//

domingo, 24 de noviembre de 2024

La nueva administración y América Latina

Aunque la política exterior de Donald Trump, presidente electo de Estados Unidos, es una incógnita, su retórica brindó un avance...

Clara Lídice Valenzuela García en Exclusivo 11/11/2016
0 comentarios

El mundo amaneció este martes con el no tan inesperado triunfo del magnate Donald J. Trump como nuevo presidente de Estados Unidos, luego de una campaña sucia, en la que muchos le tildaron de trastornado mental, obsceno, incapaz, y otros adjetivos incluso procedentes de su Partido Republicano.

No era para menos, Trump, un multimillonario que hasta hace poco más de un año demostraba poco o ningún interés por la política —aunque era amigo del matrimonio Hillary y William Clinton, según fotos divulgadas— afirmó que se convertiría en el próximo mandatario estadounidense. Y lo logró en esta madrugada cuando alcanzó más de 270 votos electorales, dándole un puntapié a los sueños de su contrincante, la demócrata Hillary Clinton.

El mundo recibió un golpetazo con el triunfo de este desconcertante descendiente de alemán y sueco, casado con una eslovaca, y que, paradójicamente, odia (de acuerdo con sus palabras) a los inmigrantes, a los que amenazó con deportar de manera masiva, y no solo latinos, sino a los representantes de distintas culturas que viajaron a Estados Unidos en busca de supuestas oportunidades de vida.

La retórica racista permitió a Trump la conquista de votos de una creciente porción del electorado estadounidense contraria a la acogida de inmigrantes.

Con la altisonante verborrea de los dominadores estadounidenses, Trump no fue menos, y en sus discursos —en ocasiones disparatados— utilizó el mismo lenguaje injerencista que sus antecesores en asuntos relacionados con América Latina y la toma de decisiones sobre temas políticos muy delicados.

Nada permite vislumbrar —aunque en la práctica ya se conoce que en la democracia estadounidense gobiernan los capitales y no el presidente de turno— que Trump busque una relación armoniosa con las naciones de América Latina, aunque tampoco su antecesor, Barak Obama, fue precisamente el mejor ejemplo, dado los planes de su administración para derrocar a los gobiernos progresistas de la región, entre ellos el de Venezuela, a la que insólitamente considera “una amenaza inusual y extraordinaria” para la nación norteña.

La política exterior de Trump hacia América Latina, con un alto número de economías nacionales dependientes de Estados Unidos puede determinarse, hasta cierto punto, por sus declaraciones de campaña. Y ya se sabe —y lo demostró el demócrata y Premio Nobel de la Paz que ocupa todavía la Casa Blanca— que una cosa son las campañas y otra los hechos y circunstancias de un período presidencial.

México ha sido uno de los países más mencionados y vapuleados por el nuevo presidente en sus discursos de campaña, al tratarse del mayor emisor de inmigrantes a la vecina nación.

Como Israel con Palestina, el entonces candidato prometió construir un muro en la frontera mexicana —obligando a ese país a pagarlo— para eliminar la posibilidad de paso a Estados Unidos, eliminar el Tratado de Libre Comercio entre ellos más Canadá, con sus nefastas consecuencias económicas, y aumentar el proteccionismo comercial para sus productos en un 35 %.

Para este hombre de negocios, de lenguaje desenfrenado y ofensivo en muchas ocasiones, el Tratado tripartito de Libre Comercio de América del Norte, conocido como NAFTA, por sus siglas en inglés, “es el peor jamás firmado” por los norteamericanos. Si llevara a cabo sus ideas, literalmente acabaría con la economía mexicana, que en el 2015 exportó bienes y servicios por US$316 400 millones y logró un superávit comercial bilateral de US$49 200 millones. Aunque tales cifras poco repercuten en la mejoría de vida de la población pobre del antiguo país de los aztecas.

Pero con México fue aun más lejos. Con absoluto irrespeto hacia sus vecinos, el magnate de los grandes negocios inmobiliarios refirió que desde allí “llegan criminales y violadores”, retórica que suavizó luego de entrevistarse con el presidente Enrique Peña Nieto (muy criticado por recibirlo), explicando que de los 11 millones de inmigrantes que piensa sacar del país solo serían afectados los malhechores, o a los que su gobierno considere como tales.

Si esas deportaciones se concretaran, América Latina dejaría de recibir más de 65 000 millones de dólares en remesas enviadas por inmigrantes desde territorio norteamericano, lo cual sería fatal para las pequeñas naciones, indican estudios oficiales.

Pero luego viajó a México, ya alarmado por sus amenazas, y conversó con el presidente Enrique Peña Nieto, y moderó su retórica sobre las expatriaciones masivas, aunque sin prometer la renuncia a esa idea.

Trump, quien es amigo personal y compañero de negocios del presidente derechista argentino Mauricio Macri, afirmó durante su campaña que “por toda Latinoamérica la gente está viviendo en opresión”, lo cual indica su visión conservadora sobre la zona, en tanto acusó a Obama y a Hillary Clinton de un supuesto “abandono” de sus amigos de habla hispana.

Para el doctor Fernando Casado, investigador del Instituto de Altos Estudios Nacionales del Ecuador (IAEN), quizás Trump continúe con el injerencismo practicado por Obama para acabar con cualquier gobierno de tintes progresistas a los que considere una amenaza a sus intereses imperiales.

Casado expresó la posibilidad de un mayor financiamiento o apoyo a los partidos políticos conservadores que dicten medidas incluso inconstitucionales, como golpes parlamentarios en Venezuela, o como ocurrió en Brasil contra la presidenta legítima Dilma Rousseff.

Siguiendo la política de amenazas a que está habituado Washington, y aún como candidato, precisó que “podría acabar con las medidas para normalizar relaciones con Cuba”, restablecidas en diciembre del 2014, y brindó su solidaridad al pueblo de Venezuela (léase el sector conservador) “que ama la libertad”.

Para Arturo Valenzuela, quien fuera jefe de la diplomacia estadounidense para Latinoamérica cuando Clinton era secretaria de Estado, afirmó que con Trump en la Casa Blanca “va a ser muy difícil establecer una relación de confianza” con sus vecinos del Sur.

El exdirector de igual cargo en el gobierno de George W. Bush, Roger Noriega, explicó ante las declaraciones de Trump que “él no entiende que Latinoamérica es el mercado económico natural de Estados Unidos y necesita de la cooperación regional para protegerse”.

Noriega, actualmente en el centro de análisis conservador American Enterprise Institute, consideró que, por su arrogante personalidad, Trump no dejará aconsejarse, y refirió que un conjunto de palabras equivocadas del presidente puede complicar las cosas por años entre los dos países.

Las posibilidades de racionalidad y voluntad de Trump hacia América Latina están por ver. Pero analistas, como el politólogo alemán Andreas Boeckh, profesor emérito de la Universidad de Tübingen, advirtió durante la campaña electoral: “Ninguno de los dos candidatos es como para que América Latina celebre”. Quedó uno. Veremos cómo se comporta.


Compartir

Clara Lídice Valenzuela García

Periodista


Deja tu comentario

Condición de protección de datos