Donald Trump puede haber dicho a sus conciudadanos tiempo atrás que las tropas gringas ubicadas ilegalmente en Siria dejarían ese país, pero nunca mencionó ni por asomo retórico que la Casa Blanca permitiría un clima estable y pacífico en aquella nación del Levante.
Es mucho el rencor que se anida entre la bandada de irracionales que rigen la política externa norteamericana como para admitir una derrota absoluta de sus planes destinados al desmembramiento y control sobre suelo sirio, con más razón cuando las brutales intenciones claves de su guerra hegemonista son hoy añicos a cuenta de la resistencia de Damasco y el apoyo decisivo de sus aliados rusos, iraníes, y del Hizbolá libanés.
Y es evidente también que estos últimos factores conocían lo que venía en realidad dentro de la estrujada envoltura que Trump vendió a la opinión pública norteamericana y del resto del orbe sobre su “retiro militar” de Siria.
Resultaba claro que “el alardoso de Nueva York” no se iba a quedar dado, de ahí que los defensores de la nación siria no dejaran de seguir actuando en todos los terrenos (militar, político y diplomático) para asegurar que la derrota resulte aplastante e irreversible en lo que a los enemigos del país compete.
Así, por estos días, mientras asesores norteamericanos, sionistas y de sus socios regionales protegen a los remanentes terroristas salidos de Siria, entrenan nuevos contingentes extremistas, y remiten ayuda en hombres y armas a los integrantes del titulado Frente Al-Nusra, la versión local de Al Qaeda, dislocados en la región de Idlib, las tropas de Damasco, con el apoyo esencial de la aviación militar y de francotiradores rusos, se involucran en las primicias de una ofensiva que puede resultar definitoria en la limpieza de bandidos.
En Idlib, donde se concentraron extremistas llegados de otras partes del país ya liberadas previo acuerdo con las autoridades Sirias, esos elementos, que debían observar un alto al fuego, se han dedicado por el contrario a promover ataques e incursiones violentas, y según Siria y sus aliados parece llegada la hora de poner fin a un reducto de inestabilidad e inseguridad permanentes, donde el caos es la única ley imperante.
La aviación rusa ha dado partes sobre la destrucción de instalaciones de misiles antiaéreos en los espacios ocupados por grupos terroristas, artilugios que sin dudas provienen y son obra de “especialistas militares” y no de simples bandas armadas, lo que reconfirma que detrás de tales elementos están otros factores externos actuando agresivamente sobre el terreno.
Por demás, Damasco y sus compañeros de combate advirtieron sobre la jugarreta norteamericana ya en marcha con relación al uso de combatientes árabes kurdos en el Norte de Siria para promover el secesionismo y lesionar la integridad territorial del país promoviendo un conflicto pretendidamente étnico y religioso, donde Washington sería la “fuerza protectora” de los titulados patriotas.
Se trata de un plan concebido desde hace un buen rato y que se inició con el apoyo militar gringo a grupos sirio-kurdos bajo el pretexto de “enfrentar a los terroristas del Estado Islámico”, cuando el realidad el fin último residió en alentar la sedición y fabricar una suerte de “república independiente” que resulte base de operaciones permanente de los Estados Unidos y sus aliados contra una Siria soberana, victoriosa en la guerra, y con relaciones plenas con el Kremlin, Teherán y los luchadores antiimperialistas de Oriente Medio y Asia Central.
Y si alguien lo duda, que consulte la premura con la cual el Pentágono y el sionismo israelí actúan por estos días para entregar misiles antiaéreos portátiles a los separatistas kurdos, como en el pasado siglo hizo Washington en Afganistán con los Señores de la Guerra, los talibanes y Al Qaeda, en su empeño por empantanar a las fuerzas soviéticas que acudieron a aquel país en defensa del gobierno popular instalado en Kabul.
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