Aún recuerdo las anécdotas de mi maestra de 5.o grado Carmen O’Farril, allá en mi natal Sagua la Grande, cuando nos contaba cómo pudo con sus 16 años y su cuerpo menudo lograr que sus padres la autorizaran a incorporarse al primer contingente de maestros voluntarios, y cómo logró vencer las duras pruebas del adiestramiento en Minas del Frío, en abril de 1960, a raíz del llamado del Comandante a los alumnos de secundaria básica para que laboran como maestros en las zonas rurales y más intricadas del país.
Pero más sorprendente fue su destino en las serranías del Escambray, donde supo del brutal asesinato de su compañero de campañas Conrado Benítez. Nos contaba que aun cuando muchos desertaron tras aquellos actos salvajes, ella decidió continuar hasta el final. También fue alfabetizadora para seguir las huellas del amigo convertido en símbolo.
Quiso el destino que el embrujo con que narraba aquellas historias maravillosas de enseñar y dar la vida me empujara a enrolarme a estudiar para maestro en aquellas lejanas montañas, donde se radicó la Escuela de Formación de Maestros Primarios Antón Makarenko.
Hoy 3 de mayo celebramos la llegada a la Sierra Maestra de aquel contingente de imberbes y adolescentes al que Fidel, el líder de todos los cubanos, convocó para prepararse como maestros y así llevar el pan de la enseñanza a los lugares más recónditos del país. Pidió mil jóvenes y se le presentaron cuatro mil en un gesto de respuesta sin par al llamado de su Patria.
Era un imperativo de la Revolución en su primer año crear escuelas y tener maestros dispuestos a acudir donde fuera necesario, había que erradicar el analfabetismo y llevar a las aulas a miles de niños entre los 6 y los 14 años que no asistían a la escuela.
Diría Fidel en aquella ocasión memorable: “Necesitamos mil maestros que quieran dedicarse a enseñar a los niños campesinos. Hace falta que nos ayuden para mejorar la educación de nuestro pueblo… Hace falta que convivan con los campesinos, que les comuniquen sus experiencias y les infundan sus conocimientos”.
De la entusiasta y masiva respuesta de los jóvenes y de la incondicional actitud de los que se formaron en los campamentos de la Sierra Maestra nació el movimiento de los Maestros Voluntarios. También se incorporaron a esa legión de maestros voluntarios los cientos de recién graduados y estudiantes del último año de las Escuelas Normales que culminaron el Curso de Adaptación al Medio en el campamento de San Lorenzo, en la Sierra Maestra.
Habían transcurrido apenas seis meses de la partida del primer grupo y el país contaba con dos mil quinientos nuevos maestros preparados en el espíritu de las montañas y dispuestos —desde el primer momento— a enseñar en los más apartados rincones de la isla.
Hoy, cuando todos peinan canas o no están físicamente, se les recuerda superando obstáculos para incorporarse de forma masiva y entusiasta a los lugares más difíciles con la voluntad de enseñar a leer y escribir a los campesinos y sus familias. Podría parecer muy lejana aquella extraordinaria epopeya cultural, pero recordarla resulta aleccionador para los tiempos actuales, por su sentido humanista y revolucionario, bases de la Revolución educacional que décadas más tarde se emprendería.
En este presente, la educación de todo un pueblo es una realidad irreversible y en ascenso, las batallas por el 6.o y 9.o grado son recuerdos gratos de un adolescente que creció y mira hacia atrás sonriendo.
El nivel escolar de una nación que exhibe sin sonrojos éxitos en la ciencia, en la técnica y en la vida cultural son resultados innegables de aquellos tiempos fundadores.
Los retos de hoy van en busca de una educación de mayor calidad, con maestros y profesores que sientan lo que hacen y trasmitan conocimientos desde el corazón, mejor preparados como demandan los momentos actuales.
Aquellos maestros voluntarios de entonces, devenidos muchos de ellos ejemplares educadores, forman parte de la tradición pedagógica cubana y su legado altruista se recuerda con las reverencias que solo la historia y el deber cumplido permiten.
Las predicas ejemplarizantes de Varela, Luz y Caballero, José Martí y el pensamiento político de Fidel Castro son estelas de luces en el firmamento de la educación y la cultura de una nación que se levantó por el heroísmo de sus hijos para todos los tiempos. No fue un milagro, fue la voluntad la que se impuso, sueños forjados en esperanzas.
Por eso en este día no puedo dejar de pensar en mi maestra.
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