Estábamos en Johannesburgo. Era diciembre del año 2010. Y como sucede siempre que se visitan nuevos lugares, preguntamos qué sitios de esa hermosa ciudad no podíamos dejar de visitar. En una retahíla de nombres, encontramos el Museo del Apartheid, ubicado en Soweto, lugar donde fueron concentrados los negros en los tiempos dolorosos del apartheid. Allá fuimos entonces un montón de muchachos cubanos que por aquellos días participábamos en el XVII Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes.
Nos habían alertado que sería impresionante estar allí, y aunque conocíamos la historia de discriminación que había lacerado a generaciones enteras de sudafricanos, nada tuvo comparación con que lo que vivimos aquellas horas de recorrido por el museo. Primero, dos tipos de tickets, uno para negros y otro para blancos, e independientemente del color de la piel debíamos entrar por la puerta que indicaba el papel.
Así, separados, como para vivir en segundos lo que vivieron durante años millones de personas, empieza el recorrido entre cercas, celdas, patíbulos, carnés de identidad donde se identificaba, sobre todo, el color de la piel, anuncios de controles médicos y policiales, decenas de sogas colgando del techo con nudos para ahorcar, videos donde se reprime brutalmente a los negros, fotos de la época en que bancos, ómnibus, aceras, parques, muestran un terrible cartel: “europeans only”.
Y en medio de aquel horror, un nombre se levantaba: Nelson Mandela, el hombre que a decir del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz: “no pasará a la historia por los 27 años consecutivos que vivió encarcelado sin ceder jamás en sus ideas; pasará porque fue capaz de arrancar de su alma todo el veneno que pudo crear tan injusto castigo; por la generosidad y la sabiduría con que en la hora de la victoria ya incontenible supo dirigir tan brillantemente a su abnegado y heroico pueblo, conociendo que la nueva Sudáfrica no podría jamás construirse sobre cimientos de odio y de venganza”.
Por eso este 18 de junio, fecha de su nacimiento y jornada en que el mundo celebra el Día Internacional de Nelson Mandela, es momento justo para volver sobre sus palabras, aquellas que definieron su existencia, una vida ofrendada a su pueblo:“He dedicado toda mi vida a esta lucha del pueblo africano. He luchado contra la dominación blanca y contra la dominación negra. He anhelado el ideal de una sociedad libre y democrática en la cual todas las personas puedan vivir juntas y en armonía, con iguales oportunidades. Es un ideal por el cual espero vivir y lograr, pero si fuera necesario es un ideal por el cual estoy dispuesto a morir”. A esos ideales rindió tributo la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas cuando, desde el 2010, señaló esa fecha para honrarle.
De tal manera, cada año, la fundación que lleva el nombre de Mandela pide dedicar 67 minutos, uno por cada año de servicio público del querido Madiba, a trabajar en beneficio de otros. La acción, afirman, es un pequeño gesto de solidaridad con los seres humanos y un paso hacia un movimiento mundial dedicado a hacer el bien.
Es este día de julio ocasión oportuna para revivir el ejemplo de quien se desprendió de todo lo humano para defender a los suyos del régimen fascista sudafricano, el hombre que sufrió 27 años de durísima prisión por esa causa, el que cuatro años después de ser liberado se convirtió en el primer presidente negro de su país y en uno de los estadistas más famosos del siglo XX, el mismo que el 26 de julio de 1991 reconoció en esta Isla que la Revolución cubana era una inspiración y el Comandante en Jefe Fidel Castro, un gran amigo.
Por eso tenía que resultar tan cercana, emotiva, aquella foto de Gerardo, nuestro héroe, mirando a través de las rejas de la celda donde estuvo Mandela en la prisión de Robben Island. Estaban los Cinco en Sudáfrica y esa también era una visita obligada. De ella confiaba a la prensa luego el papá de la hermosa Gema: “La celda del héroe sudafricano no está abierta para visitas, pero tuvieron la deferencia de permitirnos entrar. Cuando me asomé a la ventana pensaba en cómo habría hecho Mandela para resistir en un espacio tan pequeño y frío, sin tener siquiera un cubo para botar sus necesidades. Recordaba cuánto nos inspiró su ejemplo. En todo eso pensaba y también sentía orgullo de estar allí”.
Fue Gerardo también quien al conocer la muerte de Mandela, en diciembre del 2013, escribiría desde su celda en los Estados Unidos: “Quienes dedican ilimitados recursos a borrar y reescribir la historia, y lo tuvieron en sus listas de “peligrosos terroristas”, hoy sufrirán de amnesia colectiva. Quienes lo agraviaron negándole un homenaje en Miami, por abrazar a Fidel y agradecer la ayuda de Cuba a África, tendrán que callar avergonzados”.
Recordemos entonces a ese hombre “peligroso” en esta jornada, porque gracias a él y a sus compañeros de lucha el mundo tiene hoy un dolor menos. Y el hecho de que aquel museo, con entrada para blancos y negros, se quede como muestra de un oscuro pasado es una obra que también le debemos; y que el recorrido por sus salas termine juntándonos en un mismo espacio es fe, igualmente, de su obra mayor. Porque Mandela vive, sigamos apostando a vivir con dignidad, amén del color que nos viste.
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