Casi todos lucimos trasnochados. La medianoche nos agarró pegados al televisor, con la señal puesta en la excelente cobertura de Telesur, a la espera de una elección que aun cuando no es nuestra, nos llega de cerca desde hace más de medio siglo. El nueve de noviembre se nos estrenó con un titular estruendoso, para muchos impensable hasta entonces: “Donald Trump es el nuevo presidente de los Estados Unidos”.
La estupefacción nos ganó a la mayoría, no porque creyéramos que Hillary Clinton fuera la candidata ideal (que nunca lo fue), sino porque parecía inconcebible, hasta absurdo, que quien se había lucido de misógino, homofóbico, xenófobo, racista, insensible, bufón, incontinente y más, pudiera llegar a la Casa Blanca, tan pulcra ella. Donald Trump lo había anunciado y no le creímos, más que eso lo tildamos de loco: “Podría pararme en mitad de la Quinta Avenida, disparar a gente y no perdería votantes".
Aunque no llegó a balacear en la Quinta Avenida, abrió todos los fuegos que quiso y ahí está, a punto de sentarse en el Despacho Oval, mientras el mundo convulsiona, los mercados caen, se convocan reuniones financieras de emergencia, millones de norteamericanos lloran de pena, los inmigrantes padecen altas dosis de incertidumbre y mis amigos en Facebook no hablan de otra cosa. ¿Y ahora?, se preguntan, con la inseguridad lógica de qué nos deparará a los cubanos esta nueva elección.
En algún momento Trump habló de echar por tierra el proceso de normalización de relaciones con Cuba, porque, dijo en un acto de campaña en Miami, “el pacto de Obama solo beneficia al régimen de Castro”. Y para colmo agregó: “"El próximo Presidente puede cambiar esa política y eso es lo que voy a hacer, salvo que el régimen de Castro esté a la altura de nuestras demandas". Ya se sabe que lo que dice el candidato no es lo que hace luego el presidente, y con este señor cualquier cosa puede pasar.
Sin embargo, en su discurso al ganar las elecciones este martes se pronunció por buscar colaboración internacional y no conflictos, por estar dispuesto a dialogar con otros países de igual a igual. ¿Quién sabe si en la lista de interlocutores siga estando Cuba?
Mientras tanto —y más allá de la conmoción planetaria por el ascenso al poder de un hombre que no está loco, que no es un improvisado, que no llegó hasta aquí por obra y gracia del espíritu santo, sino por representar a buena parte de la sociedad norteamericana — Cuba sigue su cotidianidad. Ha visto pasar desde el triunfo de su Revolución doce presidentes, de un partido y del otro, cada uno con sus espinas y sus ¿rosas? hacia la Isla. En tantos años ha quedado claro que no hay nada más parecido a un demócrata que un republicano. Y sin tregua entre unos y otros, hemos padecido bloqueos, atentados, sanciones, persecuciones financieras, multas, carencias, dolores…
¿Qué vendrá para Cuba después de Trump? Eso ni él mismo lo sabe. Demasiados intereses se cuecen entre ambos lados del estrecho de la Florida. Que tendremos que seguir alertas el curso de los acontecimientos, es una verdad como un templo.
Habría que esperar a que el magnate ocupe su silla presidencial y a que a su agenda de trabajo llegue la página nuestra. En lo que eso sucede, e incluso si no, Cuba seguirá impasible en el mar Caribe, con sus proyectos para un mejor país, con su futuro luminoso, con sus realidades complejísimas, con sus problemas a resolver, con su disposición al diálogo, con sus deseos y esfuerzo de paz, con su mano extendida para quien la necesite... Todo ello con Donald Trump o sin él en la Casa Blanca.
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