Quien tenga grandes sumas de dinero mal habido y necesite legalizarlos, puede acudir a alguno de los miles de bancos offshore que operan en cualquiera de los 81 paraísos fiscales conocidos. Haga lo mismo si su dinero ha sido ganado legítimamente, y quiere ocultarlo de las autoridades fiscales de su país para evadir el pago de impuestos.
También trasladando sus operaciones a paraísos fiscales, ciertas personas ocultan a acreedores y deudores su verdadera solvencia, y utilizan estos servicios para realizar adquisiciones de yates, aviones, mansiones y otras, sin pagar gravámenes.
Para obtener información, los interesados pueden contactar a alguno de los cinco grandes bufetes de abogados especializados en crear, registrar, y traficar con empresas, fundaciones, y sociedades “opacas”. Solo uno de los cinco mayores dedicados a este negocio, el Mossack Fonseca, en menos de cuarenta años ha creado alrededor de 240 000 de esas entidades. Ello significa unos 6000 al año. Semejante volumen ofrece una idea de la demanda.
No hay que temer involucrarse con los paraísos fiscales. Por lo general son estados soberanos, cuentan con asientos en la ONU, presentan y aprueban resoluciones moralizantes y condenatorias. Veintiuno de ellos están vinculados a la Unión Europea, diez a Gran Bretaña, y algunos a Estados Unidos.
Los paraísos fiscales cobraron auge desde mediados del siglo XX, cuando debido a procesos económicos y financieros se generalizaron las megas fortunas, aumentó el número de millonarios, comenzaron las grandes operaciones de narcotráfico, y se expandieron los mercados ilícitos de armas, divisas, e incluso de personas.
Para realizar estas operaciones ilegales se hicieron necesarios servicios financieros internacionales opacos. Lo más trágico y paradójico es que algunos estados encontraron en esa industria un modo fácil de obtener dinero.
Un ángulo repugnante de este lucrativo negocio es ofrecer facilidades para que los gobernantes corruptos oculten los desmanes financieros cometidos durante su gestión.
Muchas personas se preguntan de qué modo los capos de la droga pueden mover sus dineros, enriquecer a parientes, sobornar a autoridades, pagar mercenarios, contratar sicarios, y poseer valiosas propiedades en diversos países.
Los “Papeles de Panamá”, comienzan a develar los enigmas que permiten a un cabecilla terrorista, con un teléfono móvil y un ordenador portátil, desde una gruta en Tora Bora o una aldea asiática, mover las enormes sumas de dinero que financian la actividad terrorista a nivel global.
Del mismo modo que será difícil encontrar los nombres de encumbradas figuras de la política y gobernantes de importantes países, aunque sí los de sus parientes, testaferros y prestanombres; tampoco aparecerán los de Ahmed ben Laden y ni de Abu Bakr al-Baghdadi, ni se revelará el modo cómo el petróleo y las antigüedades robados en los pueblos invadidos y ocupados del Oriente Medio, son comercializados para sostener financieramente un engendro como el Estado Islámico.
Ante los ojos del mundo desarrollado, amparado en sus leyes, aprovechando fisuras en los criterios acerca del derecho a la privacidad y el secreto bancario, el afán de lucro, unido a la carencia de escrúpulos, ha permitido crear una tupida red que, aunque no surgió con tales fines, se ha transformado en una mafia global.
Tal vez los “Papeles de Panamá” sean un paso decisivo para desmontar ese entramado que de permisivo puede derivar en criminal. Allá nos vemos.
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