Dicen algunos especialistas que el proyecto de acción internacional del actual gobierno norteamericano no ha podido zafarse de las incongruencias.
Aducen además que se trata del lógico producto derivado de la mezcla de la improvisación, del hablar más de la cuenta, y de las muchas presiones que los verdaderos grupos de poder en los Estados Unidos ejercen de forma decisoria sobre cada administración.
Ello, concluyen, ha promovido que entre lo dicho por Trump en su campaña electoral (la famosa frase de privilegiar el diálogo sobre la hostilidad) y lo que viene aconteciento en la práctica, exista una notoria barrera.
Por demás, las mismas fuentes llaman la atención sobre la ascendencia de sectores ultra conservadores en la política exterior norteamericana a partir de “alejar” a personajes incómodos como el general Michael Flynn, “a quien Trump había escogido como consejero de seguridad nacional” y quien desde 2012 “se había opuesto al proyecto del entonces presidente Barack Obama, destinado a crear el Emirato Islámico, y constantemente señalaba a la Hermandad Musulmana como la matriz del terrorismo islamista.”
En consecuencia, la primera gira global de Trump, iniciada por Arabia Saudita, Israel y Cisjordania, parece haber dejado atrás muchas de las retiencias que, por ejemplo, en su época de candidato a la presidencia, expresó el hoy presidente acerca de las autoridades de Riad y “su actitud colaboracionista con el terrorismo yihadista.”
En la capital saudí, por el contrario, Donald Trump se mostró sumamente complacido por su encuentro con el rey Salman, de 81 años de edad, se dijo inclinado a fortalecer los lazos norteamericanos con esa monarquía y las vigentes en varios Estados del Golfo, y les otorgó un papel crucial en el freno a Irán y las agrupaciones armadas como el Hizbolá libanés, a las que colocó de facto del lado de la violencia y el caos regional.
En cuanto a la lucha antiterrorista, dijo que su intención es promover el fin de los grupos extremistas con la compresión y el apoyo de sus socios del área.
Desde luego, del otro lado Trump recibió en Riad un espaldarazo económico que apuntala su campaña interna de “recolocar a los Estados Unidos en el pedestal global”, mediante la firma de un acuerdo de suministro militar a Arabia Saudita que ronda los 100 mil millones de dólares, amén de otros protocolos “con dos decenas de empresas norteamericanas, como Boeing o Citibank, que por primera vez podrán controlar el cien por ciento del capital de su inversión en el país árabe. Mientras, el consorcio General Electric anunció que ha cerrado contratos por un importe de 15 mil millones de dólares en el marco del programa saudí de diversificación de su economía, predominantemente dependiente del petróleo.”
En pocas palabras, el cuño de oro a una renovada alianza con aquellos actores regionales de larga fidelidad a los dictados de Washington, más allá de otras consideraciones por peliagudas que sean.
Y con esos aires arribó Trump a Jerusalén, donde acarició los oídos del primer ministro sionista, Benjamín Netanyahu, al advertir públicamente que Irán, “que financia y adiestra grupos terroristas y milicias, nunca tendrá armas atómicas”.
Por su parte Netanyahu, a horas de la llegada de tan especial huesped, y atento al interés de Trump de “hacer algo por dirimir las diferencias entre Israel y los palestinos”, acordó, entre otras cosas “la ampliación del paso internacional del puente de Allenby con Jordania, única salida al exterior para los habitantes de Cisjordania, que se encuentra bajo supervisión militar israelí, y su apertura permanente para evitar las actuales aglomeraciones en la frontera” lo cual “fue inmediatamente bendecido por la Casa Blanca”, según comentaron textualmente medios occidentales de prensa.
De todas formas, Trump hizo su proyectado viaje de dos horas a Cisjordania para entrevistarse con los dirigentes de la Autoridad Nacional Palestina, y de paso mencionó que la extensión de los asentamientos judíos en los territorios ocupadoses es un factor que dificulta un acuerdo de paz con Tel Aviv.
Se dijo además esperanzado de que algo positivo puede lograrse en el caso del diferendo palestino-sionista, así como en la concreción de una fuerte “alianza antiterrorista” regional a partir del hecho de que, a su juicio, “Arabia Saudita está a la cabeza de los estados árabes con los que queremos trabajar para acabar con el extremismo y la difusión del radicalismo”.
“Vuestros vecinos árabes, dijo a Netanyahu, comprenden de forma creciente que tienen una causa común con ustedes, que es el poner coto a la amenaza de Irán”
A lo que el primer ministro sinionista respondió a manera de exitoso colofón, que Israel se felicita por el cambio de política norteamericana hacia Teherán y por la “reafirmación del liderazgo estadounidense en Oriente Medio.”
Entonces, a esperar que nuevos rostros tendrá reservados Trump para su salto de estos días a Europa y su paso por el Vaticano, como parte del programa de esta, su primera salida el exterior como “jefe” de la primera potencia capitalista.
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