Entre las frases que se le atribuyen a Matteo Renzi está la que revela su desapego por los gremios laborales: “No tengo una excelente relación con los sindicatos, no son mis amigos del alma”. A lo mejor tiene razón y se trata de cuerpos sociales adocenados, que perdieron su raíz o muchas hojas. Pero la ausencia de matices en la exposición del alcalde de Florencia, repetida en otras de sus memorables glosas, suscita sospechas.
Su ascenso a puestos relevantes del mundo político italiano no se basa en una oratoria demasiado descarnada para el gusto de algunos y placer de otros tantos. Parece que sabe moverse en un medio confuso siempre y muy rarificado tras el paso de 2 primeros ministros, (Berlusconi, Monti) un tercero que casi-casi ocupó el cargo (Pierluigi Bersani, del Partido Democrático), pero no le dejaron formar gabinete. Después Enrico Letta, (también del PD y quien acaba de renunciar). En breve, debe aparecer un quinto jefe para el ejecutivo, quizás el propio Renzi, según esperan unos cuántos en Roma.
A inicios de diciembre del pasado año le fue concedido al joven funcionario el liderazgo de ese mismo Partido Demócrata que usó como tribuna para provocar la caída de su correligionario Letta. Renzi dice tener la caja de los truenos para resolver los problemas de Italia.
Su ojeriza (irrespeto, alega uno que otro) a la vieja militancia pudiera estar fundamentada si partiera de consideraciones históricas, como el deslave ideológico que afecta esa formación política desde los 90, cuando abandonan su condición de mayor Partido Comunista de toda Europa occidental, para convertirse en una agrupación socialdemócrata desteñida, que se parece demasiado a los democristianos como para creerse que conservan algo vital de su antigua plataforma de origen.
Sea desprecio o por el motivo que fuere, Renzi entró a cuchillo, y con éxito, pues apoyaron su moción para descalificar a Letta, quien, sin presentar batalla (ante el parlamento, por ejemplo, donde quizás obtuviera algunos apoyos) presentó su dimisión al presidente Napolitano amaneciendo el 14 de febrero.
Hace poco y mientras denostaba contra sus antecesores, Renzi sostuvo una entrevista con Silvio Berlusconi que dio mucho que decir durante sus mandatos y ahora, ante los hechos consumados, provoca que los deslenguados aseguren que la idea de sacar del cargo a Letta, se la sugirió este viejo camaján derechista expulsado a su vez de las esferas de actividad pública por una sanción penal. Le quedan pendientes unas cuántas.
Si fue así, Il Cavaliere tuvo una exitosa venganza. En apoyo de ese supuesto aparece en los rotativos la frase de Renzi afirmando: “Quiero formar parte de una generación que no tiene el objetivo de mandar a Berlusconi a la cárcel”.
Esas credenciales son apenas el aperitivo del que pudiera convertirse en un tremendo banquete. Pero lo verdaderamente importante es que Italia atraviesa por la peor crisis económica desde el término de la Segunda Guerra Mundial. El paro sobrepasa el 13% de la población activa y crece el número de familias en apuros para sobrevivir, mientras, las mayores industrias nacionales pasan a tener asiento fuera del país transalpino. Es el caso de la Fiat y de Alitalia.
Entre expertos y legos se asegura que serán las primeras (dejando miles de desempleados a sumarse a los existentes) pues se trata de un proceso que acabará destruyendo el parque industrial completo, base del hoy estancado desarrollo.
¿Qué planea Renzi? No está claro. Habla de cambios, pero ¿cuáles? ¿hasta dónde? El término, desde Obama hasta Hollande, pasando por Rajoy, no significa nada, como no sea repetir lo hecho por los anteriores gobernantes y sus promesas de innovaciones y salidas, aún pendientes de cristalizar por aquellos o por estos otros.
Los italianos, inquietos ante la inestabilidad política, quieren creer que la nueva estrella, o cualquier otro personaje, en efecto, tenga las llaves del portón que cierre el flujo de los calamitosos ajusten que están socializando la crisis mientras dan pie a que aumente la riqueza de los pocos. Debe abrirse, alegan, necesitan, una era de meridianas certidumbres.
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