La reciente información sobre “el peligro” que representa para los Estados Unidos la “nueva generación de misiles crucero rusos, capaces de golpear el territorio de la Unión” no es un suelto informativo sin trastienda.
Como no lo son las diatribas contra la “amenaza China” en la región Asia Pacífico; el escándalo acerca del “poderío nuclear norcoreano”; los planes iraníes de “hacerse de armas de destrucción masiva” por encima de los acuerdos internacionales sobre el tema; la presencia de Moscú, Teherán y el Hizbolá libanés en la lucha contra al terrorismo en Siria; y hasta la existencia de gobiernos “no deseados” en Venezuela y Cuba.
Se trata de que un Washington que vive, aunque no lo quiera y lo aborrezca, en un mundo ya unipolar, persiste en sus aspiraciones de gendarme y emperador global, y para ello debe contar con los “pretextos” adecuados para seguir adelante con su nunca paralizado armamentismo.
Vale recordar, a tenor con la apreciación de no pocos especialistas, que desde la guerra de Corea en la década del cincuenta del pasado siglo, y hasta el día de hoy, los Estados Unidos no ha dejado de estar vinculado a operaciones militares en el exterior, y que gracias a ese “espíritu de conquista”, los grandes intereses de su complejo militar industrial se han convertido en los “tutores y regentes” de cada administración apostada en la Oficina Oval.
Con Donald Trump, un “apasionado” del supremacismo Made in USA, la historia no podía ser distinta.
En consecuencia, su belicoso gabinete acaba de presentar el proyecto de presupuesto militar para el año 2019, que sin menores rubores dedica más de 716 mil millones de dólares al “desarrollo, modernización y ampliación” del poderío bélico nacional a tono “con las amenazas gigantescas” que enfrenta la nación.
Si hasta hace poco se estimaba que los gastos militares norteamericanos eran los mayores del mundo y superaban la suma de las erogaciones de los diez países que le seguían en la lista de ese apartado, entonces la nueva mesada acaba de multiplicar con creces el citado abismo financiero.
Para estudiosos como Atilio Borón, “este monto incluye 24 mil millones de dólares destinados a la modernización del programa nuclear que en algunos comunicados aparecía desligado del gasto militar, como si se tratara de inversiones para la producción de centrales atómicas”, a la vez que nos recuerda que la cifra total no suma sin embargo las crecientes y costosas contrataciones por las Fuerzas Armadas de servicios de “asesores”, en puridad burdos mercenarios, o las dedicadas a otros menesteres colaterales ligados a la actividad de guerra.
Esto implica que, muy bien, las nuevas erogaciones del fisco para los cuerpos armados estadounidenses pueden sobrepasar fácilmente el umbral del billón de billetes verdes.
Mientras, los “tenebrosos enemigos de los que se espera cualquier ataque altamente destructivo”, ni siquiera se acercan por asomo a semejantes montos.
Así, China dedicará a su frente militar poco más de 215 mil millones de dólares, Rusia menos de 70 mil 350 millones, e Irán no llegará a 13 mil millones.
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