La Casa Blanca, en especial el señor presidente Donald Trump, han de estar que trinan. Otra vez Rusia, y en especial “ese entrometido y siniestro ex agente de la KGB soviética” de nombre Vladímir Putin, entran en juego en espacios que Washington consideraba exclusivos por aquello de que, “por ley natural y designio divino”, el grande está destinado a comerse al chiquito.
No es una nueva “mala experiencia” para el actual inquilino de la Oficina Oval. Siria y la decisiva presencia militar en ese país árabe del Kremlin junto a Irán y el Hizbolá libanés, abortaron el manoseado plan gringo de reconformar a su gusto y capricho el Oriente Medio mediante la evaporización del gobierno de Bashar el Assad.
Y ahora, luego de dos sensacionalistas y en realidad decepcionantes encuentros (por pura intransigencia gringa) entre Trump y el líder norcoreano Kim Jong-un con el fin de negociar el programa nuclear de Pyongyang, el jefe de Estado de Corea del Norte acude a Vladivostok, en el lejano oriente ruso para, junto con su homólogo Vladímir Putin, estudiar en conjunto otras vías que permitan establecer un clima de paz duradero en la Península Coreana, escenario en la década de los cincuenta del pasado siglo de una devastadora guerra generada por la injerencia norteamericana.
Y si las reuniones entre los dignatarios norcoreano y estadounidense (la primera en Singapur y la segunda en Vietnam, cerrada esta última de forma abrupta por falta de entendimiento) dejaron serias preocupaciones globales, el diálogo entre Putin y Kim Jong-un abre perspectivas más firmes al pretender que el tema del desarrollo nuclear de Pyongyang discurra en una mesa más amplia, donde ocupen lugares los Estados Unidos, Corea del Norte, China, Japón, Corea del Sur y Rusia, y por tanto el análisis resulte mejor y se lleve a cabo desde sensatas perspectivas multilaterales.
De hecho, dijo Putin, sería una vuelta a la iniciativa de negociaciones a seis bandas que alguna vez se instrumentaron, y que cedieron espacio ante el inicio de los fallidos encuentros directos entre Washington y la República Popular y Democrática de Corea.
En pocas palabras, el retorno a la búsqueda de posibles soluciones de orden colectivo, donde no quede exenta ninguna de las partes afectadas: Rusia y China por su inmediatez geográfica a Corea del Norte y sus tradicionales lazos con ese país; USA como desencadenador de una agresión militar que hasta hoy sigue dividiendo en dos a la nación coreana; las autoridades de Seúl como lógicos actores claves en todo este complicado y peligroso entramado; y Japón como otro de los más cercanos vecinos regionales y ligado a la historia coreana esencialmente como ex potencia expansionista en el área.
De más está decir la plena coincidencia sobre estos asuntos declarada por Putin y Kim Jong-un al término de un “amigable y fructífero intercambio”, según consignaron reportes de prensa que también se hicieron eco de tratativas bilaterales ligadas al incremento de la cooperación mutua en materia comercial y económica, en instantes en que Washington sigue insistiendo en medidas coercitivas y sanciones contra Pyongyang como sus únicos argumentos en la obsesa búsqueda de un desarme nuclear norcoreano mediante el uso del chantaje y las amenazas, todo muy propio de la tan “democrática, justiciera, libre y bendecida por Dios” primera potencia capitalista de nuestros días.
Una “potencia” que, sin embargo, literalmente “no pone una” desde hace rato en materia de doblegar a los demás (su empecinada y única manera de actuar), y que lo único que viene cosechando es la multiplicación de la resistencia de sus presuntas víctimas, la concertación de las fuerzas más sanas del escenario global, el fracaso de sus maniobras y bravuconadas, y por tanto su consiguiente aislamiento en ese universo de burdas fantasías de poder absoluto que le sorbe los sesos.
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