En sus perdones de despedida el presidente estadounidense Barack Obama conmutó las penas de dos reos por causas políticas cuyas condenas habían generado gran rechazo dentro y fuera del territorio norteamericano: el independentista portorriqueño Oscar López Rivera y la exsoldado Chelsea Manning, quien entregó cientos de miles de documentos clasificados a la organización WikiLeaks.
Otras víctimas del ensañamiento de la clase dominante en Estados Unidos, como la patriota cubano portorriqueña Ana Belén Montes —que dio información a Cuba para prevenirla de agresiones militares estadounidenses—, el luchador por los derechos de los pueblos originarios Leonard Peltier y el activista afronorteamericano Mumia Abu Jamal, tendrán que seguir esperando en las cárceles norteamericanas por la justicia tardía que solo una decisión adoptada desde la Casa Blanca les puede ofrecer.
Otros llevan más de una década enclaustrados en una cárcel que Obama prometió cerrar, establecida en el territorio que Estados Unidos ocupa contra la voluntad de los cubanos en la bahía de Guantánamo. Son los prisioneros nunca juzgados de una “guerra contra el terror” desatada desde Washington DC que acumula millones de civiles heridos, muertos y desplazados en Afganistán e Iraq.
Pero hay uno que no custodian militares norteamericanos sino británicos y lo acusan tribunales suecos. Su cárcel es la embajada ecuatoriana en Londres, donde recibió asilo político, y su aparente víctima es una bella mujer sueca, aunque en realidad lo son los crímenes cometidos por el Pentágono, la CIA y el Departamento de Estado alrededor del mundo. Es el hacker australiano Julian Assange, líder de WikiLeaks, quien ha sido objeto de amenazas de todo tipo desde EE. UU. por hacer públicos los documentos que el entonces soldado Manning hizo llegar a su organización.
La libertad otorgada por Obama a Manning pone en entredicho el acoso que sufre Assange, y algunas fuentes plantean de su posible entrega voluntaria a autoridades norteamericanas. No se lo aconsejo. Desde los pocos metros cuadrados que ocupa en la representación ecuatoriana ante el Reino Unido se ha convertido en una fuerza moral que no ha dejado de denunciar documentadamente la actividad especulativa de las corporaciones norteamericanas, sus vínculos con el gobierno y los políticos, así como la vigilancia global que ejercen en alianza con las grandes corporaciones de Internet. Cuando estallaron las revelaciones del exanalista de inteligencia Edward Snowden, WikiLeaks y su abogada estuvieron entre los primeros en amplificar la estructura de Gran Hermano operada por la National Security Agency. El odio y la sed de venganza que acumulan contra Assange sectores influyentes dentro de los EE. UU. puede provocar cualquier desenlace.
Sin embargo, la conmutación de la condena a Manning vuelve a colocar en primer plano la persecución contra Assange y Snowden. Ellos, como Aaron Swartz, quien fue conducido al suicidio por la persecución del gobierno de Obama junto a las corporaciones de Internet por pretender compartir información científica producida con financiamiento público, son los Prometeos del siglo XXI, aquel héroe mitológico condenado por llevar el fuego a los humanos.
Como ha sucedido con Manning y López Rivera, la única salida para ellos es la solidaridad que convierta en causa universal la injusticia de la que son víctimas. Ponerse del lado de los débiles —sean negros reprimidos por siglos, aborígenes a los que les arrebataron sus tierras, portorriqueños que creen en la libertad de su nación, cubanos que llevan décadas en el colimador de los bombarderos estratégicos, o ignorantes de que son espiados en número de miles de millones, cuyo único delito es conectarse a Internet o hablar por teléfono— sigue siendo un pecado altamente peligroso que solo será perdonado si da rentabilidad al legado del emperador de turno.
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