El cinco de noviembre de 2005 amaneció frío y lluvioso en Mar del Plata. La Cumbre de los Pueblos, contestataria a la Cumbre de las Américas que se efectuaba en la misma localidad, unía a organizaciones y movimientos sociales de Argentina y el continente y se había propuesto marchar por la ciudad y llenar el estadio construido para el mundial de fútbol de 1978 para un gran acto de rechazo al Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA), donde se esperaba la presencia del Presidente venezolano Hugo Chávez.
En pleno auge neoliberal, y pretendiendo sumar al Tratado de Libre Comercio (TLC) que ya fagocitaba a México con Canadá y Estados Unidos, el ALCA había sido lanzado el 11 de diciembre de 1994 durante la Cumbre de las Américas en Miami, la misma ciudad que en sus palabras de anuncio del cambio de política hacia Cuba el 17 de diciembre de 2014 Barack Obama denominara capital de América Latina, para incluir a todos los estados de las Américas —con la excepción de Cuba—, desde Alaska a la Tierra del Fuego.
En 2001, durante la Cumbre de las Américas de Quebec, ya habían ocurrido importantes protestas populares contra el ALCA, y Chávez, ya al frente de Venezuela, denunció en solitario ese acuerdo como un “plan de anexión” de Latinoamérica por el imperialismo estadounidense. Desde Cuba, Fidel llevaba años argumentando contra el neoliberalismo y convocando líderes populares de la región en encuentros hemisféricos contra el ALCA. Aunque no se notara por el triunfalismo neoliberal de que hacían gala los medios de comunicación, América Latina había comenzado a cambiar y Mar del Plata 2005 sería el punto de inflexión. En la reunión de Presidentes ya no fue sólo Chávez quien cuestionó el ALCA. Además del venezolano, los líderes de dos importantes países, Luis Inacio Lula Da Silva (Brasil) y Néstor Kirchner (Argentina) rechazaron delante de George W. Bush -escoltado por un portaviones anclado en Mar del Plata- que sus naciones se integraran al acuerdo promovido por Washington. Con Venezuela, Argentina y Brasil, tres gobiernos de primera importancia en la región, en contra, el acuerdo impulsado desde Washington sería descarrilado.
Precedido por la voces de cantores latinoamericanos que habían decidido acompañarlo en esta jornada como los cubanos Silvio Rodríguez, Santiago Feliú y Amaury Pérez, el argentino Víctor Heredia, el uruguayo Daniel Viglietti y el chileno Pancho Villa, llegaría Chávez al estadio mundialista de Mar del Plata. Allí lo esperaban más de cincuenta mil personas que, luego de atravesar la ciudad desafiando el frío y la lluvia, no solo repletaban las gradas sino el campo de fútbol. Telas con los rostros de Kirchner, Chávez y Lula se unían a la imagen de Fidel, Bolívar, Martí, Sandino y Eva Perón en manos de los manifestantes que se movían al ritmo de bombos y consignas. Figuras amadas por muchos argentinos como Diego Armando Maradona, el Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, y la líder de las Madres de la Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini, lo acompañaban junto a Evo Morales, quien pronto se convertiría en Presidente de Bolivia. Víctimas rebeldes de las guerras de EEUU, como Cindy Sheehan, madre de un soldado estadounidense muerto en Irak o el español Javier Couso, cuyo hermano cayó asesinado por el disparo de un tanque norteamericano mientras trabajaba como camarógrafo en Bagdad también se habían desplazado desde sus países a Mar del Plata para participar en la protesta.
“Hemos venido con una pala, porque en Mar del Plata está la tumba del ALCA”, dijo Chávez ante una multitud enardecida. El líder de la Revolución Bolivariana recordó unas palabras de Evita Perón “La patria será libre o su bandera flameará sobre sus ruinas, pero más nunca seremos colonia norteamericana”; habló de los problemas medioambientales, “está en juego la vida futura en el planeta, sólo la conciencia y la acción de los pueblos salvará el medioambiente” afirmó y desde su vocación cristiana dijo que el primer capitalista fue Judas, al vender a un hombre, y que el primer socialista fue Jesús de Nazaret. Chomsky, Bolívar Martí, Miranda, Rosa Luxemburgo, también estuvieron en sus referencias.
Entre aplausos, Chávez compartió con los presentes en el estadio la conversación telefónica que acababa de sostener con Fidel: “me dijo, primero que estaba muy emocionado viendo el acto, la marcha que ustedes hicieron desde esta madrugada” y relató cómo concluyó ese diálogo:
“le digo como siempre le digo: “Hasta la victoria siempre, ¡Patria o muerte, venceremos!” ¿Y ustedes saben cómo se despidió Fidel?, se los voy a decir porque le oí la voz muy emocionada y además como un trueno, se despidió, la voz se despidió como un trueno que cruzó el Caribe, cruzó el Orinoco, cruzó el Amazonas, cruzó el Río de la Plata y llegó aquí, me dijo: “Chávez, ¡viva el Che, carajo!”
Habló del la Alternativa Bolivariana para los Pueblos de nuestra América (ALBA) como espacio lanzado por Cuba y Venezuela frente al ALCA y terminó “Me voy a la otra Cumbre a llevar el mensaje de ustedes, el de Patria o Muerte, Venceremos”.
De entonces a acá, el ALBA ha crecido y, a pesar de golpes de estado exitosos y fallidos gestados en embajadas norteamericanas, hoy agrupa a once países con proyectos que colocan en el centro de su accionar los beneficios sociales, además del surgimiento de gobiernos post neoliberales en otros países de la región. Pero también EEUU ha recompuesto su estrategia a través de TLCs bilaterales y la Alianza del Pacífico. Una contraofensiva frente a los gobiernos que representan intereses populares ha sido lanzada desde el Norte y su más importante éxito acaba de ser cosechado en Argentina con la derrota electoral del kirchnerista Frente para la Victoria y el ascenso de un gobernante declaradamente pronorteamericano y antichavista.
Los argentinos que fueron capaces de unirse para protagonizar aquella jornada inolvidable necesitan sacar las lecciones de esta derrota para que no le arranquen lo logrado en doce años que levantaron al país de la debacle neoliberal. Y en América Latina, sabedores de que van a por Venezuela, a dar un golpe definitivo contra el ALBA y todo lo alcanzado en unidad latinoamericana para imponer su renovado proyecto de dominación continental que haría imposible a futuro cualquier rebelión, es hora de una gran movilización que argumente qué está en juego.
Allí están Grecia y Syriza para probar los estrechísimos límites de la voluntad popular y la democracia cuando se entregan al poder transnacional los recursos y las potestades soberanas del pueblo. Eso fue lo que se evitó hace diez años en Mar del Plata y ahora regresa por sus fueros.
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