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sábado, 21 de diciembre de 2024

Para no matarla hay que pensar cómo dejarla viva

Nuestra lengua materna alberga un tesoro cultural no siempre estimado en su justa dimensión...

Yoelvis Lázaro Moreno Fernández en Exclusivo 20/02/2015
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Una canción de Pedro Luis Ferrer pregona un motivo de felicidad, para algunos jocoso, para otros común, llano, sin razón para tanta alharaca. El conocido tema, pegajoso y tarareado por muchos, tomado por realizadores radiales del país como ícono sonoro identificativo de la lengua, más allá de cualquier alarde chovinista, permitido y disfrutable por demás, estampa el deleite que puede causarnos conversar, fastidiar o enamorarnos a golpe de buen español.

Pero lo que gusta no es hablar ese español encartonado, rectangular y fieramente serio, casi fisiológico diría yo. Ese español de la necesidad humana, ese español amordazado y  amenazante que nos llegó  con el pose circunspecto de la conquista y colonización  No, no es el español de “yo querer hacer”, “yo querer decir”, como si no tuviésemos matices, altibajos, olas y rompientes en esta marea estremecida y agitada que es la cotidianidad.

 El idioma que gusta, que abraza la canción, que causa el goce plenísimo, es aquel que, sin confundirse con fraudes vulgares, juega, rejuega y permite el buen sentido al decir. Esa lengua espesa que es como miel chorreante, como caldo dejado al fogón para que gane en concentración y sabor, como ajiaco que invita al paladar creativo del hispanohablante.  O específicamente, del cubanohablante, porque nos distinguimos, como se distinguen otros pueblos también cuya lengua materna es el español.

 Y ahora que aludo a la lengua materna —a la que se le dedica internacionalmente desde el 2000 la jornada del 21 de febrero con la intención de promover la diversidad lingüística y el plurilingüismo—, sea cual sea, lo mismo la nuestra, que la francesa para los oriundos de la tierra de la Torre Eiffel, que el dialecto de una comunidad en las riberas amazónicas, es válido reconocer que ese primer sistema de signos que aprendemos en las edades tempranas, muchas veces coincidente con el de nuestras patrias locales, alberga un tesoro cultural no siempre estimado en su justa dimensión.

 Volviendo al español, y especialmente al español nuestro, al español de Cuba, entendido como esa mixtura criollísima fraguada de lo que nos llegó, en principio, del viejo continente entre arcabuces y crucifijos, de lo que se logró tomar de los nativos, de la herencia africana y el influjo asiático posterior, es válido preguntarse cómo descubrir y aquilatar en nuestra lengua nativa la identidad cultural de la nación, al tiempo que la escuela, la familia y los medios hacen uso de ella, y han de asumir el encargo social de velar por el cuidado de su patrimonio, que no significa altisonancias ni recatos innecesarios en la palabra.

Expresiones culturales de alto impacto, los soportes de difusión masiva han de ser ejemplos de autoridad lingüística por los valores que muestran. Pero sin almidonar el decir ni sujetar las ideas a esquemas sintácticos poco atractivos, que nada tienen que ver con la idiosincrasia abierta del cubano.

 Decía hace unos años  el avezado cronista Luis Sexto Sánchez, Premio Nacional de Periodismo José Martí, que su ámbito de trabajo, en el plano lingüístico y estilístico, padece hoy de muchas precariedades. "Seguimos creyendo que escribir en un periódico exige ser lo menos interesante, lo menos creador posible. El “escribe para todos” sigue pendiendo de nosotros como una espada que taja en dos las mejores voluntades".

 Asociado al desarrollo tecnológico, aunque no privativo de los medios, llaman la atención en la actualidad los mensajes a través de los teléfonos celulares, con los que se ha originado una deformación en la lengua escrita que la hace indescifrable en algunos casos, por lo que muchos se preguntan si asistimos a un nuevo lenguaje, una nueva ortografía o un nuevo código. En diálogo con este reportero, Aylín Figueroa González, especialista del Instituto de Literatura y Lingüística, considera que, a pesar de ello, no deja de estar acompañado por una creatividad que lo convierte en una de las manifestaciones comunicativas más vivas y dinámicas en la actualidad, cuyos principales usuarios son adolescentes y jóvenes, los más propensos a emplearlo fuera del "contexto móvil".

  Hay quienes consideran que los escritores y poetas a veces son irreverentes, lascivos con la lengua. Ahora recuerdo una conversación que sostuve con la poetisa villaclareña Isaily Pérez González,  en la que ella me decía que así debía ser, que los creadores están obligados a torcerla hasta sus máximas posibilidades, a decir “q wuelta” como mismo se dice “esplendor”. Por tal motivo hay que respetar mucho a los autores que exploran fonemas nuevos, hibridan palabras y deconstruyen la sintaxis hasta volverla imposible, sin que el texto sea ininteligible, ni las normas se violenten hasta el extremo de no saberse lo que se está tratando de comunicar.

«Constantemente surgen nuevas palabras y desaparecen otras debido a las necesidades comunicativas de la sociedad. Por tanto, el tema de la lengua ha de ser un motivo de prioridad, interés y análisis permanente para sus usuarios, que somos todos, desde el padre, el vecino, la ama de casa, el maestro y el cuentapropista, hasta las estructuras de dirección del país a todos los niveles», agregaba la Doctora Nuria Gregori Torada, directora del Instituto de Literatura y Lingüística y miembro de la Academia Cubana de la Lengua y de la Real Academia Española.

 Por más que un tema popular declare armoniosamente cuánto de gracia feliz hay en hablar nuestro español plural y rico en posibilidades, es cuestión de todos, es principio de la sociedad que hace uso de ella, defenderla y darle cuerpo desde lo creativo, lo pintoresco, lo que nos define como cultura, sin aferramientos a marcas importadas o a trajes rígidos. Pero hay que andar con pie firme, con verbo meridiano, para que el desenfado no toque la vulgaridad, no le falte al respeto ajeno, no quebrante el sentido de lo relativo ni de lo movedizo, ni se trastoque en muerte prematura, o en padecimiento que a la postre lleva a lamentables desapariciones. Hay que pensar con tino cómo tener viva, resplandeciente y funcional la lengua. Y no matarla ni dejar que otros la maten a fuerza de algunas bravuconerías verbales que en ocasiones se escuchan…


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Yoelvis Lázaro Moreno Fernández

Joven periodista que disfruta el estudio del español como su lengua materna y se interesa por el mundo del periodismo digital y las nuevas tecnologías...


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