Aunque estuvieron cerca una vez, cuando en la Serie Nacional 54 se quedaron en una plata que brilló como el oro, la afición de la Isla nunca había festejado una corona en un campeonato cubano de béisbol. No por eso dejaban de ir, año tras año, a hinchar por sus Piratas. Este sábado, al fin, aterrizó en el medio del estadio Cristóbal Labra un título. Justo, merecido. Ganado en buena lid y ante un rival, Las Tunas, que no regaló nada.
Si el día anterior había sido un duelazo de lanzadores, decidido en extrainning por pizarra de 1-0 a favor de Las Tunas, con lo cual se había empatado el play off por la corona del campeonato sub-23; el del sábado no fue menos electrizante. También decidido por el más ajustado margen, pero a la inversa, les tocó a los pineros el éxito.
En el primer tercio los orientales aprovecharon par de pifias del paracortos local, Eddy Rodríguez, un muchacho que había cometido solo siete errores en 212 lances en la ronda preliminar, para un average defensivo de .967, el más alto de todos los torpederos que jugaron más de 25 partidos en el certamen, y se encaramaron en el marcador por 3-1.
Así estuvo la pizarra hasta el séptimo inning, gracias a la labor del abridor isleño Jonathan Carbó, no solo sobresaliente en la rotación anfitriona, sino entre los mejores del torneo. Jonathan no se desanimó por las tres veces que le pisaron la goma inmerecidamente y siguió esperando por la reacción de sus compañeros.
Por los Leñadores, cuyo pitcheo era menos profundo para este quinto duelo, par de hombres, Eugenio Fernández y Kenier Ferra, habían contenido el empuje ofensivo de los adversarios, mientras en el bull pen, Rodolfo Díaz, el de los cuatro triunfos en la postemporada y nueve en toda la justa, estaba preparado para sacar los últimos outs si la situación se complicaba.
Y se complicó en el inning de la suerte con un hit madrugador de Luis Ángel Rojas. Era tiempo de Rodolfo, quien, en honor a la verdad, tiró para el escón, pero Magdiel Gómez, el paracortos —no era sábado de torpederos— tiró mal a segunda en un lance que pudo ser, incluso, doble play. Hubo un ponche, pero luego sobrevino un boleto con una cuarta bola que, también, pudo ser cantada strike.
Las gradas eran un manicomio y en el banco de los tuneros los ánimos se caldearon: parece que ese pitcheo, o mejor, el conteo, sacó de paso al mentor Ulises Cintra, quien protestó airadamente y fue explusado.
Esos minutos de desconcierto influyeron en el rendimiento de Rodolfo. Le sonaron par de cañonazos seguidos al bosque derecho y le voltearon la pizarra. Resumen del inning: tres carreras, tres hits, un error y dos boletos, uno de ellos intencional.
Para el cierre el guion estaba dictado. Hora de Raúl Guilarte, el puntero en juegos salvados del campeonato, que lo mismo preservó ventajas en la ronda preliminar que en la postemporada. Guilarte cumplió la encomienda por decimocuarta vez, le puso el cerrojo al noveno, y tembló, de felicidad, la Isla. Pequeña en tamaño y grande en béisbol sub-23. Era campeón.
Así, el equipo pinero se convirtió en el cuarto en subir a lo más alto del podio en los campeonatos nacionales de la categoría y el tercero de occidente. La balanza regional está ahora 3-2, el trío del oeste (Artemisa-2014, La Habana-2015 y la Isla-2018), mientras por el este, solo Santiago de Cuba ha sido rey (2016 y 2017).
Si los pineros merecen elogios por su cetro, también hay que reconocer la hidalguía de Las Tunas, que como sus victimarios no estaban en los pronósticos. Ni uno ni el otro eran favoritos para ganar la semifinal y se impusieron después de caer en el primer juego; y en la final no se guardaron ni una onza de entrega.
Pero que este sensacional cierre no nuble la vista, el torneo sub-23 merece ser repensado, mejorar en muchos aspectos. Y de eso escribiremos próximamamente.
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