miércoles, 25 de septiembre de 2024

Los muchos blancos

Las tensiones norteamericanas con relación a Corea del Norte tienen también otras dianas...

Néstor Pedro Nuñez Dorta en Exclusivo 29/04/2017
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Submarino nuclear estadounidense-Michigan
Un submarino nuclear estadounidense atraca en un puerto surcoreano.

Mientras las preocupaciones internacionales crecen y mucha gente teme que el mundo pueda rondar un holocausto de orden terminal, para los halcones estadounidenses el estímulo a los ácidos roces con la República Popular Democrática de Corea poseen otras miras de mucho mayor porte hegemonista.

Lo cierto es que bajo la batuta de un presidente de maneras altaneras y dado a permanentes entredichos políticos, todo indica que el control sobre el comportamiento externo de la primera potencia capitalista se ha deslizado hacia las manos de los segmentos marcadamente belicistas y agresivos, infectados con las teorías menos constructivas y sensatas en materia de  convivencia global.

De ahí que si un día el presidente Donald Trump habló de “diálogo y no confrontación” y llegó a criticar, incluso, el despliegue militar norteamericano en otras áreas geográficas, en la práctica la actuación de su gobierno en apenas cien días de ejercicio resulta más agresiva y riesgosa que la de algunos de sus más cercanos y turbios antecesores.

Y uno de los puntos más álgidos de esa proyección oficial se focaliza hoy en la nunca estabilizada Península Coreana, escenario de la guerra de agresión contra el Norte a inicios de la década del cincuenta del pasado siglo, que costó a ese territorio tres millones de vidas y la destrucción casi absoluta de su infraestructura.

Región, además, cuya porción Sur ha acogido y acoge en despliegue a decenas de miles de efectivos militares estadounidenses, dotados incluso de municiones y armas tácticas nucleares. En pocas palabras: un permanente foco de amenaza contra sus vecinos inmediatos, amén de imponer una larga y forzada división territorial a toda una nación.

Pero sin dudas, si bien el desarrollo del poderío atómico del Norte resulta un asidero cómodo para el interés de los halcones de estirar todo lo posible su injerencia en Corea, lo cierto es que el litigio les proporciona, además, un importante escalón en sus exasperados afanes  de hostilizar y cercar a China y Rusia, identificadas ambas como sus dos mayores oponentes estratégicos.

Acercar tropas, buques, submarinos y aviación militar al sur de China a cuenta de “atajar el peligro norcoreano” es una oportunidad muy apetecible. De hecho, bajo ese pretexto ya se inició la instalación, en el Sur de la Península, de baterías de misiles ligados al titulado escudo anticoheteril norteamericano, que bajo la rúbrica de “apoyar y proteger” a los aliados de Washington en la zona, pretenden esencialmente neutralizar la efectividad de los portadores nucleares de China y Rusia en el Extremo Oriente.

Paso no pocas veces anunciado por Washington y al cual Beijing siempre ha dicho que respondería de manera contundente, toda vez que implica una seria amenaza a su seguridad nacional.

Por demás, cómo desaprovechar la oportunidad de calentar en Corea las fronteras orientales de ambos “enemigos claves”, a la vez que en Europa del Este la belicista Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN, avanza hasta Ucrania, y en Asia Central y Oriente Medio se pretende cerrar el cerco contra Moscú y Beijing a cuenta de la “lucha contra el terrorismo” que se estimuló, financió y armó desde hace decenios por Occidente y sus aliados regionales precisamente con esa finalidad de orden hegemónico.

De manera que, como se percibe, el encono con Corea tiene sus sucias trastiendas estratégicas que, evidentemente, se han constituido en capítulos tan obsesivos para los ultraconservadores norteamericanos, que no les permiten discernir la lamentable verdad de que, luego del estallido de la primera bomba nuclear en tan “lejanos parajes”, la humanidad habrá iniciado su irreversible y rotunda autodestrucción.


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Néstor Pedro Nuñez Dorta

Periodista


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