Si lo sabrá Berlín, que por estos días ha visto recular sus paradigmas económicos y militares en las horas que han mediado entre la visita a Washington de la canciller Angela Melker, y la realización en suelo germano de un nuevo encuentro del titulado G-20, que dice integrar a los más emcumbrados del orbe.
Y es que resulta evidente que más allá de protocolares pronunciamientos, no fueron nada cómodas las conversaciones de la Merkel con el nuevo presidente norteamericano, Donald Trump.
Se dice que incluso ni se dieron la mano una vez concluido el diálogo en la Casa Blanca, que tuvo sus ocres reflejos en la conferencia de prensa realizada de inmediato.
Y es que los encontrados mensajes de ambos lados no pudieron ser disimulados.
Trumb fue enfático en defender lo que ya algunos denominan el “nacionalismo económico”, es decir, el imponer y dar peso preferencial a los intereses productivos y comerciales de la primera potencia capitalista en sus vínculos con el resto del orbe, mientras la jefa alemana de gobierno insistió en las concertaciones y la integración que todavía privilegia para prolongar la existencia de la desgastada y herida Unión Europea que, paradógicamente, ha sido una de las más fieles, obsecuentes y acérrimas aliadas de Washington en la búsqueda del hegemonismo global.
Por otro lado, el recién investido mandatario estadounidense tampoco tuvo pelos el la lengua para indicar a Berlín que si desea contar con el apoyo que en el terreno bélico hoy recibe de los Estados Unidos la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN, entonces “debe pagar lo que le debe” a esa entidad agresiva y elevar sus gastos militares internos.
Y si bien el gobierno germano se apresuró a indicar que no existen deudas nacionales con el aparato otanista, la Merkel prometió elevar su presupuesto militar, en tanto se dio a conocer que el monto que hoy dedica a la OTAN el gobiero alemán corresponde solo al 1,2 por ciento del producto interno bruto germano, cuando lo que exige la OTAN a cada uno de sus miembros es un monto del 2 por ciento del PIB hasta el año 2024.
Pero tal vez la pedrada más dura para Berlín la recibió poco después, durante las sesiones del G-20 llevadas a cabo por estos días en la ciudad de Baden-Baden, y que las propias agencias occidentales de prensa definieron como “el mayor enfrentamiento” entre el nuevo equipo gobernante en Washington y buena parte de la comunidad mundial.
Y es que pese a largos debates y a la trabajosa búsqueda de algún consenso, finalmente se impuso en el cónclave la política de la Casa Blanca que apunta contra “el compromiso de rechazar el proteccionismo y mantener un sistema comercial global abierto e inclusivo.”
Golpe doble para Alemania, anfitrión del cónclave, que se esforzó al máximo por promover la interconexión económica y defendió las política integracionista a la usanza de la vigente en la Unión Europea, el gran espacio donde mayorea la influencia germana.
De hecho, exponentes de la prensa local como el diario especializado Handelsblatt, indicaron que “el lema de la presidencia alemana de dar forma a un pretendido mundo conectado parece imposible con el nuevo gobierno estadunidense.”
Y la cosa llegó más lejos y se tornó más preocupante cuando la delegación de la primera potencia capitalista indicó que algunas partes de las bases de la Organización Mundial de Comercio, OMC, “no son aplicadas”, y por tanto los Estados Unidos “va a intentar con pugnacidad que se apliquen en interes de los trabajadores estadunidenses.”
En pocas palabras, que el espacio para las confrontaciones y exigencias está abierto, y nada de la obsecuencia pasada será tomado en consideración por el “aliado mayor” a la hora de favorecer sus criterios y posiciones muy particulares.
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