Siendo presidente de Estados Unidos, y en un momento de sinceridad notable, Barak Obama dijo que el error más grave cometido por su administración y otras potencias occidentales fue no haber pensado en el “día después” cuando atacaron Libia.
Con un poco más de la misma franqueza debía haber admitido que tanto su gobierno como el del francés Nicolas Sarkozy, secundados por otros miembros de la OTAN, hicieron una libérrima interpretación del acuerdo en ONU que autorizaba la creación de zonas de exclusión aérea que ellos tomaron como luz verde para bombardear y destruir salvajemente ese territorio norafricano.
El pandemónium subsiguiente se mantiene siete años después de aquella bestialidad que convirtió al país más próspero de la región en un caos total, con tres gobiernos inoperantes y una miríada de facciones armadas rivales, aparte de una economía en decadencia extraordinaria pese a la riqueza petrolera, hoy en mínimos de extracción y, en general, controlada por megaempresas extranjeras.
Naciones Unidas ha intentado allanar la crisis múltiple existente y logró el pasado año que las principales facciones, reunidas en Egipto, acordaran la realización de elecciones antes del próximo septiembre. Pero ese escrutinio ciudadano se presenta con enormes dificultades, dado el retorno a prácticas netamente tribales que Muamar al Gadafi había logrado emplear en sana gobernanza de proyección nacional, avalando programas de avanzados beneficios sociales, (electricidad, vivienda, agua a través de un río lacustre subterráneo, medicina y educación entre otras gratuidades).
El anuncio de que, Saif al Islam, hijo del asesinado líder libio, aspira a la presidencia, es una muestra de las singularidades y atolladeros del empeño por delante. Le atribuyen un proyecto reformista que no pudo poner en práctica por la guerra. Estuvo preso durante años después de un sumario que organismos internacionales calificaron de espurio. Tras ser liberado, clanes y políticos afines le mantienen en paradero desconocido.
“Saif al Islam Gadafi no busca el poder, sino el rescate del país”, aseguró a la prensa su portavoz Ayman Aburás, pero nadie sabe cómo funcionará esa candidatura. Tampoco está claro el modo en que actuarán los demás porque, si bien la ONU logró, al menos en teoría, conformar un Consejo Presidencial de Unidad con representantes del Congreso General Nacional (de Trípoli) y de la Cámara de Representantes (de Tobruk), las dos entidades no han funcionado de conjunto en los hechos y, sobre todo, existe una tercera fuerza capitaneada por Jalifa Hafter, jefe del Ejército de Liberación Nacional, un general protegido por la CIA y que se afirma tiene vínculos con algunos emiratos del Golfo.
Otro factor de riesgo está en el desorden y las ilegalidades de toda naturaleza cuando no se han logrado consensuar bases jurídicas oportunas y ello impide reglas y/o garantías electorales para este tipo de transcurso, en una sociedad donde cada cual impone sus normas por la fuerza.
Todo llega a extremos lamentables, y así lo indica que se vendan esclavos, una expresión de la trata con seres humanos, hoy práctica corriente, aunque este enclave fue el paradero de millones de subsaharianos que encontraron en la Libia de Gadafi trabajo y vida decorosos. En la actualidad es conocido el incremento de la emigración irregular, convirtiendo al Mediterráneo en un gigantesco cementerio y conflicto para los países de acogida.
En ciudades como Bengasi, memorables porque allí comenzó la supuesta rebelión anti-Gadafi, hay un registro espeluznante de miseria y desorden. No es el único sitio donde decreció de forma increíble el Producto Interno Bruto que antes fuera el más alto del continente, cuando el régimen era capaz de ayudar con préstamos para obras de desarrollo a naciones vecinas sin cobrarles altos intereses.
Antes de marzo del 2011, cuando es agredida Libia, Gadafi trabajaba en la creación de un banco regional que eliminara el dólar como forzada divisa de intercambios comerciales en la zona. Algunos politólogos achacan el interés en deponerlo a proyecciones como esa que permitirían mayor independencia económica a las naciones vinculadas, pero le restaba fueros a los centros tradicionales de poder financiero.
Se sabrá con certeza en algún momento si es o no así, tal como afloró recién la pérdida de unos 10 000 millones de euros que el gobierno Gadafi tenía depositados en bancos de Bélgica. La falta de esa enorme cantidad de dinero fue descubierta cuando el juez de instrucción, Michel Claise, quiso confiscar los fondos como parte de una investigación sobre lavado de dinero y se supo entonces que solo quedaban 5 000 (de 16 000 millones), según versión aportada por la publicación valona Le Vif. No son los únicos caudales incautados del patrimonio libio cuyo paradero se desconoce.
De todos modos, resulta imposible por ahora saber si como afirmara en declaraciones a la española ABC, su portavoz, Saif al Islam “podrá avanzar en la reconciliación nacional, y extender puentes de comunicación basados en el respeto mutuo y la soberanía nacional”, porque en la práctica, no parece que nadie pueda lograrlo y menos cuando encima de lo caótico entronizado aparece la creciente presencia del Califato Islámico, que se aprovecha de la anormal situación para hacerse de nuevos emplazamientos tras ser expulsado de Siria e Irak. Una ecuación, entre las peores del presente, casi imposible de despejar.
Peter
15/5/18 15:36
Excelente comentario !!
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