Donald Trump ha divulgado hace unos escasos días que pronto sus fuerzas abandonarán el escenario bélico en Siria de manera que “otros se ocupen de la lucha contra el terrorismo.”
Una afirmación que, dicho sea de paso, Heather Nauert, vocera del Departamento de Estado, se encargó de poner en duda al indicar a seguidas que “no estaba al tanto” de ningún movimiento hacia el exterior de los efectivos estadounidenses acantonados en suelo sirio.
En pocas palabras, que existen severas dudas de que el presidente esté hablando realmente en serio (algo típico de su personalidad), y que en verdad pesista en el juego que hoy le ocupa de sacar una lasca al menos de la criminal aventura bélica orquestada contra Damasco junto a sus aliados de la OTAN, el régimen sionista, la ultra derecha árabe y los terroristas islámicos como actores directos sobre el campo de batalla.
Por otro lado, Turquía, asida al pretexto de evitar que los kurdos radicados en Siria se conviertan en una amenaza para Ankara, insiste en invadir territorio sirio y desplegar acciones militares unilaterales, mientras Tel Aviv no solo apoyó activamente al extremista Estado Islámico, sino que en estos años de guerra ha ejecutado cientos de ataques aéreos contra posiciones de Damasco.
En consecuencia, si partimos que hoy el ejército nacional sirio y sus aliados de Rusia, Irán y el Hizbolá libanés han reducido prácticamente a polvo a los grupos islámicos radicales como punta de lanza hegemonista y liberado la gran mayoría del país, no es difícil deducir que en el futuro inmediato la gran tarea de Damasco y quienes le apoyan consistirá en defender y preservar a toda la costa la integridad territorial y política de la nación.
Y es que a estas alturas para nadie es un secreto que los Estados Unidos pretende eternizarse sobre la orilla oriental del río Eufrates mediante un sistema de bases y espacios militares y en alianza con grupos reaccionarios locales, una zona que, por demás, es de las mayores productoras de petróleo y gas dentro de Siria.
Por su parte Ankara tendrá que ser llamada fuertemente a capítulo, porque sus incursiones, como la intrusión norteamericana, son totalmente ilegales y violatorias de la soberanía siria más allá de cualquier pretexto ligado a sus invocados “intereses defensivos nacionales” con relación a los grupos kurdos, armados muchos de ellos, contradictoriamente, por los propios Estados Unidos bajo netos presupuestos oportunistas.
La clave de todo este complejo escenario la daba el propio presidente sirio, Bashar el Assad, al declarar recientemente a la prensa que aun cuando el terrorismo fuese derrotado, ni Washington ni sus aliados abandonarían sus planes hegemonistas en Oriente Medio y Asia Central.
Aspiraciones expansionistas que indefectiblemente pasan por debilitar, fragmentar y destruir a las naciones de esas sensibles áreas geoestratégicas, con la presunción de que las tratativas con grupos y señores locales son más “productivas” que las que tienen que realizarse con gobiernos y Estados debidamente estructurados.
De ahí, vale insistir, que si el terrorismo (para nada abandonado) no logró sus objetivos en Siria, los planes de hundir los poderes nacionales constituidos y pescar en grande en las revueltas aguas del caos, sigue siendo una máxima imperial que pesa sobre los destinos de muchos pueblos del orbe colocados bajo la mira de los aspirantes a absolutistas globales.
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