//

sábado, 5 de octubre de 2024

Yo conocí a Fidel

Es inevitable la sensación de estar reconstruyendo la vida de un hombre que pareciera multiplicarse y ser ubicuo, capaz de tocar el espíritu de quienes lo conocen para inspirarlos a lograr grandes empeños...

José Armando Fernández Salazar en Exclusivo 13/08/2016
0 comentarios

Dos cosas suelen estresar a los periodistas: Que no quieran darle una entrevista o que una mañana se aparezca el jefe en la redacción y le oriente a un reportero “que escriba una crónica sobre un tema ahí”. Todo periodista que se precie de serlo le teme a la crónica, porque es un género que se ha de escribir sin el vértigo del cierre del periódico, escogiendo las palabras con la paciencia y la meticulosidad de un orfebre.

Y heme de pronto frente a la página en blanco. Pero se trata de una situación diferente, porque la tarea es escribirle una crónica a Fidel. ¿Cómo huirle a los lugares comunes? ¿Cómo escapar de la adjetivación o el palabreo complaciente?

Antes, los colegas que ya peinan canas o no tienen nada que peinar, hubieran corrido a la biblioteca o a los archivos. Esta generación de reporteros se va a Internet, donde se encuentran fragmentos de discursos del líder de la Revolución cubana, anécdotas de quienes le conocieron, entrevistas que concedió, sus reflexiones, investigaciones que analizan su pensamiento. Son posibles más de un millón de clics, que también llevan a páginas llenas de odio y tergiversaciones sobre las que no vale la pena gastar ni tiempo ni palabras.

¿Cómo hablarles a los cubanos de Fidel? Es imposible no sentir el temor de estar por debajo de las expectativas de los lectores, que abrirán ese día las páginas del periódico buscando la crónica de Fidel.

Salgo a la calle y en lo que me rodea encuentro lo que estaba buscando. Una imagen más íntima y humana a la que es posible hallar en los libros y los miles de artículos que se han escrito sobre él. Como decía Martí, los hombres muchas veces suelen convertir a sus héroes en mármol.

Supe del Fidel apasionado del deporte con un testigo de sus encuentros con Teófilo Stevenson. De su compromiso con el desarrollo del país durante sus jornadas cortando caña y compartiendo la bandeja del almuerzo con humildes macheteros. De sus visitas a las escuelas de maestros en las montañas orientales en los primeros años de Revolución, cuando casi pierde la vida en un accidente en un helicóptero.

De la señora que prometió a la Virgen de la Caridad erigirle una ermita si lo protegía para que llegara vivo al Triunfo, y luego la construyó. Del innovador con el que bromeó sobre la cerveza cubana. De los niños que corrieron a abrazarlo cuando se apareció de improviso en un batey azucarero. De la espera familiar frente al televisor en los años duros del Período Especial para escucharlo hablar en la televisión.

Del nerviosismo que vivió un ingeniero por sus preguntas, sacadas vaya usted a saber de donde, sobre la construcción de presas y canales para el desarrollo hidráulico del país. De la pareja de ancianos que besó sus manos cuando los rescató de las inundaciones provocadas por el ciclón Flora. De su intercambio epistolar con un líder comunitario preocupado por su salud. De sus orientaciones para la introducción del método de Voisin y de especies como la moringa y la morera para incrementar los rendimientos ganaderos. De la doctora que se sentó dos sillas al lado suyo y luego recibió de sus manos, el diploma de internacionalista.

Y no podía faltar mi propia historia. La de aquella mañana en Holguín, cuando cada rincón de este país se convirtió en Tribuna Abierta, y un copioso aguacero no pudo impedir, ni que terminara su discurso, ni que uno solo, de los miles de asistentes, nos moviéramos de la plaza.

Es inevitable la sensación de estar reconstruyendo la vida de un hombre que pareciera multiplicarse y ser ubicuo, capaz de tocar el espíritu de quienes lo conocen para inspirarlos a lograr grandes empeños. Y me queda al final la certeza de que cada cubano puede decir, sin faltar a la verdad: “Yo conocí a Fidel”.


Compartir

José Armando Fernández Salazar

Para mí no hay nada mejor que estar con los que quiero, riendo y escuchando a los Beatles


Deja tu comentario

Condición de protección de datos