Con solo atravesar alguna de las tres puertas altas, de madera de dos hojas, y dar el primer paso al salón principal, sucumbimos a la fuerza magnética y aplastante con que suelen seducir las historias de vida de los hombres grandes, fundadores de pueblos.
La certeza inmediata de haber entrado a la cuna de Carlos Manuel de Céspedes, impone por sí sola un silencio gigante de respeto, casi vedado a la plaza “de centro de ciudad” que tiene en frente, copada a todas horas de gente que conversa y anda, artistas que cantan, niños que juegan, pregoneros que anuncian y distinguen los aires de aquella —también extraordinariamente histórica— Plaza de la Revolución de la ciudad de Bayamo.
Pero se ha entrado al museo principal de toda la zona, y una vez en su interior, en la mismísima casa natal del Padre de la Patria —venido al mundo el 18 de abril de 1819— todo bullicio exterior es opacado enseguida por el peso del recuerdo y de la gloria.
La vista asaltada por los muebles, la cerámica del piso, los arcos de medio punto que invitan a escoger uno de tres recorridos interiores a las salas, confirma que se ha viajado a otra época; aquella en que le nació a Cuba un redentor, el primero de todos; que ahora desde un retrato al óleo, original, encargado por su esposa Ana de Quesada, domina aquel salón principal con la mirada regia.
Todo reluce con el brillo de la restauración y el cuidado diario: la pulcritud de las piezas, la escalera recia de caoba hacia un segundo nivel que no existía en los tiempos habitados por la familia Céspedes.
Es un museo, ciertamente, y su valor mayor está en lo antiguo y lo revelador de lo que cuentan sus piezas; pero no por museo es lugar frío, sino que tiene el encanto de la frescura a la vista, toda pared pintada en forma exquisita, donde corre el aire, hay luz natural y suficiente, y cuyos mapas, vitrinas, decoraciones y muebles, lo convierten en sitio disfrutable.
Ningún aval, de tantos que ha merecido, se queda sin argumentos: Monumento Nacional declarado en 1978, condecorado en 2010 con la réplica del machete de Máximo Gómez, y últimamente, en abril, ganadora del Premio Nacional de Conservación 2014.
Hay una clave, y es su propia gente. Las museólogas, siempre dispuestas detrás de una sonrisa, traducen en palabras lo que dicen las paredes, la vajilla, los muebles.
Guían a todo visitante, solitario o en grupo, niño o adulto, que escucha y admira de una sala a otra entre vidrieras: la espada ceremonial, el gran espejo, la cama de bronce y nácar, las piezas de tocador que no pudo llevar a la manigua la fiel Ana de Quesada.
Cuando explican, “aquí nació el Padre de la patria cubana”, se les ve vivir el pasado heroico que cuentan, el intento de contagiar al visitante con el franco orgullo de quien muestra su hogar, o un objeto valioso como por vez primera.
Así hacen del tiempo congelado del museo, un espacio de vida, atractivo y fértil para el conocimiento del patriota magnífico.
EL EDIFICIO
El museo bayamés, hogar natal de Carlos Manuel de Céspedes, en sus anales confirma la idea genial con que Martí enruta uno de sus relatos de La Edad de Oro: la historia del hombre contada por sus casas.
Allí hay objetos personales, pocos en verdad, pero la información es vasta, sobre su obra, sus facetas, la vida entera narrada por períodos, y ahora mismo, en el último discurso museológico montado en ocasión de los 500 años de la villa, tres temáticas nuevas engrosan las referencias al Padre: persecución y prisión, gobierno de él en Bayamo, y la última etapa, de la deposición a la muerte.
Pero la propia casa, en su magnificencia y vigor arquitectónicos, también cuenta detalles tan curiosos, que sorprenden por el paralelismo que es posible establecer con la talla del héroe. Aquel edificio fue el único de dos plantas que en toda la ciudad sobrevivió a las llamas del histórico incendio de Bayamo.
Vale aclarar que a la altura de la quema redentora, ya no eran los Céspedes dueños de aquel. Hacía 39 años había sido vendido a José Manuel Medina, criollo que entonces era Intendente de Hacienda en la ciudad, en cuya posesión fue construido el segundo nivel.
