Tras un viaje que implica más de una vuelta por puntos del Caribe a partir de Santo Domingo, llegarán Martí y Gómez, a Playitas de Cajobabo, en un bote que se zarandea, bajo la tormenta inclemente, en la noche del 11 de abril de 1895, donde vienen además dos combatientes del ejército mambí, el holguinero Ángel Guerra y el palmero Francisco Borrero, combatientes cujeados en la guerra, Martí ha llevado el remo de proa, Gómez sabe que rema mal. Pero él va como satisfecho.
Ni una palabra de las que escribe —de las que escribirá— en su diario expresa lamentación o reproche. Si el aguacero amaina o no, apenas importa. Las ropas, los cuerpos están mojados a más no poder.
Llegan a Playitas de Cajobabo, un punto olvidado del sur de Guantánamo, Suben por camino ingrato. Piedras. Naturaleza arisca, espinos. Luego dormirán en el suelo que es la tierra amada de Cuba, Martí comienza los días más urgentes y distintos de su vida. En los campos orientales, donde no ha estado jamás, se siente como en su casa. Escribe. Trabaja, Coordina con Gómez.
Por las notas que escribirá se le sabrá satisfecho. Y útil. No dejará de trabajar un instante. Ante Gómez, a veces parece un viejo conocedor. Le llamará la atención una jutía que será el almuerzo del grupo y la vida de campamento. Escribirá en una hamaca y aún oirá música como de violines salir de los campos. Fijara la presencia de visitantes de la zona, Oirá el canto del río. Dormirá en la hamaca o en el suelo. O no dormirá. Escribiendo cartas, artículos. Atenderá a un periodista americano. Las cosas de la Revolución se hablarán con Maceo y Gómez. Vive, sueña, trabaja sin descanso.
No hay una sola fotografía de esta expedición. Pero no llega a Playitas con el traje oscuro y el cuidado que presenta en sus fotos. En el ajetreo de la vida revolucionaria en sus últimos días en Santo Domingo, el ya desgastado traje que usaba tiene apariencia más lamentable. Máximo Gómez escribe a un amigo “Allá va Martí con su cabeza desgreñada, sus pantalones raídos, pero con su corazón fuerte y entero para amar la independencia de su tierra”.
Antes de partir en el viaje que los traería hacia Cuba, Gómez convence a Martí que se haga una ropa nueva. Precisamente, muy cerca de la casa de Gómez en Santo Domingo está la sastrería de Ramón Antonio Almonte. Este hará la última ropa que usará Martí, aquella en que vino a Cuba y cayó en combate.
Con rapidez y empleando modestas telas, el sastre le prepara el traje para el viaje con una chamarra dominicana de fuerte azul. Con él desembarca en Playitas. Será su último traje. Él escribirá en una carta “Y mi traje. Pues pantalón y chamarreta azul, sombrero negro y alpargata”. Con esta ropa modesta cayó en muerte heroica nuestro héroe cardinal.
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