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sábado, 16 de noviembre de 2024

Lo urgente de no olvidar

Setenta y un años han transcurrido desde los ataques atómicos norteamericanos a Hiroshima y Nagasaki, pero los riesgos no ceden...

Néstor Pedro Nuñez Dorta en Exclusivo 09/08/2016
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Solo una potencia ha sido capaz hasta hoy de utilizar sus artefactos nucleares contra un oponente. La misma que todavía resguarda y desarrolla poderosos arsenales atómicos y ha prestado su anuencia a algunos de sus más agresivos y preciados socios globales (Israel y el desaparecido régimen racista sudafricano) para que también integrasen el  estrecho club global de los poseedores de semejantes artilugios de muerte.

Y es que, con el paso de la historia, lo que se dijo públicamente en un instante dado para justificar la destrucción de dos objetivos nipones esencialmente civiles y masacrar a cientos de miles de personas inocentes, se ha despojado ya de tales cortinas de humo para dejar al descubierto que la operación militar de los días 6 y 9 de agosto contra sendas urbes del Japón imperial, tenía, ante todo, el malsano interés de, concluida la Segunda Guerra Mundial, colocar a los grupos hegemonistas norteamericanos a la cabeza del planeta mediante el control único sobre una poderoso instrumento coercitivo de elevado efecto destructor.

Hay afirmaciones reveladoras de aquellos días que no pudieron esconder las realidades, si bien premeditadamente no fueron hechas públicas con la profusión requerida.

Así, el Comité para la elección de los blancos a bombardear con los nuevos artefactos atómicos, radicado en el propio laboratorio de Los Álamos, indicó en un informe que entre los efectos inmediatos que se buscaban con los ataques estaban “hacer suficientemente espectacular el uso inicial del arma de tal forma que fuera reconocida internacionalmente en términos publicitarios una vez arrojada.”

 En otras palabras más directas: mostrar a escala planetaria el control absoluto de los Estados Unidos sobre una nueva y avasalladora tecnología militar, y por tanto, su rol cimero en la conformación y conducción del inmediato destino global.

Por demás, el documento, con inusitados aires de formal estadística, es amplio en detallar por qué Hiroshima y Nagasaki fueron los blancos seleccionados a partir de sus condiciones geográficas, poblacionales y urbanas muy favorables para medir el alcance devastador de las dos bombas utilizadas.

Y es que la suerte de millones de civiles japoneses y su doloroso futuro como consecuencia de la violenta liberación de importantes volúmenes de calor, tóxicos y radiactividad, se redujo para los promotores del ataque al incierto existir de las simples cobayas de laboratorio.

“Hiroshima, reza el ya citado texto del Comité elector de las víctimas, tenía la ventaja de poseer un tamaño adecuado, y con las montañas cercanas, enfocando la explosión la mayor parte de la ciudad sería destruida.”

De hecho, un documento mucho más reciente publicado en inglés con el título “Por qué la bomba fue arrojada sobre Hiroshima”, se atreve a asegurar que esa urbe “fue una de las ciudades japonesas que fueron deliberadamente preservadas de los bombardeos aliados convencionales, con el fin de poder efectuar posteriormente una evaluación precisa de los daños causados por el arma atómica.” ¿Acaso absoluta premeditación y alevosía?

Por su parte, en ocasión del aniversario 50 de los ataques atómicos, el diario norteamericano The Seattle Times escribía que “la bomba no era necesaria o no estaba justificada”, toda vez que “Japón ya estaba listo para rendirse antes de los bombardeos”, y solo el “rechazo estadounidense a los términos de la rendición al no garantizar la continuidad de la figura del Emperador prolongó la guerra innecesariamente.”

Además, insistía el rotativo, luego del primer ataque atómico, “los Estados Unidos no les dieron tiempo suficiente a los japoneses a considerar los alcances de la bomba antes del incursionar contra Nagasaki.”

Por último, precisaba The Seattle Times, “ambas ciudades tenían casi nulo valor militar. Los ciudadanos tenían una relación de cinco o seis a uno sobre los uniformados.”

   Lo cierto es que a setenta y un años de aquellos devastadores episodios, todavía penden sobre la humanidad los riesgos de conflagración atómica, precisamente a cuenta de la vigencia de las sórdidas motivaciones que llevaron a Washington a masacrar a decenas de miles de japoneses con sus armas atómicas en agosto de 1945 bajo el pretexto de vencer al ya derruido imperio del sol naciente.

   ¿Será acaso posible que una inicial y tan terrible experiencia no resulte aún suficiente para afincar la sensatez, cuando en nuestros días los mismos  propósitos incendiarios de siete décadas atrás podrían volar en pedazos toda la humanidad?


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Néstor Pedro Nuñez Dorta

Periodista


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