En América Latina se encuentran las mayores reservas probadas de petróleo del mundo, las mayores reservas acuíferas y gasíferas; el llamado pulmón del planeta: la selva Amazonas. Pareciera que una región tan rica en recursos naturales y culturales está a la vanguardia en cuanto a distribución de los ingresos por la explotación regulada de sus recursos. Pero no es así.
Las tierras de este lado del mundo llevan casi dos siglos sirviendo en bandeja de plata, literalmente, todas su ingentes riquezas al mejor postor. Desde los conquistadores europeos, quienes a fuerza de látigo las desangraron, igual que a su gente, hasta los neoliberales gemelos de Bretton Woods: el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, pasando por gobiernos que no se vendían a sí mismos porque nada valían.
Toda la riqueza se vendía a cambio de promesas y de deudas que terminaban agobiando a los de siempre, a los que trabajan directamente con la tierra, sin ver nunca el fruto de su trabajo.
Intentar cambiar ese estigma, de ser la región más rica del mundo y la más desigual también, ha costado proyectos de independencia frustrados y sangre, pero también, ha valido para crear una nueva conciencia.
De un tiempo hacia acá, con la llegada al poder de gobiernos progresistas, o de izquierda, América Latina ha ido despertando. Ya es una realidad la nacionalización de los principales recursos en países de la región y su puesta en función del pueblo, para costear proyectos de alcance social. Ya es una realidad en más naciones latinoamericanas la explotación de sus recursos de acuerdo con sus necesidades y no con las de otros. Esa ha sido uno de los estandartes de la joven Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), que agrupa a las 33 naciones independientes de la región.
La redistribución equitativa de los ingresos es fundamental. Por señalar un solo ejemplo: la región cuenta con el 40 por ciento del agua dulce del mundo, pero esta no llega a todos. Según informes de organismos regionales de Naciones Unidas, al menos 75 millones de personas no tienen acceso al agua potable, 116 millones carecen del saneamiento adecuado y más del 87 por ciento de las aguas negras domésticas no son tratadas.
El resultado de ineficientes políticas de redistribución de ingresos derivados de los recursos hídricos afecta directamente a los 47 millones de latinoamericanos y caribeños que pasan hambre.
Acorde con el Panorama de la Seguridad Alimentaria y Nutricional en América Latina y el Caribe 2013, de la Oficina regional de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), esta zona produce suficientes alimentos para satisfacer las necesidades de todos sus habitantes. Sin embargo, no llegan a todos por las dificultades que los más pobres enfrentan para acceder a ellos.
Es cierto que no todo es gris —la pobreza y la indigencia, por ejemplo, han disminuido en más de la mitad desde 1990 hasta hoy—, pero todavía nuestra América sigue enfrentando su mayor reto: poner a disposición de sus habitantes los recursos que la naturaleza le obsequió, para salir así de un atraso de siglos.
Nuestra América verdadera (+Infografía)
Todavía nuestra América sigue enfrentando su mayor reto: poner a disposición de sus habitantes los recursos que la naturaleza le obsequió...
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