Apariencias

Al enterarme que el fotorreportero de Juventud Rebelde, Juan Moreno Hernández fue merecedor del Premio Nacional de Periodismo Deportivo a la Obra de la vida recordé cuando lo vi por primera vez en algún año de la década de los 70 del siglo pasado.

Un colega me dijo: anda huyendo porque Aldo Isidrón del Valle (periodista de Granma en la antigua provincia de Las Villas) le dijo que Catayo lo anda buscando para ajustarle cuentas porque publicó una foto donde aparece en acción con el brazo que no es el que él usó para hacerse famoso.

Angel Catayo González era un exjugador cubano de béisbol, participante a los 18 años de edad en la segunda Serie Mundial de Béisbol Amateur, celebrada en La Habana en 1939, miembro del Deportivo Matanzas, que en 1947 emigró a Estados Unidos para jugar en las Ligas Menores, hasta el final de su carrera deportiva en 1956.

Resultó que Moreno le había hecho una foto para una entrevista, pero además, le agregaron otra de archivo, que por las tecnologías de la época quedó invertida, como podía suceder si el laboratorista cometía un descuido.

Por supuesto que en esos años el fotorreportero no se fijó en mí, que era estudiante de los primeros años de Periodismo, por lo cual al llegar a Moscú no pudo identificarme en el aeropuerto de Sheremetievo cuando Francisco Mastrascusa le sugirió que me preguntara por la salida de la terminal aérea.

Al ver mis facciones (de un hijo de chino y china, nacido en Cuba) Moreno usó varias palabras de las llamadas malas para calificarme y decir que yo no sabría indicarles, a lo cual le riposté otra sarta de frases de igual categoría, pero agregando que yo era un enviado de Catayo para ajustarle cuentas.

Entre risas y saludos concluyó aquel encuentro, tras explicarles cómo salir del laberinto y continuar camino con una llavecita del tamaño de todas las que hay en el mundo, pero colgada de un pesado llavero metálico del tamaño de una pera que el hotel para pasajeros de tránsito entregaba para evitar que los olvidadizos se la llevaran.

Durante la segunda parte del vuelo recordaba frecuentemente el incidente, cuya explicación era que las apariencias engañan, y tuve tiempo de disquisiciones tales como que los periodistas no podemos dejarnos llevar por lo que las cosas parecen, sino que debemos investigar, comprobar.

Con ese pensamiento llegué al destino. Bajé las escalerillas del avión, vi a dos niños con flores en sus manos, volví la mirada hacia la portezuela de la aeronave en busca del personaje que estaban esperando para entregarle el obsequio, pero nadie más descendió, pues yo era el último pasajero.

Una vez dentro de las instalaciones aeroportuarias, los encargados de atenderme miraban con asombro, decían palabras de bienvenida, hacían observaciones e inquirían amablemente cómo había hecho el viaje, hasta que uno de ellos preguntó para sí mismo, pero en voz alta: ¿Y las flores?

Entonces intercedió el traductor y me pidió regresar al avión porque ni los niños ni el fotógrafo que los acompañaban me identificaron como el periodista cubano que llegaba a Corea en una viaje de intercambio profesional.

Recordé a Moreno cuando vi al fotógrafo preparando el escenario para tomar una instantánea de mi llegada.