Si hacer política nunca ha sido una tarea fácil (a menos que no se sea político ni disfrazado), mucho más complicada se ha tornado esa tarea justo a la altura del siglo veintiuno.
Y es que, para pesar de unos y esperanza de otros, el mundo de hoy ya no tiene el mismo rostro ni las mismas coordenadas de épocas precedentes, y de igual manera que la interconexión masiva lograda en nuestros días por la civilización humana resulta pasmosa, también cobran dimensiones trascendentes e influyentes los cambios políticos, económicos y sociales que demandan de nuevas correlaciones y métodos en la arena global.
En consecuencia, tiene que sonar extraño, alarmante, y concitar rechazo inmediato que alguien aparezca a estas horas mundiales reclamando que su proyecto vale por encima de cualquier otro, y que la única solución a posibles entuertos es asumir mansamente la voluntad y el deseo impuestos, no importan las consecuencias para los demás…, porque al final no cuentan.
Conclusión impensable, vale insistir, cuando el planeta claramente dejó atrás el esquema de un exclusivo pivote dominante para avanzar por el derrotero de una creciente prularidad que estimula el poder y el criterio, compartidos y negociados sobre bases sensatas y racionales.
Y sin dudas, las primeras decisiones de Donald Trump al frente de los Estados Unidos no pueden ser más extemporáneas, desde las demandas de que un país ajeno pague por un muro que le cerque y asfixie, hasta caotizar el movimiento de personas mediante exclusiones sustentadas en temas de credo, raza o zonas geográficas de origen.
Desde luego, a fuerza de pretender ser equilibrados, parte de la “inédita resonancia” de Trump radica (junto con muchos de sus contenidos) en la proyección que le imprime a los más diversos temas: explosividad extrema, frases cortantes, insuficiencia de límites aconsejables, incontinencia gestual, agresividad y burla, menosprecio, torpeza diplomática, y escaso entrenamiento político; porque, ciertamente, al final no hay diferencias sustanciales en los objetivos estratégicos del nuevo inquilino de la Casa Blanca y aquellos que le precedieron.
Así Trump, ya lo apuntábamos, acaba de escandalizar al orbe con sus decisiones sobre límites a inmigrantes y refugiados del Oriente Medio, sin embargo, sin mayores ruidos, el saliente Barack Obama sumó cifras récords de deportación de extranjeros durante sus ocho años de ejercicicio presidencial, y dejó vacías sus promesas de reformas favorables a quienes optaban por intentar radicarse legalmente en suelo norteamericano.
En otros términos, con Trump estaríamos entonces en presencia de un ejecutor más ríspido, más hiriente, menos sofisticado, pero, como indicaba recientemente un analista, quién duda que Obama, Hillary Clinton o cualquier otro mandatario ligado a la historia de “destino manifiesto” y prepotencia de la primera potencia capitalista, no sustentaría y haría cuanta maniobra se le antojase por materializar el enrevesado dogma de “los Estados Unidos primero… y allá los demás”.
Lo que ciertamente tendrá que materializarse algún día, y ojalá no ocurra demasiado tarde para nuestra especie, es que se entienda que ya no es tiempo de imposiciones, bravatas, amenazas y supremacías infladas, y que si se aspira a desarrollo y beneficio sectoriales hay que empezar por lograrlos en equidad, en justicia, en respeto y en equilibrio e igualdad de derechos y oportunidades para todos.
Lo demás seguirá siendo arar en el mar, elevar los peligros, engrosar las tensiones, y tirar por la borda posibilidades, recursos y vidas.
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.