Ayer comenzó en una base militar estadounidense ubicada en Fort Meade, Maryland, el juicio contra el soldado Bradley Manning. A Manning se le acusa de varios delitos, relacionados con la filtración de documentos secretos extraídos de computadoras del Pentágono y relacionados con el accionar militar y diplomático de Estados Unidos que fueron dados a conocer por la organización Wikileaks.
Después de tres años en espera de juicio y tras ser sometido a condiciones de prisión que prominentes juristas norteamericanos -incluyendo el profesor de de Derecho Constitucional del presidente Obama en la Universidad de Harvard- calificaron de “degradantes e inhumanas”, el joven soldado comparece ante una juez militar. Nada de lo que él reconoce haber entregado a Wikileaks alude a problemas internos de los Estados Unidos, tampoco divulgó secretos relacionados con tecnologías militares que puedan ser utilizadas contra su país. Su “traición” consistió en revelar asesinatos de civiles cometidos a sangre fría por la fuerzas de ocupación estadounidenses en Iraq y Afganistán, torturas a los prisioneros recluidos en Abuh Ghraib y Guantánamo y conspiraciones que violan la soberanía de países con los que Washington no está formalmente en guerra.
Si en el proceso militar semisecreto en que se le juzga -donde un tercio de los testimonios se efectuarán a puertas cerradas- se le encuentra culpable de “colaboración con el enemigo” Manning puede ser condenado a cadena perpetua. La principal prueba para ello es que documentos filtrados por Wikileaks fueron encontrados en la casa donde militares estadounidenses asesinaron a Osama Bin Laden. Pero de ser cierto eso, la única utilidad de tal cosa para el líder de Al-Qaeda hubiera estado en permitirle comprobar que el ejército norteamericano lo superó en atrocidades, algo que también ha podido constatar cualquier lector de los documentos colgados en Internet y divulgados inicialmente por los medios corporativos que EE.UU. no se cansa de calificar como “prensa libre”.
La ley bajo la que se pretende condenar a Bradley Manning es de 1917, una época en que no existían ni computadoras ni Internet. Sin embargo, para entender su caso se puede ir más atrás, hasta la cultura greco-latina, base de la civilización occidental que lidera Washington; en ella el Titán Prometeo fue condenado por Zeus –Dios en Jefe- a permanecer encadenado eternamente en las rocas del Cáucaso por entregar el fuego a los humanos.
Es bajo la ley del escarmiento -tan vieja como la humanidad misma e inventada por los poderosos-que se juzga a Bradley Manning. Julian Assange -el fundador de Wikileaks, también acosado por Estados Unidos- lo ha considerado un “héroe sin parangón” y lleva razón: él trajo a los hombres y mujeres del siglo XXI el fuego de la verdad. Prometeo está hoy en Maryland y todos los que creemos en la justicia tenemos una deuda con él.
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