Curtido por los golpes que le dio la vida durante los últimos años de su existencia física, con entereza de hombre firme y transparente, un 22 de junio hace ya dos años, Roberto González Sehwerert nos dijo adiós. Mucho nos dejó entonces, pero mucho más le quedaba por hacer y dar en el camino que se había trazado y que, necesariamente, habría de conducirnos en el afán diario por lo justo.
Su entrega y resistencia fue un ejemplo para muchos, y no solo para Los Cinco, para su familia, para los que seguimos de cerca su labor en la justa causa por el regreso de los antiterroristas cubanos presos en Estados Unidos, sino también para los jóvenes juristas de Cuba y de otras partes del mundo que vieron en él un luchador incansable por la justicia.
Conocido como un destacado abogado, Roberto González supo asumir los roles cotidianos como hijo, padre, amigo, con una dedicación a toda prueba a la causa por la liberación de su hermano y los otros cuatro Héroes de la República de Cuba, de los cuales aún tres cumplen injustas condenas.
Quienes lo conocieron aseguran haber compartido con un hombre excepcional, que impresionaba por su capacidad de diálogo y persuasión, por su compromiso y versatilidad; un hombre seguro de sí mismo y de los argumentos que defendía, los que enaltecía como bandera sin tapujos ni miramientos.
El pueblo de Cuba lo vio una y otra vez hablar de la causa de Los Cinco, defenderla desde la profundidad de un abogado, humano por naturaleza propia y honesto por encima de todo. Empleaba argumentos muy sólidos en todos los escenarios y se ganó un respeto muy especial entre los que lo escuchaban, aun dentro del propio territorio norteamericano.
Ya enfermo de cáncer, Roberto fue distinguido con el título de miembro honorario del Gremio Nacional de Abogados (National Lawyers Guild, NLG) de Estados Unidos, organización legal más grande y antigua de ese país, y se le reconocen sus contribuciones como defensor de los derechos humanos. Así lo acreditaba el documento expedido a tales fines: “La trayectoria de Roberto y el compromiso inconmovible hacia su hermano son emblemáticos de los principios básicos del Gremio, que estipula que los derechos humanos son más sagrados que los intereses particulares”.
Su muerte se esperaba de un momento a otro ya en aquellos días de junio, por la gravedad en que se encontraba. Apenas unos días antes, su hermano René —quien se encontraba aún bajo libertad supervisada luego de trece años de injusto encierro— había estado reunido con él y resaltaba como positivo su estado de ánimo y optimismo inquebrantables, a sabiendas de su situación de salud.
Después del día de su muerte, un grupo de amigos y familiares cercanos cumplieron su voluntad, esa que pidió a su esposa Sara un día: que sus hijos Robertico y Renecito, junto con sus hermanos René y Liván fueran a la playita de la Calle 16 en Miramar y esparcieran sus cenizas en las aguas cercanas a esa parte de la costa, porque allí habían sido muy felices y disfrutado muchos buenos momentos cuando jóvenes. Y así lo hicieron.
Un amigo cercano describió aquellos momentos: “Sentí su presencia aquella mañana entre nosotros, en nosotros. Lo percibí satisfecho de su vida, de su obra, de sus hijos. Compartí con él aquella satisfacción. Todos allí sabíamos que cumplíamos lo que él quiso que fuera aquella despedida (…). Fue René el que abrió, con cierta dificultad por la presión del mar, la bolsa que contenía las cenizas de su hermano. Me contaron los muchachos, sus hijos, lo bello que lució todo allí en aquel momento en el que las cenizas flotaban en diferentes direcciones entre la luz del sol que penetraba en el mar allá abajo. Intuyo que él lo previó así”.
No faltaron las más disímiles muestras de cariño a su familia y el pesar por su pérdida llegado de miles de amigos de todo el mundo y desde lo más hondo del pueblo cubano. Los Cinco estuvieron entre los primeros que alzaron sus voces para homenajear al hombre que tanto luchó por ellos.
Ramón Labañino dijo entonces que siempre sorprende y duele cuando un hermano se va. “Los que tuvimos el honor de conocerlo, de compartir con él, sabemos muy bien la estatura de hombre y de fiel cubano que siempre mostró en todo momento. Su apoyo legal, su carisma, su entrega humana completa a nuestra causa y a Cuba, son imágenes que perdurarán con nosotros ya eternamente”, afirmó el héroe cubano.
Tony Guerrero, por su parte, aseguró que el dolor no se podía describir con palabras en un momento así y dedicó unos versos a quien también llamó hermano: “Sobre las últimas imágenes/ una lágrima busca la luz / para entender el verdadero dolor…”.
René, quien confesó sentirse orgulloso de decir que fue su hermano, dijo haber tomando conciencia de su existencia junto a él y que su pérdida no por esperada era menos dolorosa. “Él nunca se rindió; no lo haremos quienes quedamos en la deuda de honrar su memoria”, resaltó.
A Roberto González vale la pena recordarlo con alegría, con confianza y con acciones, en el afán por hacer más por el bien común, y en especial por la libertad y la justicia, dondequiera que sea necesario.
Alguien dijo que él había sido como el alma en la lucha por Los Cinco. Por eso nos acompaña siempre con la verdad como estandarte, porque de esta lucha que es la de todos los días, también renacen ideas, sueños, hombres como él, capaces de amar la vida y luchar por ella hasta el último instante de su existencia.
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