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miércoles, 2 de octubre de 2024

Theresa May tras una sombra de hierro

La nueva primera ministra británica y líder tory se instala en Downing Street bajo el férreo referente de la primera mujer en hacerlo: Margaret Thatcher...

Enrique Manuel Milanés León en Exclusivo 15/07/2016
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Al margen de la política —al menos aparentemente—, un desafortunado comentario recordó en Reino Unido que las grandes cosas de ese país mandado por una reina se definen en buena parte en tocador de mujeres. Andrea Leadsom, la última aspirante a líder del Partido Conservador y a la jefatura de Downing Street en caer, creyó que sugerir que sería mejor líder que Theresa May porque esta no tiene hijos, le ayudaría. Por el contrario, ese error la condujo a una rápida renuncia que abrió el camino de su rival.

Ciertamente, May, la mujer que en los últimos días ha robado titulares de prensa a Angela Merkel y a Hillary Clinton, ha lamentado que en 36 años de matrimonio no hubiera conseguido descendencia; pero acaba de demostrar que, en materia política, está por parir a grandes mellizos: el liderazgo tory y la silla principal del Gobierno británico.

Después de 25 años, Reino Unido volverá a estar al control de una Dama, de ahí que casi todos le coloquen al título un apellido-pregunta: «¿de Hierro?».

Aguaceros de textos hacen paralelos entre May y la única mujer que la ha antecedido en Downing Street: la también conservadora Margaret Thatcher (entre 1979 y 1990). Si bien May ha declarado admiración por la Thatcher, ha apostillado que no tiene modelos y prefiere andar un camino propio. 

Buscando con lupa, la prensa británica señaló incluso que, como la férrea mujer que dominó los ’80, ella gusta de trajes azules para las grandes ocasiones, pero ella riposta: «Soy Theresa May, creo que la mejor persona para dirigir este país».

Se pintan disímiles retratos. Muchos la ven como implacable y pragmática. Ya en 2010 el diario The Telegraph la consideró una «estrella ascendente» y, en 2013, el periódico The Independent la presentó como «Dama de Hierro en lista de espera».

Las comparaciones no cesan: algunos la bautizaron la Angela Merkel británica, de manera que May apenas comienza una larga carrera de desmarque de íconos y validación personal: «Soy yo misma», ha tenido que aclarar a cada rato.

Como Merkel, la política británica es hija de padre protestante, recibió una educación rígida y austera y manifiesta un estilo sobrio y mesurado, cosas que, ciertamente, resultan meras coincidencias.

De todos modos, tiene su propio álbum de sobrenombres. Vista como trabajadora, reservada, tímida, carente de sentido del humor y feminista, fue apodada en su momento como «La reina de hielo», por el ex viceprimer ministro Nick Clegg. Y a sus espaldas, algunos funcionarios del Gobierno la llaman «Karla» —nombre del despiadado jefe de la KGB en las novelas de John le Carré— en virtud de su firme carácter y de una seguridad personal que, según dicen, a veces intimida.

Sin ir más lejos, el ya citado The Telegraph reseñó su personalidad cortante y su «determinación feroz» y la describió como persona con autoridad y competencia, aunque pobre en carisma. Si se suma que no duerme más de seis horas por noche y no gusta de la televisión, es fácil intuir que, «férrea» o no, se trata de una Dama adicta al rigor.

«Theresa es una mujer terriblemente difícil», declaró el ex ministro de Hacienda y ahora diputado Kenneth Clarke, al alcance de uno de esos insospechados micrófonos abiertos que hoy se asoman tanto. ¿Cómo May tomó el comentario? Dijo más tarde que «el siguiente en darse cuenta» de que ella es una «chica difícil» será Jean Claude Juncker, el presidente de la Comisión Europea, quien habrá de disponer con ella la ya decidida salida británica del bloque comunitario.

La nueva mujer fuerte de la política mundial es conocida por su resistencia a delegar tareas y su voluntad de control sobre la actividad de los subordinados. Con ese currículo, claro que le abundan detractores. Algunos llegaron a decir que la gente la recuerda «solo por sus zapatos», aguijonazo que alude a su osada manera de calzar, lo que le ha valido más de una portada de prensa.

En su historial se recuerda la crítica de los laboristas y de organizaciones de derechos humanos cuando propuso sacar a Reino Unido de la Convención Europea por los Derechos del Hombre o cuando decidió aplicar la ley sobre terrorismo para mantener en la cárcel a David Miranda, pareja y asistente de Glenn Greenwald, el célebre periodista que destapó el caso del analista de seguridad estadounidense Edward Snowden.

May, que es euroescéptica aunque su fidelidad a David Cameron la llevó a abogar por la permanencia en la UE, ha sostenido que la inmigración destruye puestos de trabajo y baja los salarios de los británicos, discurso que la acerca a los defensores del brexit. No asombra entonces que aspire a reducir el número de inmigrantes que entran a territorio británico y rechace la cuota de recepción fijada por la UE.

La nueva líder también se propone «recuperar el control del número de europeos que entran» al país y ha dejado claro que no garantiza a los inmigrantes comunitarios permanecer en Reino Unido una vez implementado el brexit.

Si lleva «hierro» o si no, Theresa May tendrá ocasión de demostrarlo. Sus desafíos contemplan restaurar la unidad del Partido Conservador, calmar los ánimos secesionistas que amenazan desunir al Reino británico y negociar en condiciones inéditas con los miembros de la UE y con otros países importantes para su nuevo contexto comercial.

Su largo historial al frente de la cartera de Interior y su aviso de campaña de que «tomaría el control» anuncian que Theresa May trabajará intensamente por legitimar en la práctica una posición que no consiguió en las urnas. Ella, que quiere «forjar un nuevo rol» para Reino Unido, ha dicho sobre su método que «simplemente me pongo a trabajar en lo que tengo delante». Tendrá poco tiempo para la peletería.


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Enrique Manuel Milanés León

Con un cuarto de siglo en el «negocio», zapateando la provincia, llegando a la capital, mirando el mundo desde una hendija… he aprendido que cada vez sé menos porque cada vez (me) pregunto más. En medio de desgarraduras y dilemas, el periodismo nos plantea una suerte de ufología: la verdad está ahí afuera y hay que salir a buscarla.


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