¿Casualidad o predestinación de acunar grandes? Lo cierto es que entre las mismas paredes le nació a los dueños sucesores el niño Tristán de Jesús Medina; a la postre sacerdote con grandes dotes para la oratoria y patriota vinculado a la lucha por la independencia.
Se conoce que al menos durante 40 años, desde que la encargaron construir, los Céspedes fueron sus propietarios, y como Carlos Manuel, también nacieron allí sus hermanos Francisco Javier, Ladislao y Borja.
Además de vivienda, en el siglo siguiente fue sede para otros fines; como la celebración del primer culto de la Congregación Bautista realizada en Bayamo (1902) y la instalación de un Instituto de Primera y Segunda Enseñanzas (1909-1912). Luego, con un nuevo dueño, fue cedida para Oficina de Correos y Telégrafos.
Al triunfo de la Revolución, por tratarse de propiedad privada con función pública, fue intervenida y pasada a propiedad estatal. En 1962 es declarada inhabitable, tres años después iniciada su restauración, y en 1968, pocos días antes de conmemorar el centenario del grito de independencia de La Demajagua, se estrena como Museo Casa Natal de Carlos Manuel de Céspedes.
Nueve años después de abierta sus puertas, el 12 de enero de 1878, es oficialmente declarado Monumento Nacional.
PUERTAS ABIERTAS
Aunque el esmero de la restauración y el cuidado es invariable, el museo hoy luce rejuvenecimiento. Parece ayer la intervención constructiva y museológica, y hay nuevos mapas impresos con técnica moderna, nuevas pancartas, fotos muy claras, informaciones amplias y explícitas.
Cruzado el primer arco, Céspedes es el motivo único de la colección inicial: el alfiler de corbata, el timbre de mesa, el rebenque (aditamento usado para montar caballo), todos con las iniciales de la familia.
También están las escarapelas de guerra usadas por el prócer, y retazos de la bandera que lo acompañaba en San Lorenzo, los días de la muerte infausta.
En la salas siguientes, la colección más numerosa, con objetos de la adorada Ana de Quesada, su segunda esposa: tejidos y bordados, metales, documentos, personales de tocador, muebles, aretes, cofres..., y en otros espacios, sobre todo de la planta alta, amplísimas colecciones de artes decorativas y mueblería doméstica de recibidores, balcones, dormitorios y cocinas.
Abierto al cielo, hay también un hermoso patio interior, con jardineras, estatuillas, una fuente donde antes había un aljibe y una par de bancos de mármol trabajados; versión reducida de lo que al fondo del edificio existe en dimensiones mayores: una explanada sombreada por árboles y restaurada en muros, pisos y jardines; magnífica sede de encuentros intelectuales que siempre honran y presiden algunas piezas del ingenio manzanillero en que el patriota llamó por primera vez, al negro, ¡ciudadano!, les dio libertad, y levantó en pie de guerra a la Isla mancillada.
Tal es este museo bayamés, vitrina de más de 800 piezas de historia irrepetible.
Cada mañana abre el portón, y el primer visitante no demora un minuto en llegar. Luego otro, otro más, y al final del año pocas veces son menos de 50 mil los encantados por la magia de la historia.
Para eso es el museo, para educar, instruir, pero también encantar con la belleza del ayer conservado, que no hace sino robustecer el sentimiento nacional; porque es falso el orgullo de un pueblo por su pasado heroico, si las huellas que dejó la historia no son útiles a las generaciones nuevas, si se desconocen, se descuidan o no reciben digna veneración.
Como en esta casa bayamesa, cuna del Padre Céspedes, en cada museo ha de palpitar de un modo diferente el alma de la nación. A ellos hay que ir, de vez en cuando, a sentir el calor fundacional de la patria, tomarle el pulso, y renacer.
El balcón delantero regala una vista a la Plaza de la Revolución de Bayamo. Foto: Dilbert Reyes
Balcon con vista al patio interior. Foto: Dilbert Reyes.
Comedor y vajilla de familia acaudalada de la época. Foto: Dilbert Reyes
Dormitorio de una familia acaudalada de la época. Foto: Dilbert Reyes
El espejo, una de las piezas más interesante del segundo nivel. Foto: Dilbert Reyes
La espada ceremonial de Céspedes, la joya más relevante del museo bayamés. Foto: Dilber Reyes
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