Panamá, bello país centroamericano, resultó el escenario de la recién celebrada XXIII Cumbre Iberoamericana, que dejó la impresión de un antiguo mecanismo de consulta que, de no renovarse, puede desaparecer ante los imperativos políticos, económicos y sociales de la nueva realidad de América Latina.
Notable fue la ausencia de nueve jefes de gobierno y/o Estado que, por diversos motivos, no se presentaron a la cita, una clara referencia a cierto desinterés en estas Cumbres que, hasta ahora, son encuentros referenciales sin muchos aportes a una región habitada por unas 600 millones de personas y con evidentes signos de crecimiento económico, muy al contrario de lo que acontece en Europa.
Estuvieron ausentes los presidentes Nicolás Maduro, de Venezuela, Cristina Fernández, de Argentina; Evo Morales, de Bolivia; Raúl Castro de Cuba, Dilma Rousseff, de Brasil; Sebastián Piñera, de Chile; Rafael Correa, Ecuador; Otto Pérez, de Guatemala; Daniel Ortega, Nicaragua; Ollanta Humala, Perú; y José Mujica, Uruguay.
Bajo el lema "La comunidad iberoamericana en el nuevo contexto mundial", el cónclave sesionó en un hotel de Playa Bonita, sede oficial de la cita, en las afueras de la capital panameña.
Para Europa, estas reuniones con sus socios latinoamericanos revisten suma importancia y las defienden, debido al alto número de inversiones que posee en la zona. De ahí que no prosperara la moción sobre un análisis de la Alianza para el Pacífico, un mecanismo económico ya suscrito por cuatro naciones suramericanas y que es considerado una nueva maniobra divisionista de Estados Unidos para dar vida, con otro nombre, al Área de Libre Comercio para las Américas (ALCA), sepultada antes de fundarse por la unidad de gobiernos y pueblos latinoamericanos.
Esa institución del Pacífico, entienden observadores, no debía tener cabida en una región que ya posee organismos integracionistas de nuevo tipo, como la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), entre otros.
Es de entender que Europa no esté de acuerdo con el eventual crecimiento de la Alianza, ya que esta pone en peligro sus intereses en América Latina si prosperara la idea de elevar el comercio con Estados Unidos, a pesar del fracaso evidente de las economías que han pactado Tratados de Libre Comercio con la mayor economía a nivel mundial.
Expertos coinciden en que la XXIII Cumbre – en la que debían participar 22 naciones- fue una señal de alarma para Iberoamérica, mucho más si se considera el escenario económico europeo, en especial España, con una depresión económica sin solución a corto plazo, situación que también se observa en Portugal. Por tanto, hasta cierto punto América Latina y el Caribe pueden ser una eventual tabla de salvación económica en lo referente a inversiones y capitales.
La conclusión de este evento, que pasó sin penas ni glorias para la prensa internacional, es que hay una necesidad imperiosa de renovación, cuyas pautas serán trazadas en la próxima reunión del grupo en México, en 2014.
También se puso en evidencia –al contrario de las reuniones al máximo nivel de CELAC y UNASUR- que la Cumbre Iberoamericana constituye un coto cerrado, sin participación de movimientos populares y sociales que podrían insuflarle nuevos aires a sus discusiones y acuerdos.
Por primera vez en Panamá se hizo un intento de mayor participación de elementos externos, como el foro empresarial diseñado por la Secretaría General Iberoamericana (Segib), que hizo aguas al tratar de introducir el tema de la Alianza del Pacífico, a lo que se opusieron los europeos.
En el maratón de discursos de la plenaria hubo una insistencia en que México debe ser el punto de concertación de los cambios para los iberoamericanos, pero sin que se delimitara en qué consistirán ni cómo serán aplicados.
Ninguno de los oradores hizo propuestas concretas para solucionar la ineficacia de las Cumbres, pero insistieron en que nuevas acciones podrían ejecutarse a partir de la que tendrá lugar en Veracruz.
Según los planteamientos hechos en Panamá, le corresponderá a los mexicanos, encabezados por el presidente Enrique Peña Nieto, garantizar en Veracruz una agenda que contemple el proceso de transformación de los puntos negativos identificados ahora y las observaciones que recoge la Declaración final.
De lo contrario, y si no se adecua a los nuevos paradigmas económicos políticos y sociales de América Latina, ya consolidada como un bloque unitario a pesar de su diversidad ideológica y cultural, este dispositivo de consulta puede ser deglutido por la historia, ya que existen pocos resultados concretos desde que se realizó el primer encuentro iberoamericano en 1991, en la ciudad mexicana de Guadalajara.
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