Si alguien presuroso se atrevió a adaptar el ya famoso slogan imperial del “fin de la historia” (esta vez remachado para América Latina y el Caribe) luego del ascenso de gobiernos derechistas en el área, es evidente que la rueda siguió su inexorable curso, tanto por la resistencia regional, como por la redemostración de que la oligarquía nativa y sus socios externos nunca serán actores valederos en la solución de las aspiraciones y urgencias de nuestros pueblos.
Así, ni las campañas y agresiones internas y externas, ni la falta de trabajo político y los errores de algunas izquierdas en el poder, ni la desmemoria de quienes lograron avances en sus vidas bajo administraciones progresistas y se creyeron la historieta derechista de que con su retorno llegarían a ser “clase media o alta” cuando menos, lograron contener lo que la realidad impuso con los cambios pro hegemónicos.
Y es así que, a estas alturas del juego, para buena parte de nuestra región, la derecha ha mostrado otra vez (valga la santa historia), que nada tiene ofrecer objetivamente como no sea la vuelta a la dependencia, al entreguismo, al clientelismo, a la debacle económica y social, al fraude generalizado y a la intolerancia y la violencia frente a ideas y actitudes opuestas.
Ni los Macri, ni los Temer y Bolsonaro, entre otros de semejante “linaje”, salvarán a los pueblos. Llegaron únicamente como instrumentos para reducirlos nuevamente al capricho de los poderosos nativos y de los más opulentos del exterior con quienes comulgan y a los cuales obedecen sin reparos.
La vida, el día a día, siguen siendo las grandes argumentos tocables y tangibles, por encima de cataratas mediáticas y cambios impuestos, y contra esos dos oponentes nunca han podido aquellos abanderados de la prepotencia, el caos, el inmovilismo y la intolerancia. Quien vive de acíbar quiere la miel, y quien la prueba y luego la pierde, no demora mucho en desear su retorno…he ahí la clave.
De manera que luego de una breve y eufórica etapa de triunfalismo hegemónico, e incluso con el debut en el escenario de algunos cambia casacas y solapados, las noticias que llegan del Sur del Continente parecen apuntar a esperanza.
Mientras Venezuela, Cuba y Nicaragua resisten las renovadas embestidas de una administración gringa que quiere “desterrar el socialismo” en el Hemisferio, y otras naciones se esfuerzan por mantener posiciones dignas frente al complicado panorama regional, la continuidad del proyecto progresista parecería asegurada en Bolivia, al tiempo que en Argentina el retorno de esa corriente al gobierno también resulta prometedor, a lo que se añade la existencia en México de una administración de claro sentido y proyección populares.
Evo Morales acumula una impresionante hoja de servicios en sus tres mandatos consecutivos, que han colocado a su país entre los primeros de la zona en materia económico-social, lo que le ha valido la oportunidad de volver a postularse a la presidencia previa reforma constitucional con base en toda la legalidad requerida.
Por su parte, la adopción de la fórmula Alberto Fernández- Cristina Fernández como candidatos a la presidencia y la vicepresidencia argentinas en los cercanos comicios generales de esa nación austral, podría dar vuelta total a la bitácora política marcada por la desastrosa ejecutoria del derechista Mauricio Macri, en lo que no pocos califican como el “retorno triunfal” de los mejores días del país luego de la nefasta etapa de los regímenes militares, los gobiernos neoliberales que le siguieron, y la dolorosa rutina hoy vigente.
Resistencia, continuidad y cambios que son piedras en el camino para los empeños nefastos de Donald Trump y la ultraderecha gringa en América Latina y el Caribe, y “bendiciones” para el impulso renovador de quienes abogan por una región unida, fuerte, pacífica, decente, sensata, colaboradora e independiente, capaz de asumir de una vez un papel trascendente como bloque progresista en una arena global de neta tendencia multipolar.
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