Por lo menos hay que decirle al “nefasto excéntrico” Donald Trump, que la irresponsable decisión de apartar a su país de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, UNESCO, no es solo un acto propio de bárbaros, sino también una falta de originalidad política, al igual que su manifiesta hostilidad contra todo organismo internacional, siempre y cuando, por supuesto, no acate “por aclamación” los pujos hegemonistas acuartelados en la Oficina Oval.
Y es que si se repasa la historia más cercana, advertimos que aquellos que décadas atrás trajeron a la Casa Blanca al “iluminado” Ronald Reagan como exponente de la ultra derecha imperial, ya tenían a su haber la confección del titulado “Programa de Santa Fe”, un mamotreto que blasfemaba de la política de distensión nuclear entre los Estados Unidos y la entonces Unión Soviética, y que además definía a la ONU como un escenario hostil a Washington y en manos de la “izquierda mundial”.
Eran los días del “trauma” derivado de la derrota militar imperialista en Viet Nam, del auge de la lucha tercermundista contra los restos de colonialismo en Africa y otros rincones del orbe, y de un notorio esplendor del No Alineamiento….y por supuesto, de toda esa influencia “perturbadora” en el seno de no pocas entidades internacionales, incluida Naciones Unidas, donde hasta muy poco Washington, de una forma u otra, hacía valer todos sus criterios.
En resumen, un escenario global indeseado por la ultraderecha reaccionaria acostumbrada a imponer sus decisiones sin mayores obstáculos, y que a la vuelta de unos pocos años sentía que el poder absolutista se le escapaba entre las manos.
¿Cómo entonces no emprenderla contra todo y contra todos los que amenazaban “la sacrosanta seguridad nacional norteamericana” y se comportaban como “vándalos radicales, antidemocráticos”, y opuestos a la sacrosanta verdad divina que designó a la civilización norteamericana como única rectora a escala planetaria?
Entonces la Casa Blanca cortó sus pagos a los fondos de la UNESCO y se retiró de no pocos de sus debates, a la vez que estableció enormes deudas con las Naciones Unidas por morosidad intencional en la entrega de su cuota nacional a esa entidad, que, curiosamente, decidió acoger en Nueva York desde su fundación, tal vez en la creencia de que al tenerla en casa podía exprimirla eternamente.
De manera que Trump no ha hecho otra cosa que “recoger los ripios” que décadas atrás enarbolaron sus similares políticos. Nada de exclusivo por tanto asiste al magnate inmobiliario devenido presidente.
De todas formas, si al presidente no le agradan ciertas tribunas donde ya no puede atemorizar, imponer y amedrentar a los mayoritarios, allá él con su política de auto anulación que, lamentablemente, y ahora de forma muy directa, separa a los estadounidenses de las tareas educativas, culturales y científicas -que son el plato fuerte de la UNESCO- y del trabajo mundial coordinado que ella impulsa, como corresponde al producto de mentes sensatas, cooperadoras, honestas y creativas.
¿Qué la faltaría al señor Donald para llevarse la medalla de oro del “unilateralismo” más retorcido…pues salirse también de la ONU y adoptar la estúpida y extrema consigna unipersonal de “el mundo contra mí.”
Y caramba, bien harían los norteamericanos en preguntarse si semejantes criterios y prácticas realmente les ayudan positivamente como ciudadanos y como sociedad.
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