abarcaba las hoy Villa Clara, Sancti Spíritus y Cienfuegos. Pero estoy totalmente seguro de que Roberto González Quesada, entonces Jefe de Redacción, fue cortante y tajante, al indicarme que incluyera esa breve nota que seguiré buscando hasta hallarla.

Hubo quienes hicieron gestos de asombro y exclamaciones de sorpresa, con el titular “Multado jinete por exceso de velocidad”, escrito por un corresponsal voluntario de San Diego del Valle, perteneciente al municipio de Cifuentes, en Villa Clara.

El autor era Augusto Gutiérrez Rofes, un trabajador del Comercio que reportaba noticias de esa localidad, y en esta ocasión se refería a un hombre ebrio montado en un caballo que a todo galope atravesó el poblado en pleno carnaval. El juicio fue celebrado al momento, y al jinete lo sancionaron por causar un desorden público.

Como ese periodista por afición y sin cobrar, en el decenio de los 70 había tantos en Cuba que muchos medios de prensa radial y escrita le dedicaban espacios exclusivos a los llamados corresponsales voluntarios obreros, pioneriles, u otros adjetivos según el sector en el cual trabajaran.

Todavía en la siguiente década, la de los 80, persistían esos hombres, mujeres y menores de edad, provistos de conocimientos mínimos de técnicas periodísticas a través de folletos confeccionados por profesionales como Ricardo Cardet, o cursos de capacitación organizados por la Unión de Periodistas de Cuba.

Dotados de lápiz, bolígrafo o papel, y en muy escasas ocasiones de una máquina de escribir, redactaban las notas que luego dictaban de modo muy trabajoso, pues establecer la comunicación no siempre era fácil, a pesar de que le decían a la operadora del centro telefónico que era una “llamada urgente de prensa”.

Por supuesto que había que estar debidamente acreditado para gozar de esas facilidades, lo mismo que para enviar la nota mediante telegramas en las oficinas de correos, donde el corresponsal debía solicitar el servicio ACP (A Cobrar Prensa) que era a través de un ruidoso aparato conocido como teletipo.

No pocos profesionales de la prensa acudíamos a los corresponsales voluntarios, a quienes contactábamos antes que a las fuentes, y en la mayoría de las ocasiones nos ofrecían pistas y daban datos que de otro modo no hubiéramos obtenido.

Las tecnologías de la época eran lápiz y papel, telefonía analógica mediante operadora, telegramas, correo postal, o algún chofer que accediera a llevar la nota hasta la oficina de tráfico de la terminal de ómnibus de destino, donde el personal de la publicación la recogería.

Hoy, a punto de terminar los primeros dos decenios del segundo milenio, aquel movimiento de corresponsales voluntarios no desapareció, sino que se adecuó a los impactos recibidos al comenzar el Período Especial en 1990, cuando se redujeron tiradas y desaparecieron publicaciones, lo cual afectó el espacio para publicar.

Al mismo tiempo que mermaron las tiradas, las páginas y la frecuencia de las ediciones, lentamente comenzaron a introducirse otras nuevas tecnologías que han ido convirtiendo a todos sus poseedores en potenciales corresponsales voluntarios de nuevo tipo.

Estos modernos corresponsales voluntarios, con un teléfono celular ya están dotados de grabadora, cámara fotográfica y de filmación, libreta de notas y, además, correo electrónico para transmitir las informaciones. Por supuesto que también disponen de diccionario, archivo de datos y posibilidades de navegar por sitios en Internet o dentro de la llamada Intranet cubana.

Y si ningún medio de prensa les publica difunden las informaciones por correo electrónico, en blogs o bitácoras personales o cualquier sitio de redes sociales.

Sin dudas, aquellos corresponsales voluntarios de antaño como Lidia Coello en Cabaiguán; Horacio Pérez Noa, en Placetas; Víctor Herrera Viuzat, en Iguará; Evelio de Atoche Zerquera, en Trinidad;, Enrique Fernández, en Cifuentes; Antonio Amengual, en Taguasco y otros muchos más, hoy harían su faena con mucho más comodidad y alcance.