Era el año del Centenario del Apóstol y las antorchas que el 28 de enero iluminaron la calle San Lázaro, cuando un grupo de jóvenes marcharon para recordar el natalicio de José Martí, incentivaron el espíritu de lucha. Cuba sufría entonces la bota del dictador Fulgencio Batista, quien usurpó el poder el 10 de marzo de 1952 y eliminó todas las garantías constitucionales.
Fidel Castro, graduado de Derecho de la Universidad de La Habana, vio en aquel golpe un zarpazo, el comienzo de una tiranía, y se dio cuenta de que por la vía tradicional de los partidos políticos poco se podía hacer. Resultaba imprescindible crear un movimiento, un núcleo de hombres identificados ideológicamente y aunados por los mismos principios para barrer los males de la seudorrepública.
Comenzó entonces la conspiración contra el tirano a través de células clandestinas y con un elevado grado de compartimentación. Fue la génesis del Moncada, pues aquellos muchachos, salidos de lo más humilde del pueblo, se apertrecharon de conocimientos y conciencia para emprender un cambio en el rumbo de la historia nacional.
Todos los que protagonizaron los sucesos del 26 de julio de 1953 lo hicieron por voluntad propia y con la decisión de vencer o morir. En su poema ¡Ya estamos en combate!, leído en la Granjita Siboney horas antes del asalto, Raúl Gómez García expresaba: “No importa que en la lucha caigan más héroes dignos/ Serán más culpa y fango para el fiero tirano/Cuando se ama a la patria como hermoso símbolo/Si no se tienen armas se pelea con las manos.
Al fallar el factor sorpresa, Fidel dio la orden de retirada y los objetivos que se buscaban con el ataque a la segunda fortaleza militar del país no se pudieron cumplir.El segundo jefe en la jerarquía del ejército, el general de brigada Martín Díaz Tamayo, habló de matar a diez revolucionarios por cada militar muerto en la acción. Santiago recibió entonces un deleznable baño de sangre.
Meses después, en el juicio, Fidel denunciaba el asesinato de sus compañeros de lucha: “Multiplicad por diez el crimen del 27 de noviembre de 1871 y tendréis los crímenes monstruosos y repugnantes del 26, 27, 28 y 29 de julio de 1953 en Oriente. Los hechos están recientes todavía, pero cuando los años pasen y el cielo de la patria se despeje, cuando los ánimos exaltados se aquieten y el miedo no turbe los espíritus, se empezará a ver en toda su espantosa realidad la magnitud de la masacre, y las generaciones venideras volverán aterrorizadas los ojos hacia este acto de barbarie sin precedentes en nuestra historia”.
Del motor pequeño al motor grande
Han transcurrido 61 años desde los sucesos del Moncada y cuando se llega a los muros del cuartel santiaguero, hoy convertido en escuela, todavía se siente ese espíritu rebelde, de combate. Allí están las marcas de los disparos, las fotos de las salvajes torturas, las pertenencias de los jóvenes asaltantes. Está presente el recuerdo de Abel, Boris Luis, Mario Muñoz o José Luis Tassende, y el alma se conduele del sufrimiento al ver cercenadas vidas tan jóvenes y necesarias para la patria. Como había expresado el líder del movimiento, después de tantos años trascurridos volvemos aterrorizados los ojos y la magnitud de la masacre.
Pero, a la par, divisamos desde allí un Santiago de Cuba completamente diferente, fruto de la obra revolucionaria del Primero de Enero, cuando comenzó a cumplirse el programa que Fidel esbozó en su alegato de defensa. Apreciamos que se han hecho realidad los sueños por los que murieron aquellos muchachos en la madrugada del domingo 26 de julio de 1953.
Gigantesca es la obra social y económica construida en más de cinco décadas de Revolución. Hoy Cuba constituye un paradigma en muchas esferas para el mundo y lo han reconocido importantes líderes de importancia internacional en sus recientes visitas al país. “Cuba es un país de peso”, ha dicho el presidente chino Xi Jinping durante su exitosa visita.
El Informe sobre Desarrollo Humano 2013 del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), que contempla los índice de esperanza de vida, acceso a la educación y nivel de vida, ubica a Cuba en el lugar 59 entre 187 países con un desarrollo humano alto, lo cual es muestra del esfuerzo realizado por nuestro país a pesar de la crisis económica internacional y el bloqueo impuesto por el gobierno de EEUU.
Ello ha sido posible, entre otras razones, porque con la creación del Sistema Nacional de Salud desaparecieron las clínicas privadas, y se trabajó en programas integrales, con énfasis en la labor preventiva. Se crearon servicios rurales, centros de investigación, consultorios del médico de la familia y una red de escuelas de Medicina que han aportado profesionales para Cuba y el resto del mundo.
Unido a ello, la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM), ubicada en la capital cubana, graduó 9 960 médicos de 58 países en el período 2005–2011 y cerca de 50 mil colaboradores cubanos de la salud cumplen misión en más de 70 países, llevando solidaridad y humanismo a lugares donde nunca ha existido un médico.
Un solo ejemplo demuestra lo alcanzado en estos años en materia de salud. Según estadísticas publicadas por Naciones Unidas, la tasa de mortalidad infantil promedio en Cuba en el quinquenio de 1955 a 1960 fue de 69,86 por mil nacidos vivos. En 2013, la cifra resultó de 4,2 y desde hace décadas se mantiene por debajo de 5, cuestión que la ubica entre los mejores naciones del orbe.
La nación cubana también garantiza la continuidad de estudios a más de 1 millón 763.500 estudiantes en la enseñanza preescolar, primaria y media, y 229 mil 800 en la Educación Superior. El sector educacional asimila el 27% de los gastos corrientes de la actividad presupuestada del país, lo que confirma la voluntad del gobierno para seguir garantizando las conquistas de la Revolución, aun en medio de una compleja situación económica.
No resulta ocioso recordar que casi setenta cuarteles como el del Moncada se convirtieron en escuelas luego del triunfo revolucionario y que en un solo día, en diciembre de 1959, se abrieron más de 10 mil aulas. Junto a ello, la campaña de Alfabetización constituyó la proeza ético educacional más grande que realizó pueblo alguno.
Precisamente, la Salud y la Educación fueron dos elementos planteados por Fidel en La Historia me Absolverá, porque un país lleno de analfabetos y enfermos sin asistencia médica, donde los niños morían de parásitos curables en los campos, constituía una verdadera afrenta. La Revolución dignificó a los cubanos y les entregó lo que por muchos años les fue negado. Se cumplía así el Programa del Moncada.
Los jóvenes que vertieron su sangre en aquella mañana de la Santa Ana estarían orgullosos al ver el reconocimiento mundial a nuestro pueblo, dispuesto a resistir cualquier dificultad para preservar su independencia y soberanía; solo así la obra que ellos no pudieron ver realizada, perdurará por siempre.
El camino no ha sido fácil para llegar hasta aquí, ni lo será tampoco en el futuro. Pero en cada paso de los cubanos vive el ejemplo de aquellos muchachos, quienes marchando hacia un ideal, intentaron tomar el cielo por asalto.
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